Donde el fatal destino me guíe ciego,
déjame ir, y donde el pie me lleva;
no me acompañes más por compasión.
Hallaré quizá en un foso, una cueva, una roca,
que piadosa me prive de tanta guerra
arrojándome en lugar profundo y bajo.
Epicuro
Es contradictorio que lo que pasó ayer no haya pasado siempre; que lo que pase hoy no pase mañana, como también es contradictorio que lo que deba ser no sea.
Voltaire
Es quizá en nuestros momentos más hondos o en nuestra plenitud que nos asalta la idea de nuestro destino. Podemos pensar al destino como una fuerza ajena a nosotros, un lazo que nos ata a cada una de nuestras decisiones y a un camino preestablecido e inalterable.
Cualquiera podría decir que es dueño de su destino, que sus actos están perfectamente calculados, no obstante, lo cierto es que, desde el inicio, hemos sido víctimas de diversos sucesos caprichosos al llegar y comenzar nuestra existencia: no decidimos cuándo o cómo o dónde nacer. Así, a merced de una serie de leyes naturales e inalterables, nos vemos sujetos a caer cada vez que brincamos, a contar (o descontar) con ciertas funciones de nuestro cuerpo, a reconocernos frente a los otros y aceptar la existencia con sus limitaciones.
Por otro lado, utilizamos también el destino para reflexionar sobre nuestros sucesos, en los fragmentos de memoria que componen nuestro pasado, dan forma y justifican nuestro presente, así como proyectan una ilusión de nuestro futuro. Es la selección de nuestros momentos excesivos, tanto agradables como desoladores, lo que hace posible la idea de que nuestro destino es algo que nos somete a su voluntad; sin embargo, ante esto, el destino parece más una revelación, una epifanía de nuestros actos, un (re)descubrimiento de nosotros mismos, del material que nos moldea y se presenta como un porqué de nosotros mismos.
Pero, dejando de dar rodeos, podemos apoyarnos en la entrada del Diccionario Filosófico de Rosental y Iudin, el cual describe al destino como:
«[…] la noción religiosa e idealista de una fuerza sobrenatural que predetermina todos los acontecimientos en la vida de las personas. […] Algunas corrientes religiosas (por ejemplo, el catolicismo, la religión ortodoxa) intentan aminorar el fatalismo de las representaciones sobre el destino combinando eclécticamente la idea de la predeterminación divina con la del libre albedrío del individuo. En un sentido no filosófico, el concepto de destino también se usa para expresar la conjunción de circunstancias en la vida de un individuo o de un pueblo entero.
A partir de esto, el destino puede verse como ambas cosas: como la fuerza natural que todos experimentamos al vivir y la concatenación de acciones y circunstancias que nos hacen ser todo el tiempo.
Sin embargo, ¿es el destino sólo las circunstancias que recordamos, es decir, que seleccionamos y son impactantes en nuestra vida? ¿Podríamos cambiar lo que somos reflexionando lo que fuimos e hicimos? ¿Y si fuéramos capaces de alterar nuestros actos pasados o el recuerdo de ellos, seríamos distintos ahora y en el futuro?
Tal vez una obra que podría darnos una lectura o posible respuesta a estos cuestionamientos es Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Para ofrecer una interpretación ideal a nuestro tema, propongo plantear la película con el concepto de destino dentro de la tragedia griega, ya que es en este género donde podemos encontrar algunos de los usos más importantes del destino en la historia de la literatura (y, por lo tanto, de la cultura).
La historia
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos de Michel Gondry nos presenta la historia de Clementine y Joel, una pareja con personalidades diferentes: él es tímido y precavido mientras que ella es espontánea e inquieta. Después de una discusión, ambos deciden terminar su relación, por lo que Clementine se somete a una terapia para borrar a Joel completamente de su mente. Cuando Joel se entera de ello decide probar el mismo tratamiento, pero al entrar en contacto con sus recuerdos y la imagen de Clementine, éste decide esconderla en recuerdos diferentes comenzando un viaje desesperado a través de sus sueños, recuerdos y anhelos.
Al fracasar, Joel acude a su primer recuerdo con ella: el día en que se conocieron. Hacia el final del recuerdo, la imagen de Clementine le susurra que la encuentre en Montauk como la primera vez. Joel despierta sin recuerdos y toma un tren a ese destino por un impulso de su inconsciente. Durante el trayecto ve a Clementine sin reconocerla, pero al encontrarse en la playa y de regreso en el tren a su hogar, es ella quien decide acercarse a él y re-conocerse.
Joel y Clementine pasan la noche juntos en un lago congelado y al regresar a la casa de Joel, Clementine encuentra la cinta de sus recuerdos. Al escucharla en el auto de Joel, ambos se sorprenden con la cinta y se separan. Clementine va a la casa de Joel para descubrirlo escuchando su propia cinta y darse cuenta que ahora estaban ahí, uno frente al otro (como tantas veces hicieron en el pasado), sin recuerdos o, al menos, con voces que dicen ser sus recuerdos.
