Lo erizo del amor

Es cierto que las fortalezas a través del tiempo no siempre resisten los ataques provenientes de una fuerza exterior y dejan al descubierto la intimidad de los imperios (por ejemplo lo ocurrido en Tenochtitlan, China y Roma). Tarde o temprano las murallas terminan por caer o al menos eso es lo que dicen los libros de historia, sin embargo, los erizos opinan distinto.

En la película El Erizo (basada en el libro La elegancia del erizo de Muriel Barbery) dirigida por Mona Achache, la protagonista de la trama, Paloma, una niña que documenta y sentencia su futura muerte cuando haya cumplido los doce años de edad, es un perfecto erizo que no permite la entrada a ningún extranjero que se llame su familia o vecino. Asimismo, Renée, la portera del edificio donde vive Paloma, también se muestra como un erizo, como una muralla casi imposible de penetrar.

Las fronteras de las fortalezas sólo se pueden atravesar si el ataque es muy bueno, si la defensa es muy mala o en su defecto si la entidad o ente permiten el ingreso a su interior. Paloma y Renée permiten el acercamiento a sus fronteras al señor Kakuro Ozu, un japonés que llega a vivir al edificio, rozando entre sí sus espinas.

El acercamiento cálido y doloroso que se suscita entre los erizos, tal y como lo propone Luis Cernuda en la introducción del libro Donde habite el olvido, refiriéndose a la parábola “Dilema del erizo” de Arthur Schopenhauer, se manifiesta en la relación amorosa entre Reneé y Kakuro Ozu. Ambos rozan sus límites y cuando consiguen atravesar la semiosfera de sus soledades, el dolor producido por las espinas se manifiesta con la muerte de Renée, lo que da como resultado la vida de Paloma, pues ésta vislumbra que es más importante la acción que se esté llevando a cabo en el momento que concluye la vida que la muerte misma.

Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.

Si a un erizo le quitan las espinas para evitar el daño que éstas producen, a su vez le quitan la defensa y se vuelve más vulnerable a la muerte.

¿Díganme si es posible que los seres humanos sean capaces de cobijarse unos con otros y que nadie salga herido?

¡Qué dicha poder amar y sentirse vivo al mismo tiempo!

No hay más remedio que pagar la cuota por atravesar la frontera del ser amado. ¡Ya sabéis cómo…!

Autor: Diego R. Hernández

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