Entre verdades oficiales y maldiciones: el poder oscuro de la mente
La maldición de Thelma, dirigida por Joachim Trier, es uno de los largometrajes que integran la 64 Muestra Internacional de Cine; representante de Noruega, esta historia plena de suspenso, enmarca el autodescubrimiento de Thelma en una espiral de erotismo y tensión, en la cual resalta el choque entre la visión religiosa y la científica del poder desconocido de la mente, llevando al espectador a encontrarse con el terror desde lo fantástico.
A lo largo de la historia hay muchos testimonios de cómo lo diferente era visto desde lo religioso como algo negativo y obra del demonio, por lo que era necesario corregirlo mediante rituales feroces como los exorcismos o con penas sanguinarias como las inquisitoriales. Hoy sabemos que más allá de lo piadoso en dichas prácticas subyacía una cuestión de control y poder, de la cual aún no estamos libres. Pero, dada la complejidad del tema, nos limitaremos a destacar el tratamiento que se le da en esta cinta.
Thelma es hija de un matrimonio de rigurosas costumbres cristianas, toda su vida la ha pasado en un sitio alejado de las grandes concentraciones de gente, por lo que cuando se muda para ir a la universidad, se ve obligada a elegir entre la apacible seguridad de lo conocido o lo tentador de las nuevas experiencias. Todo se complica cuando conoce a Anja, una chica hermosa por quien siente una gran simpatía que, poco a poco, se irá transformando en algo más poderoso que le mostrará una parte oculta de sí misma. Thelma descubre que tiene una enfermedad similar a la epilepsia, a la cual los médicos le atribuyen un origen psicológico, pero lo que sucede con ella y a su alrededor supera tal explicación.
En la teoría literaria se define lo fantástico como un hecho que vacila entre una explicación racional y una sobrenatural, donde es indispensable que ambas sean igual de factibles, pero sin llegar nunca a establecer una como verdadera para que así en el lector permanezca la duda. En esta cinta se retoma uno de los tópicos fundamentales del terror: el de la maldición; en este caso una enfermedad mental fruto de la herencia familiar, pero que inevitablemente trae consigo la desgracia.
Por una parte se propone el origen médico de la condición de Thelma, pero por otra no se llega nunca a estudiar a fondo; los médicos plantean su padecimiento como fruto del estrés propio de una adolescente, por lo cual la refieren a un psiquiatra. Esto pone de manifiesto el desinterés, al menos en este contexto, de la ciencia por ciertos fenómenos a los cuales se desplaza al campo de las enfermedades mentales (recordemos que no hace mucho la homosexualidad era considerada un trastorno mental, por ello tampoco es gratuito que Thelma sea lesbiana).
Tal desinterés permite jugar con la actualización de una explicación religiosa por una científica, y así proponer una crítica a lo que tomamos como verdad oficial, pues un punto fundamental del filme es precisamente plantear una duda permanente, en cualquier nivel, desde en la estructura del mismo (empleando los mecanismos de lo fantástico), en la historia y hasta niveles más profundos como el análisis de los medios de control, por mencionar algo.
La maldición de Thelma pone de manifiesto que el universo es tan vasto y mucho de lo que pasa en él se escapa al estudio científico, religioso, espiritual, etc. Quienes se encargan de explicar el mundo establecen una verdad que usualmente no nos molestamos en cuestionar, pero quizá la solución esté ante nosotros, tal vez debamos hacer como Thelma, tratar de llegar hasta el fondo y tomar lo que funcione con respecto a cada uno.
La maldición de Thelma (2017)
Director: Joachim Trier
Guión: Joachim Trier
Fotografía: Jakob Ihre
Productora: Coproducción Noruega-Francia-Dinamarca-Suecia; Motlys / Eurimages / Film I Väst / Le Pacte / Nordic Film och TV Fund / Norwegian Film Institute / Snowglobe Films
País: Noruega
Duración: 110 minutos
Soy mi propia cicatriz o mi rostro atrapado en las manos, por eso escribo siempre las mismas palabras. Llevo un diario de fuego y espuma, y cuando se acabe el mundo intentaré tocar los cables del cielo.