La dialéctica de lo trágico: lo apolíneo y lo dionisiaco en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos
Desde el inicio, Joel y Clementine representan la dialéctica necesaria en toda historia: dos fuerzas que se contraponen, se entablan en un diálogo y en el reconocimiento del otro para producir juntos una síntesis que el espectador puede leer en la obra. Son opuestos complementarios: la tranquilidad y mesura de Joel frente a la espontaneidad de Clementine crean una relación complementaria más allá de ellos. Ya no son dos entes separados en busca de un interlocutor, sino que ambos crean la historia.
Esta dualidad necesaria para la obra es también común en la tragedia griega. Nietzche en El Nacimiento de la Tragedia menciona que para que la tragedia suceda se deben contraponer dos imágenes divinas importantes: Dioniso y Apolo quienes representan el exceso y la mesura.
La actitud dionisiaca rebelde puede identificarse en algunos personajes clásicos como Edipo y Prometeo, quienes al intentar huir de su destino o su mandato, son «castigados» por una fuerza superior a la suya. Esta imagen es precisamente la de Apolo, el dios relacionado al orden de las artes y al oráculo de Delfos, quien no debe ser visto como una imagen de castigo, sino más bien de orden. Apolo es el encargado de restablecer el orden de las cosas, de mantener un justo límite entre los excesos de Dioniso.
Por otro lado, Dioniso, figura del culto por el vino y el éxtasis, es necesario para la creación y la concatenación de acciones, para el esclarecimiento de límites y para el albedrío necesario de las personas.
Es aquí donde encontramos el ethos (forma de comportarse, límite) regulando el pathos (forma de sentir lo humano) para crear cada uno de los sucesos entre los protagonistas y, quizá, de nuestras historias. Joel (Apolo) y Clementine (Dioniso) representan estas actitudes.
Recordemos los pasajes en que Clementine tiñe su cabello de diferentes colores dependiendo de su estado de ánimo: azul-depresión, naranja-plenitud, verde-revolución o reflexión. Ante esto, Joel menciona que no logra entender tal actitud excesiva y espontánea. Sin embargo, esta cualidad dionisiaca es fundamental para Clementine: se entrega por completo a su sentir incluso haciéndolo físicamente reconocible. Clementine rompe la barrera de la introspección porque no es suficiente que sólo ella lo entienda y se muestra tal como es al punto de exceder su imagen convencional y hacer testigos a los demás de su estado: no es la misma Clementine toda la película, ella está en una constante búsqueda, en un devenir violento de sentimientos, en un desbordamiento humano por lo que siente y va dirigido por y para Joel.
Clementine es el motor de la relación en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, es ella quien dictamina las acciones hasta sus últimas consecuencias. Por ejemplo, en los momentos de conocerse es ella quien decide entablar el primer diálogo con Joel como también es quien decide borrarlo de su mente. Por ello, Clementine es la fuerza dionisiaca, la encargada de iniciar o terminar el diálogo entre estos personajes y crear las situaciones que se vuelven cumbres en su relación (primer contacto en Montauk, noche en el lago congelado, discusión final y rompimiento).
Por otro lado, Joel, lo apolíneo, es el encargado de dictaminar y delimitar el camino de la relación, es decir, funge como guía en el camino de la dualidad ya que él aparece como el primer refugio de Clementine para pasar de su estado verde-revolución (búsqueda) a naranja-plenitud (encuentro de algo o alguien). Gracias a él, Clementine encuentra una paz momentánea en un camino posible, lo que genera una especie de felicidad para ambos.
Sin embargo, como la figura de Apolo, Joel también es visto como el controlador de las acciones de ella, como el destino que la somete y la obliga a ser como él dictamina. Esto lo podemos escuchar durante la revelación de la cinta de Clementine en la que acusa a Joel de aburrido, lo que podríamos relacionar, más bien, al orden necesario para complementar y dar forma a la desmesura de ella.
La función de Joel no se limita a eso. Al decidir borrar su mente, revela el oráculo y su destino. Joel es el encargado de dejar el rastro (destino preestablecido y orden), quizá sin saberlo, para guiar a Clementine de nuevo a él. Para esclarecer esto, recordemos las hojas del diario en el que Joel narra toda su relación con Clementine; estos textos son precisamente la colección de recuerdos que él escogió como trascendentes para ambos, puntos claves dentro de su relación, por ende, el dictamen del destino de ambos de principio a fin.
