5 poemas de Luis Cernuda

 

Siendo uno de los más importantes representantes del grupo conocido como la Generación del 27, los poemas de Luis Cernuda (1902 – 1963) abordaron diversas temáticas como el amor, la soledad, la melancolía y el deseo, además de recibir la influencia de poetas como Gustavo Adolfo Bécquer y Garcilaso de la Vega

Su interés por la poesía española del Siglo de Oro lo llevó a cultivar y preservar composiciones como el soneto, la égloga y la elegía. Asimismo, Cernuda jugó un papel destacado como crítico de poesía, pues opinaba que el papel del poeta, más allá de su escritura, radica en leer a sus contemporáneos y clásicos para entender el devenir del lenguaje y la idea poética que se ha heredado a través del tiempo.

A continuación, te compartimos una breve selección de poemas de Luis Cernuda.

Deseo

Por el campo tranquilo de septiembre,
del álamo amarillo alguna hoja,
como una estrella rota,
girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente,
Señor de las estrellas y las hojas,
fuese, encendida sombra,
de la vida a la muerte.


Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.


Cómo llenarte, soledad

Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma…

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.


Contigo

¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.

¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?


Elegía

Este lugar, hostil a los oscuros
avances de la noche vencedora,
ignorado respira ante la aurora,
sordamente feliz entre sus muros.

Pereza, noche, amor, la estancia quieta           
bajo una débil claridad ofrece.
El esplendor sus llamas adormece
en la lánguida atmósfera secreta.

Y la pálida lámpara vislumbra
rosas, venas de azul, grito ligero                
de un contorno desnudo, prisionero
tenuemente abolido en la penumbra.

Rosas tiernas, amables a la mano
que un dulce afán impulsa estremecida,
venas de ardiente azul; toda una vida           
al insensible sueño vuelta en vano.

¿Vive o es una sombra, mármol frío
en reposo inmortal, pura presencia
ofreciendo su estéril indolencia
con un claro, cruel escalofrío?  

Al indeciso soplo lento oscila
el bulto langoroso; se estremece
y del seno la onda oculta crece
al labio donde nace y se aniquila.

Equívoca delicia. Esa hermosura 
no rinde su abandono a ningún dueño;
camina desdeñosa por su sueño,
pisando una falaz ribera oscura.

Del obstinado amante fugitiva,
rompe los delicados, blandos lazos.               
A la mortal caricia, entre los brazos,
¿Qué pureza tan súbita la esquiva?

Soledad amorosa. Ocioso yace
el cuerpo juvenil perfecto y leve.
Melancólica pausa. En triste nieve             
el ardor soberano se deshace.

¿Y qué esperar, amor? Sólo un hastío,
el amargor profundo, los despojos.
llorando vanamente ven los ojos
ese entreabierto lecho torpe y frío.              

Tibio blancor, jardín fugaz, ardiente,
donde el eterno fruto se tendía
y el labio alegre, dócil lo mordía
en un vasto sopor indiferente.

De aquel sueño orgulloso en su fecundo,      
Espléndido poder, una lejana
forma dormida queda, ausente y vana
entre la sorda soledad del mundo.

Esta insaciable, ávida amargura,
flecha contra la gloria del amante,                
¿enturbia ese sereno diamante
de la angélica noche inmóvil, pura?

Mas no. De un nuevo albor el rumbo lento
transparenta tan leve luz dudosa.
el pájaro en su rama melodiosa                    
alisando está el ala, el dulce acento.

Ya con rumor suave la belleza
esperada del mundo otra vez nace,
y su onda monótona deshace
este remoto dejo de tristeza.

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