Cuando las batallas nos enseñaron cómo reescribir la Historia: la lucha por los derechos chilenos
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile!
¡Viva el pueblo!
¡Vivan los trabajadores!
Esas fueron las últimas palabras que se escucharon de la voz de Salvador Allende aquella mañana del 11 de septiembre de 1973 por medio de Radio Magallanes. Después de las 9:10, los minutos siguientes serían difíciles, el golpe de estado contra el gobierno de Allende sucedió y hasta la fecha se ha querido ver su trágico destino como un acto suicida. Sin embargo, me atrevería a decir que sus ideales, aspiraciones y sueños iban en contra de abandonar al pueblo chileno; el mismo pueblo que en estos últimos días han tenido que revivir el terror de la dictadura, la represión y la violencia en sus calles.
Al inicio de su 18 Brumario, Marx mencionó que “Hegel decía en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.”[1] No por nada es que hay quienes consideramos y creemos que justamente la Historia sirve como maestra de la vida, por más que lo anterior suene como cliché.
Con toda la desgracia que puede llevar, Chile nos mostró que lo que parecía ser un sistema democrático estable ha estado quebrado por casi 30 años. Los tiempos de la dictadura en donde no había manera de protestar sin que se terminase por ser un número más de la lista de desaparecidos o agredidos volvió a ocupar la vida de los chilenos.
Así fue como las últimas semanas vimos desarrollarse un estado crítico para los chilenos, donde la paz no fue ningún espacio para ellos, donde todo lo que podrían considerar justo se volvió una demanda determinante porque al final eso fue lo que desató la falsa estabilidad. El alta en el precio del metro de Chile,[2] un servicio que todos utilizan, fue el evento que detonó una serie de consignas relacionadas a los salarios dignos, servicios de salud necesarios y accesibles para la población, así como el inaceptable aumento al agua y la luz, en una población donde los ingresos de una persona de bajos recursos no alcanza a cubrir en totalidad los servicios necesarios.
La iniciativa por parte de la comunidad estudiantil por evadir el pago del servicio de transporte comenzó con una serie de manifestaciones que, poco a poco, comenzaron a ocupar el país, pero así como ocurrieron estos hechos, la represión también se hizo partidaria. Se decretó un estado de emergencia que, sin duda, reabrió viejas heridas para la población que padeció el golpe de estado militar que se vivió en 1973 después de la muerte de Allende. Lo anterior, sumado al despliegue de los militares, provocó que los escenarios se fueran pintando de forma gradual como viejas postales de la dictadura; un evento que había prometido no volver después de la derrota de Augusto Pinochet.[3]
Así conforme se hizo mayor hincapié en el toque de queda, las manifestaciones continuaron pues a pesar de que Piñera anunció que se suspendería el aumento en el metro, las inconformidades del pueblo chileno han estado en pleno momento de hacerse visibles, con o sin toque de queda.
El país en estado de caos no pudo más que recordarnos que sin duda, la historia se estaba repitiendo, que las heridas se abrían de nuevo y que como eventos traumáticos no podían dejar de hacerse presente para quienes lo estaban repitiendo y tuvieron que vivir un momento de la historia chilena que no tenía por qué manifestarse de nuevo.
La promesa de una vida mejor para los sectores más vulnerables de Chile, ese hito de esperanza del que se colgaron Piñera y una fila de mandatarios antes que él, sólo fue eso, una promesa que se transformó en descontento ante el escenario de poca empatía. Un acto que queda claro a partir de la desigualdad económica de ese país; se anunció, entonces, una vuelta a los campos de batalla del siglo XX.
¿La historia del siglo XX es un campo de batalla?[4] Definitivamente hay una serie de hechos tanto en Latinoamérica como en el mundo en general que permitieron definir al siglo XX como el siglo de las revoluciones. Enzo Traverso definiría este siglo como “la edad de rupturas repentinas, fulminantes e imprevistas”,[5] quizá porque como él mismo mantiene, ninguno de estos eventos se anunciaron con antelación.
Aunque podemos definir antecedentes de los disturbios, nadie anunció que detonarían lo que hemos podido observar de Chile en las últimas semanas. Pues parece que decir que un país “despertó” sólo dibuja viejos dichos, pero no, la situación chilena nos entregó un mensaje esperanzador donde más que despertar se han hecho evidentes las razones de su inconformidad.
