Clarice Lispector: experimentar la sensación de su personaje
Si alguien pidiera contar los personajes que hemos interpretado en nuestras vidas, ¿cuántos habremos realizado? ¿Quién interpretó el personaje de Clarice Lispector? Mientras estuvo recreándose en la vida, se convirtió en alguien en quien se trabajó todos los días, quien durante algunos años se consolidó como una de las escritoras brasileñas más reconocidas y admiradas. Una escritora, poeta, cuentista, periodista, madre, mujer que, al morir, regresó a esa intérprete ucraniana, quien nunca existió para sí más que en su nacimiento y muerte.
Se especula mucho sobre este nombre, uno que le fue dado al nacer y que sólo volvió a pronunciarse como suyo hasta que murió. Por su parte, Clarice le permitió mostrar todas sus facetas deseadas. Desde una mujer herida y preocupada –casi castigada-, hasta la periodista y depresiva escritora de carácter misterioso para más de uno, indescifrable a veces y siempre imponente.
Clarice Lispector tenía la desgracia en el nacimiento, poseía un sentimiento de culpa por no haber podido salvar a su madre de la muerte. Su llegada a Brasil cuando ella era un bebé fue el inicio de su vida como brasileña, la idea de abandonar su ser ucraniano para convertirse en una refugiada sin parecerlo. Se ha dicho mucho sobre la condición de la familia de Lispector al llegar a Recife, donde a pesar de no existir una guerra, sí existía el coqueteo con el fabismo y la dictadura.
Su condición personal fue mucho más importante que sus lecturas o influencias. Tuvo un origen muy distinto a lo ‘normal’ en Brasil. Era bastante pobre, pero su pobreza no era la pobreza brasileña de los campesinos o de las favelas. Era la pobreza del refugiado, del inmigrante. Entonces en su obra siempre nos encontramos con la mirada ajena, de la persona que parece encajar en la sociedad pero que se sabe fuera, afirmó Benjamín Moser, el biógrafo de la escritora. Él se dedicó a preparar una obra sobre la vida de Lispector, en ese afán de querer conocerla, de desentrañar sus letras y conocer quién fue esa mujer.
La realidad es que lo más concreto que podemos saber de la escritora es que fue una exiliada en Brasil. Si algo tiene el siglo XX es que se reconoce como la época en la que la presencia de los refugiados enriqueció a los países. Sin embargo, también es cierto que la huella de violencia y guerra propia de ese siglo fue un estigma para las siguientes generaciones.
Clarice Lispector nació en 1920 en Chechelnik, una pequeña aldea de Ucrania, y tuvo que lidiar, desde antes de nacer, con el terror de los perseguidos judíos que comenzó a finales del siglo XIX y principios del XX.
¿Será entonces esa condición adquirida la que marcó su narrativa? ¿Qué nos quiso decir a través de sus letras? Se dice que hay una literatura que tiene como objetivo el entretenimiento y otra que nace de la necesidad biológica por expresarse. Sin duda, Lispector tuvo mucho que expresar a través de sus historias. Quizá muy visceral hasta el punto en el que se llegó a pensar como un autora incomprensible, difícil al momento de leerla pero con un estilo particular como ella misma.
Así como para Spinoza, para Clarice la naturaleza interior del hombre era divina y el objetivo más noble que existía era conjurarla. De acuerdo con Moser, la escritora se acercó paulatinamente al misterio de Dios y la experiencia religiosa con cada libro. En efecto, el lenguaje es un vehículo de revelación para la poeta.
Lo anterior describe de una forma muy mística las letras de Clarice Lispector y resulta curioso pensar que incluso esa expresión se encuentra en los cuentos para niños. Porque claro, su obra no se redujo ni a su labor como periodista ni a su faceta de ensayista ni mucho menos a la de poeta, que es, probablemente, la que le permitió concretar con todas las demás. Existió en ella la capacidad de escribir para los niños, de crear pequeñas historias para esos seres inmiscuidos en la vida humana.
Clarice Lispector, siguiendo la tradición judía, busca el santuario que cada uno alberga en sí mismo por medio de anécdotas, de cuentos que ayudan tanto al que lo cuenta como a quienes le escuchan. Su objetivo es llegar allí donde habita la divinidad.
