Makishima de Psycho Pass: una reminiscencia de los villanos de Shakespeare
Makishima Shogo, el villano del ánime Psycho Pass, encarna una rememoración de Light Yagami de Death Note y, como suele ocurrir con la influencia, existen las similitudes entre ambos. Sin embargo, el mejor antecedente se encuentra en los personajes de la dramaturgia de William Shakespeare y en particular en los villanos de sus dramas: Hamlet, Otelo y Casio. Estos son los verdaderos precursores de este personaje de ánime.
El villano tradicional, refiríendome al clásico, es aquel que se oculta en el silencio, en el misterio. De esto da cuenta el crítico norteamericano Harold Bloom en el Canon Occidental. El villano más remoto es el Diablo de la Biblia que, en particular en el antiguo testamento, guarda silencio en sus acciones; es un personaje que sabemos de su existencia, pero que influye indirectamente. No tiene una participación directa, con la única excepción del libro de Job. Esto da la pauta para abrir el escrutinio del personaje a tratar. En un ensayo titulado “La maldad es silencio” se explica esta condición de la maldad: “Casi todos los personajes verdaderamente malvados hablan poco, casi nada o nada”[1] y en esto coincide con Bloom al hablar sobre el Diablo bíblico y su intención de ocultarse.
Por el contrario, el villano de Shakespeare posee una presencia visible, una cultura considerable y se desenvuelve con la palabra. Su maldad se manifiesta a través de ésta. No sólo utiliza la acción formal: matar, traicionar, engañar, sino que también hace buen uso del discurso y, con mayor precisión, de un doble discurso. Me refiero, claro está, a la manipulación que hacen los villanos con las palabras al engañar a los protagonistas. Prueba de ello es Casio en la tragedia de Julio César: él no sólo logra convencer a Bruto de conspirar en contra del emperador, si no también forma un grupo para conseguirlo. Al igual que Casio, Makishima tiene subordinados que lo obedecen porque han caído subyugados por sus palabras.
Entonces, encontramos que esta manifestación de maldad, por medio del discurso, se encuentra en este personaje de Psycho Pass. A él lo conocemos, al principio, por sus acciones y no por sus palabras. “Los malos, son malos en literatura hasta el momento en que hablan. Cuando el autor les otorga voz, ya no nos parecen tan malos.”[2] En el ánime, esto se debe al cambio de punto de vista; es decir a la focalización; que antes estaba centrado en los protagonistas. Sabemos, por supuesto, que Makishima ha cometido una serie de crímenes porque todo esto se nos dice por terceras personas. Sabemos que es un asesino al que no se le ha podido atrapar, pero no hay una muestra concreta de él o de su aspecto. Incluso, no hay un rostro definido. Éste es un rasgo del villano memorable que ya he comentado antes en el ensayo “Óbito: el hombre sin identidad”, pues la situación de enmascaramiento o de ocultamiento tiene que ver con su proceso de evolución. Al no tener un rostro definido se le otorga un rasgo de misterio y de atracción.
Posteriormente, aparece físicamente en capítulos más adelante. Nos damos cuenta de sus características, su fisonomía y su idiosincrasia. Su apariencia contrasta con sus acciones: parece ser un buen tipo, educado, tranquilo e inteligente, mismos rasgos de Light Yagami o de Johan de Monster. Conocemos que es un buen estratega y peleador. Se parece al Hamlet de Shakespeare en la forma de su discurso: moralizador, cientificista, con rasgos cultos. Para nosotros los espectadores, Makishima adquiere un matiz diferente. Al explicar sus razones de por qué realiza los homicidios, comienza a tener una personalidad más nítida y logra convencernos. El cambio de punto de vista determina esta sensación.
Lo convencional es que el villano muestre su antagonismo por medio de las acciones que realiza. En Makishima no es la excepción. Su oposición a las leyes y el orden se manifiesta en los asesinatos que comete después de hacerlos visibles a nosotros, así reafirma su reputación. El objetivo de este personaje es liberar a las personas de Sibyl, el sistema de justicia que fue creado con base en lo mejor de la tecnología y es el mejor avance de la ciencia. Es tal la importancia que ejerce en la sociedad que determina todo: desde el oficio a elegir hasta el nivel de maldad de cada persona.
La fuerza que guía a este personaje, que ahora es un antihéroe, es la libertad. El sistema Sibyl ha encadenado a la sociedad a una vida sencilla, despreocupada y sin violencia. Sin embargo, esto trae sus consecuencias: cuando a la sociedad se le quita el concepto de violencia se le hace un mal, porque cuando ésta se presenta las personas no saben cómo actuar. Son ignorantes en ese aspecto y, así, son más vulnerables. El arte también es restringido. El sistema Sibyl no permite manifestaciones artísticas que tengan en su interior el retrato de la violencia. Makishima toma entonces el lugar de conspirador al igual que Casio en Julio César, pero a diferencia del personaje de Shakespeare que conspira para poner a otro en el trono, a Makishima lo que le importa es la libertad de las personas. Entonces surge una duda en los espectadores y es que ahora quien era al inicio un villano comienza a tener matices de héroe. Por supuesto, al final sabemos que es un antihéroe.
