Ante la demolición estructural de los inmuebles escénicos que recientemente afecta directa e indirectamente a la sociedad teatral mexicana, es menester tomar en cuenta que el delito contra el arte de la expresividad no es un tema relevante para el actual acervo cultural del país. Es decir, los ataques que atraviesan las diferentes comitivas teatrales se asemejan a los desmanes perpetrados por la pieza política del país como represalia a las escenificaciones dramáticas que evidenciaban con escrupulosidad la vida política del estado mexicano.
En términos generales, la violencia contra los espacios teatrales en México, se liga en gran medida con las temáticas controversiales que se gestaron después de la gran transformación del género mexicano en el alba del siglo XX.
No le den ideas al pueblo porque eso los hará razonar, y lo que no queremos, es el empoderamiento de las masas.
Para sobrentender el problema que trajo consigo la máxima transformación teatral en México, es oportuno señalar que teatro, según su definición griega, «es el acto de contemplar o mirar», y para la ideología romana, «es la palabra que indica el espacio físico donde se representa un acto y permite la común unión del público espectador con el espectáculo viviente».
Entonces resulta que, si el teatro es el acto de mirar y de hacer comulgar al pueblo con la obra escenificada, es evidente que la transformación en el teatro mexicano tuviera la necesidad de hacer mirar, notar u observar las anomalías del sistema político y de que el pueblo poco a poco asimilara un espíritu crítico del cómo palpita la vida de su país y el porqué de esa realidad hasta el punto en que el sentimiento del hartazgo superara la catarsis. La innovación en el teatro mexicano hizo que se rescatara la esencia o el perfil del hombre mexicano, era un teatro que se dirigía a la clase marginada y representaba las preocupaciones de un pueblo devastado por la miseria.
Dicho de otro modo, era un teatro del pueblo para al servicio del pueblo, y si a ello se le suman las manifestaciones de orientación artística teatral que florecían como resultado de lo que había ocasionado el movimiento revolucionario, oportunamente y para agobio de la clase privilegiada, obligaba a desenmascarar las traiciones del sistema político mexicano. Un ejemplo de ello fue el significativo teatro de revista, cuyos principales autores eran periodistas que entretenían con sátira mordaz y criticaban a varios personajes de la vida pública.
Si bien es cierto que el ambiente teatral mexicano a inicios del siglo XX no se igualaba en relevancia a los temas didácticos y sincréticos heredados de la escuela europea, es imprescindible hablar de un teatro mexicano fundador de su propia teatralidad que revoluciona con temas afines a la condición social del país. De ahí la antipatía del sistema político, que aún persiste, hacia al teatro mexicano, ese teatro que muchos consagran como el gran educador, el género posrevolucionario que lucha a favor de la muerte a la esclavitud del pensamiento y no cesa de dar luces de esperanza al pueblo mexicano cuando crea conciencia social en los escenarios.
Denle al pueblo lo que es del pueblo, y al Estado, lo que justamente se merece.
Incluso, hoy en día continúan sin reparo los ataques al teatro mexicano con el plan de intimidación a través de la censura y el derrumbe de espacios culturales, un atentado al arte contra los escenarios que rescatan, inspiran, crean y emancipan el espíritu humanístico. Aquellas gentes de doble moral que criminalizan la libertad de las ideas y se dedican a la destrucción de estos espacios, deben pertenecer al núcleo de los peores criminales que pueda albergar una nación.
Es claro que las imprecaciones hacia el teatro devienen de la injerencia política por obvias razones, es decir, el teatro es el arte de la representación de cómo se vive, se piensa y funciona el devenir histórico y social de un pueblo, por lo tanto, como bien refiere el padre del teatro mexicano, Rodolfo Usigli: “En México todo es política… la política es el clima, el aire”, y si en México todo es política, con mayor razón, el teatro mexicano evidencia lo caótico del sistema político que se propaga como raíz de todos los males en cada rincón del país. Palabras que encierran una penosa verdad, pues efectivamente, México se mueve y funciona a través de la política para bien de unos y desgracia de tantos.
El teatro es un arma de doble filo que exige profundizar la temática a plantear para dar con el mensaje claro y oportuno. Bajo este rubro, existe un término que se conoce como conflicto dentro de una obra teatral, el conflicto es lo que imprime el carácter de trascendencia y brinda calidad al drama, es el fundamento que rige la problemática que se desea exponer.
Ahora bien, si se hace un repaso por los conflictos internos de la nación mexicana, el género teatral goza de dos ejercicios mejor conocidos como escritura y escenificación, los cuales, al unificarlos, dan terrible batalla a esos conflictos de corrupción que se cocinan por debajo del sistema. Un pueblo contra el mal gobierno, y su cultura por encima de la ignorancia es la mejor sanción que se le pueda rendir a la oligarquía.
El menosprecio de la clase política hacia el mundo teatral es equivalente a una verdadera tragicomedia, donde la forma se concreta por el allanamiento vandálico de los diversos aforos como recurso de intimidación, y el fondo, como el pecado que se comete al violentar espacios donde se nutre de sensibilidad y conciencia al público mexicano.
El término conciencia viene a relucir al arquitecto Ignacio Mariscal, quien hizo defensa de las artes en el año de 1901 como parte del discurso en alegato al acto vandálico que perpetró la política mexicana contra la cultura en el siglo XX.
¿Dónde están los teatros que en México fueron? ¿Dónde el que fue el primer teatro de América? Y los que quedan, ¿en qué estado se encuentran? Semivacíos, siempre en entredicho, bajo diversas espadas de Damocles que por turnos va inventando el capricho sexenal, convertidos en hoteles de paso por la inepta política cultural que ha reducido la vida de los repertorios a la estéril superproducción de eventos que nunca reconstruirán el teatro nacional.
El teatro mexicano está en esa caracterización de rostros trágicos o cómicos de acuerdo a los intereses políticos que tratan de soslayar la cultura en general del país. La mejor manera de ir contra corriente es abarrotar los escenarios para cooperar en la consagración de miles de artistas, escritores y un sinfín de espacios culturales que fungen como santuarios para resguardo y ejecución de las bellas artes.
Urge recobrar la imagen que se tenía a principios del siglo XX donde el arte y la cultura eran el mejor adorno para vestir al pensamiento y liberar el espíritu, y como bien refiere el investigador teatral Alejandro Bullé Goyri cuando menciona que “la vida teatral en la Ciudad de México siempre fue intensa, multitud de teatros habían sido construidos en toda la República, sobre todo a partir de las fiestas en 1910 con motivo del centenario de la independencia nacional”, esto sin duda alguna, resulta un dato totalmente esperanzador en pro del arte para exigir la edificación de más inmuebles teatrales que le corresponde a toda ley a la sociedad mexicana como parte de su convivencia y recreación humanística.
De la misma manera, exige a toda comunidad que ama y respeta la cultura a mantenerse en constante vigilancia para defender los pocos espacios que siguen en pie después de los terribles altercados que dieron muerte a innumerables escenarios teatrales.
En definitiva, el más profundo respeto a los fundadores que han resentido la impotencia ante el agravio de los aforos censurados o destruidos sin un esclarecimiento fidedigno de los hechos y la máxima admiración a quienes aún hacen posible dar larga vida al teatro mexicano.
A todo esto, dejaré una cita del escritor argentino Ernesto Sábato que considero apropiada para estos tiempos en que casi nada ha cambiado después del siglo de la gran transformación teatral: “Lo admirable es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil”.
Texto por: Mar Díaz Entzín