El diario equivale al oráculo de Delfos, éste narra lo que pasará porque ha pasado con anterioridad, por ello, no debe resultarnos extraño que un personaje como Patrick (un ayudante de laboratorio) lo utilice para intentar volver sobre las huellas de Joel y enamorar a Clementine. Sin embargo, Clementine se da cuenta que él no es el guía de su recuerdo ausente, ya que cuando este menciona una frase importante para ella, cae en cuenta del error como una especie de epifanía.
Es aquí cuando el destino ha alcanzado a Clementine, el rastro y la presencia de Joel la guía aún sin comprender lo que pasa, pero no por una cuestión física, sino por el discurso y lo que revela a su naturaleza sensitiva: es esto y su significado lo más importante en sus recuerdos porque se basa en el sentimiento. Es por ello que este diario es utilizado para crear el mapa de recuerdos para borrar la mente de Joel.
El oráculo de Delfos cumple su función cuando ambos se encuentran en condiciones similares: sin memoria. Y es así como vuelve a iniciar el viaje desconocido de las mentes sin recuerdos, pero guiados por ese eterno resplandor: su destino.
El desenlace de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos: hacia un encuentro con el destino
Ahora bien, para hablar del desenlace del filme conviene mostrar el papel de una figura dramática trascendental. Me refiero a Mary, la asistente de Lacuna Inc. Mary está enamorada del Dr. Howard (el creador de la terapia), sin embargo, cuando ella decide entregarse a él se entera que ya ha perdido su memoria anteriormente borrando una relación de amantes que tuvo con el doctor en el pasado. Al darse cuenta de esto, Mary opta por sacrificarse y vivir con la verdad, renuncia a su anhelo amoroso y devuelve los recuerdos (el conocimiento) a los pacientes anteriores.
Es aquí donde Mary evoca la figura de Prometeo, el Titán que dio el fuego a los humanos y es condenado a ser devorado y revivido durante toda la eternidad por su desobediencia, una figura popular en cuanto a lo trágico y el destino dentro de la mitología griega. Así, Mary está en un punto más alto que los pacientes, ya que ella conoce y posee los recuerdos de los demás, aquello que les fue arrebatado como a ella, y no duda en devolverlos a pesar de que para realizar este acto tuvo que ser condenada con el dolor de una pérdida de algo que no puede recordar.
Ya con sus recuerdos (regalo de la prometeica Mary), Joel y Clementine se redescubren como 4 personas diferentes: aquellos que fueron y quisieron dejar de ser (sus cintas de recuerdos) y quienes son ahora y esperan ser (sus mentes sin recuerdos). Esto desata otro impulso en Clementine quien decide aceptar el pasado y alejarse, pero Joel intenta convencerla de tomar la oportunidad para volver a comenzar. Clementine duda de esto y argumenta que no importa lo que intenten, ella siempre volverá a sentirse atrapada (alcanzada por el destino) debido a la naturaleza de Joel, a lo que él responde con la aceptación de su destino.
Joel acepta su destino, su reencuentro con la figura dionisiaca y conociendo la historia de su relación completa, acepta, una vez más, que ese es el camino al que han sido guiados. Ambos se funden en una risa de complicidad y cierran su pacto para saberse protagonistas de un inicio que, quizá, será el primero de muchos.
Aquí de nuevo podemos identificar una figura dramática: Sísifo, personaje de la mitología griega quien es obligado a cargar una piedra hasta la punta de una colina para que al llegar a ella, la piedra ruede al inicio condenando a Sísifo a realizar este acto por la eternidad. De esta manera, Joel y Clementine se convierten en Sísifo cargando la piedra de su relación al percatarse que su destino es ser guiados el uno al otro para, inevitablemente, separarse y volverse a unir volviendo sobre sus pasos. En este punto sólo podemos intentar imaginarnos a Joel y Clementine felices.
Conclusiones
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos es una obra que nos recuerda el papel de la memoria para seleccionar la importancia de nuestros recuerdos, ya que gracias a esta facultad podemos, en primera instancia, conocer nuestras circunstancias presentes y, posteriormente, encaminarnos a las visiones de un futuro posible.
Aunado a esto, tal vez podríamos decir que no hay engaños ante nuestra memoria. Joel y Clementine intentaron huir de su pasado al eliminarlo por completo con una onírica terapia, sin embargo, el destino (su historia y recuerdos) terminaron alcanzándolos porque es el pasado lo único seguro e inalterable que poseemos. Nuestra historia está construida de sucesos, por ende, también nuestra identidad y presente.
Al pensar en esto, no nos queda más que abrazar los fragmentos de los que se compone nuestra memoria, evocar los más importantes para cada uno de nosotros, reconciliarnos con aquellos que son difíciles de asimilar y convencernos de que, al final, es el camino, tanto el ya recorrido como el que se avecina, el encargado de moldearnos como caminantes.
Así, finalmente, como Joel y Clementine en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, podemos reir diciendo: Memoria es Destino.
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.