Su erudición es parecida a la de Hamlet, el rey de Dinamarca. Tiende al monólogo, el discurso hacia sí mismo y lo hace a pesar de estar presente otra persona. Le gusta escucharse a sí mismo y por eso cuando aparece su némesis: Kogami, nos encontramos con la otra mitad que le faltaba, con su correspondiente antagonista
Para entrar en mayor detalle con Makishima es indispensable leer un diálogo de este personaje para conocerlo más de cerca:
Cuando los humanos basan sus vidas en el oráculo de Sibyl, sin siquiera considerar lo que realmente quieren, ¿de verdad conservan algo de su valor?[3]
Esta frase es pronunciada cuando él está a punto de matar a una mujer y el sistema Sybil no puede detenerlo porque no logra detectar su maldad. Su frase da qué decir. En principio se hace una analogía con la figura del oráculo, lo cual, por supuesto, nos remite a Macbeth, quien gracias a las brujas que ven el futuro, él trata de seguirlo. Lo mismo sucede en la vida de los ciudadanos regidos por Sibyl: tratan de cumplir lo que este sistema les previene. Aquí, Makishima cuestiona al sistema y trae a relucir que la idea de libre elección se ha perdido.
El concepto de maldad y bondad son también discutibles. El sistema juzga quiénes son los criminales y él, en sí mismo, está fuera de esta concepción. Está, en palabras de Nietzche, “más allá del bien y del mal”. Pero también me atrevo a decir que las palabras de Makishima arrastran una reminiscencia de la angustia de Kierkegaard. El estado religioso es el que prevalece en la ciudadanía y él quiere que trasciendan. Parecida a aquella máquina de Asimov en “La última pregunta”, el sistema Sibyl adquiere el lugar de un Dios. Makishima lucha contra ese Dios autoritario, engendra la lucha arcaica del humano con su gobernante o con el destino de aquel legado griego.
Cuando nos colocamos en el punto de vista de Makishima, la figura de Sibyl cae como símbolo de respeto. Makishima transmite empatía por sus palabras. Sus crímenes cambian a nosotros, ya no poseen ese sentido vacío de su primera mención, sino que ahora conocemos su pensamiento. Después, al descubirir la verdadera forma de Sibyl, nuestra postura es la de apoyo al que, en un inicio, era el villano. Makishima es el libertador, es quien devolverá el fuego a los hombres. Al igual que Light Yagami, siente que es el único que puede cumplir esta empresa.
Este procedimiento es una suspicacia del creador del ánime. El punto de vista es semejante a una esfera de la que sólo vemos un único lado al inicio, pero que va girando conforme avanzan los capítulos.
Este cambio no afecta a los protagonistas al grado de que pensemos que se permutan sus posiciones a antagonistas. Su esencia sigue permaneciendo, el punto de vista no cambia en ellos.
Makishima es un renegado social. Su maestro lo es aún más, éste vive aislado y recurre a las prácticas que son consideradas antiguas. La tecnología es puesta a un lado y usa su inteligencia creativa para sus labores diarias. No está por demás decir que su parecido recuerda a Sherlock Holmes quien, a través de un vistazo, podía saber los pormenores de la vida de una persona. Además, es el mentor de Makishima, de quien podemos decir que posee una atracción hacia lo meramente intelectivo. Su afición por conocer la voluntad humana en su más íntima expresión lo orillan a crear juegos donde confronta a las personas. Esto tiene un fin recreativo y de investigación: lleva a cabo el análisis del comportamiento humano.
Esta noción de paternidad la encontramos en Hamlet. En el texto de Shakespeare se busca la venganza por la muerte física, en el caso de Psycho Pass por la muerte social de quien funge como maestro de Makishima. Tanto uno como otro los motiva la existencia paternalista de un personaje.
La justicia es una idea recurrente en el ánime. Todo depende del punto de vista, ninguno posee esa verdadera justicia. Una justicia que buscó Bruto al asesinar a César y es lo que Makishima quiere: terminar con el sistema Sybil para ser el libertador de su sociedad. Incluso, pide que el arte sea difundido sin represión. Es además un preferente de los libros en físico, da un discurso semejante al de Don Quijote con una apología a los libros físicos sobre los digitales; en una palabra, es un conservador. Pero aquí conservadurismo viene a connotar algo mejor, la vuelta al pasado es lo que reivindicará a sus semejantes.
Se mantiene intacto en su pensamiento hasta el final de la temporada. El villano shakesperiano cambia, se transforma, es un nuevo tipo de héroe. Uno memorable por su marcada influencia en la obra del dramaturgo inglés. Psycho Pass es una entrada a un mundo distópico que, a fuerza de evolucionar, de caminar sin parar, regresa al inicio, a un oscurantismo semejante al de la Edad Media.
Autor: José López Avendaño
[1] Texto de José Carlos Somoza (2002: 1)
[2] (2002: 111)
[3] Esta frase se encuentra en el capítulo.