La escritora y el santuario
Es probable que la publicación de su primera obra a una edad temprana se convirtiera en un augurio para todo lo demás. Sus narraciones describen el abismo que existe entre lo decible y lo indecible, y la necesidad humana de expresar el silencio. Un raro contraste entre decir y no hacerlo. Por un lado, se entiende la explosión de su obra inmersa en el Brasil moderno de final de los años 30, cuando se comenzaba a generar un círculo de intelectuales donde Clarice se volvió partícipe. Por el otro, la discreción en sus palabras que volvieron peculiar su trabajo escrito.
Sin embargo, el rechazo fue parte de su experiencia. Le sucedió en los periódicos, aunque trabajó para ellos. O Diário de Pernambuco se negó a publicar sus textos. Lispector envió una serie de cuentos infantiles que nunca fueron publicados por no ser lo que el diario acostumbraba a recibir. Mientras los cuentos que llegaban eran cuentos casi premeditados y la copia de otros, los textos de Lispector deseaban mostrar más que eso: “Los míos eran sensaciones”, afirmó en una entrevista cuando hizo mención de todos esos cuentos que nunca vio en las hojas del diario. Como si a los niños se les tuviera prohibido sentir por medio de las letras, como si no fuese válido hacerlo de esa manera.
Lispector tenía la ventaja de haber devorado libros desde que tuvo la capacidad de hacerlo, de acercarse a obras clásicas para niños hasta su edad madura donde comenzó con otro tipo de lecturas. Siempre apegada a las letras, poseía la sensibilidad de conocer ambas caras de la moneda: lectora y escritora, empática hasta en ese momento por el afán de curar las heridas de su nacimiento.
Un aspecto que me parece valioso rescatar de Clarice Lispector es su empatía. Su condición que al inicio la señalaba como una marginada desapareció probablemente al ingresar a la Universidad de Río. Ser una desterrada de su territorio natal probablemente fue un estigma para ella, pero ese aspecto lo encontró en esos sitios brasileños donde habitó: Recife y Rio de Janeiro.
El primero, una zona pobre en la que terminó por adaptarse y dar paso a la Clarice de Brasil, quien aprendió un nuevo idioma y una nueva cultura, la cual abrazó hasta el grado de ser indiscutiblemente brasileña, al menos hasta el día de su muerte. El segundo fue la zona que le dejaría conocer el círculo donde desarrollaría su producción literaria para ser reconocida internacionalmente.
Abogada de profesión, llegó a mencionar que dicha labor se consolidó por algunos comentarios recibidos en plena infancia, como ser defensora de animales. A la par de lo anterior, Clarice Lispector creció con la idea de ayudar a los desprotegidos, a los desgraciados quienes, como ella, sólo perecían ante las manos de otros. En O Jornal de Brasil, el 2 de noviembre de 1968 comentó que le gustaría ser una luchadora, “una persona que lucha por el bien de otros”, pues parece difícil pensar que alguien que nació y creció con la marca como lo hizo Lispector no haya tenido jamás un ápice de empatía por alguien más.
Ella se encontró involucrada en escenarios complicados. El primero fue difícil de mantener claro por su edad, pero el segundo, como una desterrada en otro lugar que al final se convirtió en el hogar donde creció y se crío. Ser desterrada debe ser complicado, tener la percepción de no pertenecer, pero al mismo tiempo de poseer una cultura o el desarrollo de la misma. Así, con distintas formas de ver la realidad y tantearla desde su mirada y desde sus sensaciones como ella siempre lo mantuvo, se comprendió como habitante de sus respectivos espacios.
El gusto por sentir, empatizar y ser una mujer misteriosa le dejó a sus lectores un camino para poder acercarse a ella por medio de sus ideas y emociones. Además, en su obra siempre hubo un lugar para los periféricos, las minorías, habituales de Brasil y de muchas partes del mundo, similar a la literatura de Cordel: míticos. Quizá “misteriosa” fue el adjetivo más fácil de dotarle, aunque era más enigmática, un aspecto que su mirada expresó y sus sentimientos manifestaron por medio de la escritura.
Historiadora melancólica, caminante loca. Me gusta hablar de gente muerta con gente viva. Junté fragmentos de otras historias y no hay presagios como dice San Gustavo Cerati.
Sin café y cerveza, Ariadna pierde la cabeza.