La brujería en Goya: de chivos, brujas y niños chupados
Los temas tratados en el arte han sido muy distintos a lo largo de los años. La concepción más conocida o repetida es la aristotélica, en la que el arte se basa en la mímesis o imitación de la naturaleza, es decir, todo aquello que comprende el exterior e interior del ser humano o su experiencia con la naturaleza. De esta manera, el arte pictórico ha entregado un gran número de obras en las que la experiencia humana se refleja, ya sea en escenas naturalistas y apegadas a la realidad más próxima o al culto mitológico y fantástico que supera las leyes convencionales de la naturaleza.
Es así como en el siglo XVIII y principios del XIX, la pintura de Francisco de Goya enmarca una evolución a partir de estas dos posibilidades. Iniciando como un artista desarrollado en el Barroco, no tarda en adoptar los estilos del Neoclasicismo y el Rococó, creando composiciones vivas, en campos sociales abiertos y costumbristas que refleja el contexto en el que vivía. Sin embargo, no fue sino hasta 1793 que una rara enfermedad (probablemente saturnismo, una intoxicación causada por el plomo de las pinturas) le dejó como secuela la pérdida de la audición, lo que lo llevó a cambiar su perspectiva sobre la pintura escolástica, argumentando que el pintor debía liberarse de la opresión y la obligación servil de estudiar y seguir el mismo camino de todos los jóvenes pintores, lo que conlleva a una de las primeras ideas prerrománticas.
Desde este punto, la pintura de Goya se bifurca para dar paso a las obras hechas por encargo y aquellas en las que el pintor optaba por una visión más creativa, desapegada y subversiva ante lo que producían los estilos predominantes. Es así como Goya cambia las escenas costumbristas por nuevas composiciones en las que el misterio, el vulgo y lo grotesco son los protagonistas, representados con una técnica basada en un nuevo tratamiento de la luz y que juega un papel importante.
Goya ante la brujería
Su primer acercamiento a este estilo son los grabados denominados Caprichos, una serie de imágenes en las que el pintor representaba una sátira de la sociedad española, en especial de la burguesía y el clero, pero también fueron la introducción de seres sobrenaturales en su obra, tal y como se puede apreciar en el grabado #43 El sueño de la razón produce monstruos. En éste, un conjunto de seres acechan de cerca a un personaje dormido, por lo que las posibles interpretaciones son muchas, ya que, si bien las criaturas pueden ser entes procedentes de lo desconocido o son el resultado del camino a veces onírico de la razón, también se han considerado como creaciones metafóricas de la ignorancia o las supersticiones, lo que genera la duda de la verdadera intención de Goya sobre una posible sátira o alegoría.
Pero no fue sino hasta finales del siglo XVIII que Goya plasmó con mayor detalle los símbolos de la brujería con la finalidad de exponer la charlatanería con la que consideraba tales creencias, sin embargo, resulta curioso el tratamiento que el pintor da a dichas obras ya que en El Aquelarre (1798), la composición, técnica y elementos del cuadro dejan en claro una intención tenebrosa para la apreciación. La escena en cuestión está compuesta por un paralelismo de luces que chocan para dar nitidez a la figura del macho cabrío ubicado en el centro de la composición rodeado de un conjunto de mujeres viejas que ofrecen a sus hijos como tributo, dichos infantes se presentan “chupados” por la figura del diablo, quien además ostenta un bastón con los cuerpos de los niños devorados previamente, todo esto bajo un cielo nocturno en el que la luna sobresale como punto de luz para ubicar a la figura más simbólica del cuadro. Esta escena corresponde a los relatos de Las Brujas de Zugarramundi y plasman el acto cometido por María Presona y María Joanato al matar a sus hijos para dar una ofrenda al demonio.
Asimismo, dos obras que destacan en la temática son Vuelo de brujas (1797-1798) y Hechizado por la fuerza (1798), en ambos escenarios podemos ver fenómenos sobrenaturales; en el primero somos testigos de la aparición y rapto de un grupo de brujas mientras emprenden el vuelo con una víctima, mientras que en el segundo se representa una escena con un personaje hechizado que ilumina con cuidado una vela que se encarga de dar luz al resto del cuadro y revela a los seres extraños que acosan al hechizado.
Finalmente, en el último período de su producción artística, Goya creó las Pinturas Negras, las cuales son consideradas precursoras de la pintura moderna debido a su técnica y revolución visual. Entre ellas se encuentra una pintura también titulada El Aquelarre (1821-1823) donde la figura del demonio representada con una cabra negra dialoga con una mujer de velo blanco mientras un semicírculo de espectadoras (probablemente brujas) presta atención a las palabras. A pesar de que la pintura presenta figuras relacionadas con el satanismo y la brujería, las interpretaciones aún son muchas, argumentando también la alegoría de la ignorancia, la bestialidad y la crueldad humana.
Francisco de Goya resaltó muchas veces su postura negativa ante la brujería y las supersticiones tachándolas de ignorancia y oscurantismo para la sociedad, sin embargo, el tratamiento que otorgó a cada una de las obras pareciera también enmarcar una fascinación y respeto ante un mundo desconocido que albergaba y se basaba también en lo más bajo y tenebroso del ser humano. Su intención era el desenmascarar los demonios propios de la naturaleza humana y plasmar aquellas escenas a las que la pintura comenzó a voltear debido a la violencia y pasión de sus actos.
Además de ser precursor del movimiento romántico, el impresionismo pictórico y base de la pintura abstraccionista, Goya analiza y disecciona la figura de lo fantástico en su obra, no de una manera luminosa y abierta, sino escabrosa, cutre, violenta y fascinante creando así una imponente colección de culto por lo desconocido que siempre vale la pena (re)descubrir.
Fuentes:
BOZAL, Valeriano, Dibujos grotescos de Goya
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
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