Como menciona Traverso “las tendencias estructurales crean las premisas de las bifurcaciones, las crisis, los cataclismos históricos (las guerras, las revoluciones, las violencias de masas), pero no predeterminan su desarrollo ni tampoco su salida”.[6] Es por eso que aún existe esa esperanza –la verdadera-, de que dichos movimientos sean el ejemplo para más países como han venido ocurriendo; porque claro, Chile se sumó a otras naciones que en estas semanas dejaron de lado el temor para hacer frente a un estado de intranquilidad donde, también, todo aquel concepto nacionalista impuesto por un Estado dejó de ser eso para recrearse como un sentimiento real de hermandad, de identidad y credibilidad con el otro.
Es por eso que la lucha de los chilenos nos hace vibrar el corazón porque pese ante el terrible efecto de revelación que nos hizo la Historia, el constructo por un estado de –verdadero- derecho no pudo más que generar un estado de orgullo. Aún con el miedo de ver en videos e imágenes que nos llegaron desde el país sureño, las represiones a cualquier hora del día, el estado militar en las calles con sus carabineros golpeando e intimidando a las personas, aún con ese miedo la fe no cesa.
Ni mucho menos en pleno 25 de octubre cuando “la manifestación más grande en la historia de Chile”, nos regaló una serie de fotografías que enaltecieron esta lucha revolucionaria por los derechos. Los mismos derechos que se reclamaron y perdieron en plena dictadura de Pinochet, cuando todos los desaparecidos le dolieron al país, cuando los torturados y presos políticos se recrearon en el país sudamericano y cuando el exilio se hizo presente como la única forma de sobrevivir.
El terrible efecto de vivir en una dictadura sin saberlo es más fuerte cuando con el pasar de los años se nos hace evidente, se nos pone sobre la mesa y “nos abren los ojos” para mostrarnos que hemos vivido en una mentira. El afortunado despertar de los chilenos nos ha mostrado que sólo con el caos es posible generar un cambio. El 27 de octubre Piñera levantó el estado de queda después de una semana y aunque lo anterior permite que la población logre sentirse un poco más liberada, no se bajan las armas. Sobre todo porque no todo está resuelto y sólo hasta que la última demanda esté cumplida parece que podrá verse un país que vuelve a la “tranquilidad” como mucho se ha apuntado y dicho por todas partes.
Ante el estremecimiento del país, no podemos dejar de lado las imágenes del día viernes porque en este punto en donde estamos parados no podemos dejar de comparar las instantáneas de la represión que existió desde 1973 hasta 1990, con todo el trauma que cause, pero también, existe evidencia de cómo este toque de queda no es sinónimo de miedo pues, como si no lo hubiesen asesinado, Víctor Jara fue parte de las banderas que esta lucha chilena tomó. Sus canciones, con el sentimiento que el momento aportó, se escucharon en unidades, en las calles, en las protestas; una serie de personas cantando al unísono El derecho de vivir en paz ha sido una de las escenas más estremecedoras que definirán este momento del siglo XXI.
“El fin del siglo XX tomó la forma de una condensación de memorias; sus heridas se volvieron a abrir en ese momento, memoria e historia se cruzaron”,[7] porque no podemos pensar en una sin la otra. No hay una línea que divida a la memoria ni a la historia, no es posible entender esta situación sin que la primera se manifieste en la segunda para darnos cuenta de todos los desaciertos que tenemos como humanidad. Los chilenos saben que los errores no pueden repetirse, que los desaparecidos ni los torturados tendrían que volver a pintar esta historia del país, sin embargo, están y estarán hasta que la dignidad se haga costumbre.
[1] Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, p. 10
[2] Sebastián Piñera decidió subir el precio del pasaje del Metro en 30 pesos, llegando a un máximo de 830 pesos (US$1,17 aproximadamente). Información tomada de BBC Noticias https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50115798
[3] El plebiscito del 5 de Octubre de 1988 determinó con fuerza el triunfo del “NO” por lo que Pinochet se vio obligado a convocar a elecciones para el año siguiente. De esta forma, los chilenos tuvieron que esperar dos años para comenzar la trayectoria a la democracia.
[4] Esta definición se toma del título “La historia como campo de batalla” del autor Enzo Traverso, donde analiza los hechos bélicos, revoluciones y movimientos sociales del siglo XX como determinantes para entender la situación actual de las naciones estudiadas. Enzo Traverso, La historia como campo de batalla, Buenos Aires, FCE, 2012, 332 p.
[5] Enzo Traverso, La historia como campo de batalla, Buenos Aires, FCE, 2012, p. 17
[6] Ibíd.
[7] Ibíd., p. 18
Historiadora melancólica, caminante loca. Me gusta hablar de gente muerta con gente viva. Junté fragmentos de otras historias y no hay presagios como dice San Gustavo Cerati.
Sin café y cerveza, Ariadna pierde la cabeza.