En la tradición poética mexicana existen grandes nombres que podrían ser considerados como imprescindibles. Aunque este listado puede variar de nombres al pensarlo como una crítica personal de cada lector, lo más probable es que en esa lista desfile el nombre de Ramón López Velarde, considerado por muchos críticos y lectores como el poeta nacional.
La obra de López Velarde transita entre dos grandes temas que marcaron su estilo: la religiosidad y el erotismo, dos vertientes consideradas como opuestas bajo la mirada moral de la época, pero que en la poesía del zacatecano convergen en una paradoja que marca la esencia de su voz poética.
En un texto sobre la construcción poética, Jorge Luis Borges definió dos formas poéticas esenciales para la creación: la búsqueda de la calidad métrica y fonética y la fuerza de producir imágenes por medio de metáforas y analogías. Aunque ambas respetan la idea del refinamiento del lenguaje poético, es la segunda la que se vuelve más memorable para los lectores, algo que sucede con los poemas de Ramón López Velarde. Es curioso pensar que también Hugo Gutiérrez Vega evoca a T.S. Eliot para hablar de la poesía de Velarde bajo la idea de que ésta se vuelve social desde lo personal:
“Inventor de palabras, creador audaz que no aceptaba frenos ni limitaciones, recuperó la visión de un país cuya identidad se encontraba en crisis. Por eso siendo un poeta personal, fue, y sigue siendo, un poeta social. Su obra cumple las funciones indicadas por Eliot: proporciona placer, comunica una experiencia nueva, interpreta lo ya conocido, expresa algo que todos ya hemos experimentado sin encontrar palabras para expresarlo, amplía nuestro conocimiento y madura nuestra sensibilidad. Mas, como el mismo Eliot, piensa que conviene que cada pueblo tenga su propia poesía”.
Para no alargar más este preámbulo y para que los lectores puedan juzgar por sí mismos la poesía de Ramón López Velarde, compartimos una breve selección de sus poemas.
Si soltera agonizas…
Amiga que te vas:
quizá no te vea más.
Ante la luz de tu alma y de tu tez
fui tan maravillosamente casto
cual si me embalsamara la vejez.
Y no tuve otro arte
que el de quererte para aconsejarte.
Si soltera agonizas,
irán a visitarte mis cenizas.
Porque ha de llegar un ventarrón
color de tinta, abriendo tu balcón.
Déjalo que trastorne tus papeles,
tus novenas, tus ropas, y que apague
la santidad de tus lámparas fieles…
No vayas, encogido el corazón,
a cerrar tus vidrieras
a la tinta que riega el ventarrón.
Es que voy en la racha
a filtrarme en tu paz, buena muchacha.
El son del corazón
Una música íntima no cesa,
porque transida en un abrazo de oro
la Caridad con el Amor se besa.
¿Oyes el diapasón del corazón?
Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que son.
Mis hermanos de todas las centurias
reconocen en mí su pausa igual,
sus mismas quejas y sus propias furias.
Soy la fronda parlante en que se mece
el pecho germinal del bardo druida
con la selva por diosa y por querida.
Soy la alberca lumínica en que nada,
como perla debajo de una lente,
debajo de las linfas, Scherezada.
Y soy el suspirante cristianismo
al hojear las bienaventuranzas
de la virgen que fue mi catecismo.
Y la nueva delicia, que acomoda
sus hipnotismos de color de tango
al figurín y al precio de la moda.
La redondez de la Creación atrueno
cortejando a las hembras y a las cosas
con un clamor pagano y nazareno.
¡Oh Psiquis, oh mi alma: suena a son
moderno, a son de selva, a son de orgía
y a son marino, el son del corazón!
Hormigas
A la cálida vida que transcurre canora
con garbo de mujer sin letras ni antifaces,
a la invicta belleza que salva y que enamora,
responde, en la embriaguez de la encantada hora,
un encono de hormigas en mis venas voraces.
Fustigan el desmán del perenne hormigueo
el pozo del silencio y el enjambre del ruido,
la harina rebanada como doble trofeo
en los fértiles bustos, el Infierno en que creo,
el estertor final y el preludio del nido.
Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo
y han de huir de mis pobres y trabajados dedos
cual se olvida en la arena un gélido bagazo;
y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos,
tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno,
tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo
como réproba llama saliéndose de un horno,
en una turbia fecha de cierzo gemebundo
en que ronde la luna porque robarte quiera,
ha de oler a sudario y a hierba machacada,
a droga y a responso, a pabilo y a cera.
Antes de que deserten mis hormigas, Amada,
déjalas caminar camino de tu boca
a que apuren los viáticos del sanguinario fruto
que desde sarracenos oasis me provoca.
Antes de que tus labios mueran, para mi luto,
dámelos en el crítico umbral del cementerio
como perfume y pan y tósigo y cauterio.
Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo
Yo solo soy un hombre débil, un espontáneo
que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo.
A medida que vivo ignoro más las cosas;
no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas,
Solo estuve sereno, como en un trampolín,
para saltar las nuevas cinturas de las Martas
y con dedos maniáticos de sastre, medir cuartas
a un talle de caricias ideado por Merlín.
Admiro el universo como un azul candado,
gusto del cristianismo porque el Rabí es poeta,
veo arriba el misterio de un único cometa
y adoro en la Mujer el misterio encarnado.
Quiero a mi siglo; gozo de haber nacido en él;
los siglos son en mi alma rombos de una pelota
para la dicha varia y el calosfrío cruel
en que cesa la media y lo crudo se anota.
He oído la rechifla de los demonios sobre
mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar,
y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar
con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre.
Mi carne es combustible y mi conciencia parda;
efímeras y agudas refulgen mis pasiones
cual vidrios de botella que erizaron la barda
del gallinero, contra los gatos y ladrones.
¡Oh, Rabí, si te dignas, está bien que me orientes:
he besado mil bocas, pero besé diez frentes!
Mi voluntad es labio y mi beso es el rito…
¡Oh, Rabí, si te dignas, bien está que me encauces;
como el can de San Roque, ha estado mi apetito
con la vista en el cielo y la antorcha en las fauces!
En mi pecho feliz
No he buscado poder ni metal,
mas viví en una marcha nupcial…
Me parece que por amar tanto
voy bebiendo una copa de espanto.
Claroscuro de noche y de día;
corazón y cabeza y hombría,
los tres nudos que tiene mi ser
a la buena y la mala mujer.
En mi pecho feliz no hubo cosa
de cristal, terracota o madera,
que abrazada por mí, no tuviera
movimientos humanos de esposa.
¡Desdichado el que en la hora lunar
en su lecho no huele azahar!
Desposémonos con la sencilla
avestruz, con la liebre y la ardilla.
Esta breve selección de poemas de Ramón López Velarde son apenas un acercamiento a su obra para todos aquellos interesados en profundizar más en su influencia para la producción poética contemporánea nacional. Si te gustaría compartirnos tus poemas favoritos de Ramón López Velarde, escríbenos en los comentarios.
Referencias
Rico, José Luis, “Ramón López Velarde” en la Enciclopedia de la Literatura en México, 2018. Consultado en: http://www.elem.mx/autor/datos/612
Gutiérrez Vega, Hugo, “Ramón López Velarde” en Material de Lectura UNAM, 2009. Consultado en: https://materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/ramon-lopez-velarde-49.pdf
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.