Muchas veces escuchamos que la vida supera la ficción o que los cuentos de hadas sólo son eso y no pasa en la “realidad”, es decir, el príncipe azul y los lugares mágicos son puro invento de quien los escribió. Sin embargo, en muchas otras ocasiones es el arte el que nos da ideas de cómo podría cambiar nuestra vida a través de las visiones de mundo de otros artistas cercanos o lejanos.
En ese sentido El Jardín de las Certezas, escrito por Diana Ramírez Luna, resulta una lectura interesante para reflexionar, entre muchos otros temas, sobre lo que el arte significa en ese viaje llamado vida. Desde el título de la novela encontramos un pequeño indicio de lo que el arte podría darnos y eso es la certeza.
A grandes rasgos, la novela trata de cómo una joven de nombre Natalia, tras sufrir una pérdida cercana, se pone en marcha para realizar la búsqueda de sus certezas. Ésta no es una decisión que haya tomado sola, sino que con ayuda de un pintor llamado André Baccili y unos personajes muy particulares es que aborda el tren metafórico hacia la Estación de las certezas.
Toda esta sinopsis pareciera muy simple, sin embargo, los detalles que la autora proporciona con respecto al arte y cómo es que éste nos ayuda a ver de forma distinta nuestro día a día. Podríamos hacer una aventurada comparación entre el Jardín de las Certezas y El retrato de Dorian Gray, escrito por Oscar Wilde, para darnos cuenta cómo, en ambos casos, un cuadro es capaz no sólo de conmover al espectador, sino de (re)presentar una perspectiva más profunda de lo que nos sucede.
A lo largo de 3 secciones, cual retablo de El Bosco, la novela nos adentra a un sinnúmero de reflexiones sobre temas relacionados con la condición humana, como lo es la soledad, la pérdida y, sobre todo, la percepción que tenemos sobre el tiempo. Sin embargo, es quizá la última certeza la que le da sentido a todos los fragmentos propuestos por la autora en el viaje que realiza la heroína.
Natalia, quien es el personaje principal de esta novela, podría ser catalogada como una persona melancólica al igual que André Baccili, el pintor de El Jardín de las Certezas. Esta condición hace que tanto la figura de ella como la de él logren explicar mediante el arte el sentido de su vida. La melancolía en ambos personajes permite saber al lector que la soledad se presenta de diversas formas y suele ser el impulso para encontrar nuestras pasiones.
La condición melancólica, desde la perspectiva aristotélica, de estos personajes es, quizás, el móvil más relevante a lo largo del viaje y, sin llegar a la sobreinterpretación, pues esta condición también es parte de la naturaleza del tópico del viaje. Por tal motivo, el que la autora nos lleve de la mano, estación tras estación, hace que la lectura se disfrute como un viaje en tren y que veamos el cuadro de nuestra vida como se ve el paisaje a través de la ventana de un tren.
Te invitamos a leer el primer capítulo de la novela aquí.
Escribiente que preferiría no hacerlo, lectora de lo ajeno y fanática de Bolaño.