Una de mis tías contó que mi papá tenía guardado
en un estuche de seda el ombligo de una de sus hijas.
Guadalupe Dueñas
Empezaré este ensayo con una anécdota muy a pesar de que hace unas semanas un colega me dijo que esta es la forma más típica (y supongo menos original) de escribir un ensayo. No, no lo hago a pesar de, sino con toda la intención. Lo hago porque precisamente en una de las cajas cuya única función es guardar una serie de objetos que no tienen otra utilidad que recordarme algo o a alguien, guardo un par de textos de mi querido colega.
Conservar una carta, una postal, recortes de periódico, botones, el boleto de alguna obra de teatro o concierto, son las cosas más comunes que se guardan en estos depósitos de cartón. Reconozco que lo que yo guardo no son más que trivialidades, envidio a aquellos que gozan de una personalidad más extravagante y que quizá se atreven a conservar sus dientes o uñas, mechones de cabello de sus exparejas, el cordón umbilical de sus hijos, la dentadura postiza de la abuela o el insecto muerto que encontraron en su ventana cuando eran niños.
Una caja que guarda objetos despierta intriga no por la extravagancia de éstos sino por las infinitas posibilidades de asociarlos con el propietario. Los objetos tienen una narrativa propia y por ello, no es extraño que en la literatura esto se convierta en un elemento central para entender la obra de ciertos escritores; por ejemplo, los cuentos de la mexicana Guadalupe Dueñas.
La escritora nace en 1903, su formación literaria fue a través de algunos cursos en la Facultad de Filosofía y Letras, y de clases particulares con Emma Godoy; quizá estas incursiones periféricas en la formación académica de las letras influyeron para que Dueñas se desligara totalmente de las temáticas posrevolucionarias, especialmente en la colección de cuentos Tiene la noche un árbol.
A través de lo siniestro mezclado con humor negro, Guadalupe Dueñas critica severamente a la sociedad de su tiempo y pone especial énfasis en el rol que hereda y cumple la mujer dentro de una sociedad que, supuestamente, se encuentra en vías de modernización. Uno de los elementos de los que se sirve Dueñas para dejarnos ver la herencia sociocultural de sus personajes, es la relación que estos guardan con objetos de la vida cotidiana (zapatos, frascos, cartas) o bien, con animales indeseables que están insertos en esa misma cotidianeidad (sapos, ratas, piojos).
En los cuentos de Tiene la noche un árbol, los objetos y los animales se transforman en símbolos que obligan a los personajes a desempeñar un determinado rol social, es decir, las personas se determinan por los objetos y no los objetos son determinados por las personas. Angélica Maciel, en su texto El objeto terrible y el signo develado «Zapatos para toda la vida» de Guadalupe Dueñas, destaca que “la palabra hace al objeto en la literatura, lo dota de cualidades, color, forma, hasta voz y movimiento; el objeto hace a la palabra literaria infiriéndole la propiedad objetual en sus descripciones y definiciones”.
Guadalupe Dueñas vierte en su narrativa una postura frente a la herencia del rol social que la mujer recibe a través de los vínculos familiares y de la cual no puede deshacerse. La autora veía claramente un problema que para muchos ni siquiera resultaba aún un tema a discusión y no tenía ningún reparo en poner sobre la mesa su opinión al respecto. Patricia Rosas Lopátegui, autora del artículo “Guadalupe Dueñas en el centenario de su nacimiento”, cita un discurso que Dueñas dio en el Palacio de Bellas Artes, en el que señala con claridad y contundencia lo acotado que es el mundo literario mexicano en términos de género:
No hay nada que alague más al escritor que la oportunidad de leer sus engendros ante un público condescendiente. Noto que en este ciclo de charlas sólo aparecen tres mujeres ―su servidora una de ellas.
Guadalupe Dueñas muestra lo cotidiano como algo verdaderamente siniestro, todo aquello a lo que estamos habituados en el día a día habla de quiénes somos. Lo escalofriante radica en la idea de no tener capacidad para reconocer la atadura a los objetos y a la imposibilidad de renunciar a la herencia social que estos encierran, especialmente en el caso de las mujeres. En un mundo donde se es en función de los objetos, ¿qué quedaría de los personajes/personas al despojarse de ellos?
Texto por: Yarazai Simbrón