La mayoría de nosotros acostumbramos a tener un diario para desahogo, otros como un testimonio de todas aquellas vivencias cotidianas, que en muchas ocasiones, sin quererlo, se vuelven registros de la época. Los diarios de nuestros viajes probablemente no estén muy alejados de aquellos que nos permitieron entender la geografía del mundo.
A partir de las expediciones a aquello que se denominó como Nuevo Mundo, los geógrafos y cartógrafos fueron los primeros en brindarnos escenas de sitios desconocidos. Durante los siglos XVIII y XIX los viajeros de aquel entonces nos regalaron otra mirada, transformaciones de los encuentros que se tuvieron durante el reconocimiento de estas tierras. En especial este segundo grupo de viajeros, mostraron un México decimonónico, los nombres como Alexander von Humboldt o Joseph Lauterer nos invitan a pensar en las descripciones de las riquezas culturales.
En este caso y bajo ciertas restricciones que un diario de viaje pueda tener, lo cierto es que el siglo XIX fue el exponente para mostrar todo aquello que distinguió a lugares como México. Humboldt fue la principal figura que retrató este nuevo sitio. “Según Lucas Alamán, la obra de Humboldt había dado a conocer a Nueva España por primera vez de manera fidedigna en España; además, se había despertado el interés de todas las demás naciones.”[1] Sin embargo, dentro de esas restricciones que se mencionan al inicio del párrafo se encuentran esas que tenían que ver con las falsas ideas que se hicieron los mexicanos del propio país, con un listado de “exagerada riqueza”.
Es probable que ese se haya vuelto un riesgo de los diarios. La muestra de una realidad que puede diferir o puede variar de aquello que no está escrito, sin embargo, de alguna u otra forma eso se convirtió en el atractivo de estos textos que además de ser descriptivos, invitaban a hacer los mismos viajes o adentrarse en investigar todo aquello que se nombraba.
Así como en México se mostró una visión atractiva de las riquezas, me parece que los diarios de viaje se convierten en esa aportación literaria con todas las descripciones y vivencias que contienen. En el caso de Chile existe un diario que narra la salida de un ferrocarril, como el inicio de un viaje: “eran valles exuberantes de vida, praderas esmaltadas con el rocío de la mañana, arbustos silvestres que se mecían acariciados por el céfiro, bandadas de jilgueros que piaban alegremente saludando los primeros albores”.[2]
Lo más vistoso de estos diarios es también la oportunidad que brindan en cuanto a las ilustraciones, muchas de las historias de todos los días incluían parte de esos paisajes que se describían en un viaje. Si bien ese suele ser un aspecto común, lo cierto es que los cuadernos de viajes suelen ser muy íntimos.
En ese sentido, me parece que la intimidad de la cual los lectores somos partícipes es una especie de entendimiento con el escritor. En muchas ocasiones, nos hacemos compañeros de viaje con el autor, vemos a través de las descripciones aquellas escenas de las que fueron testigos.
Los itinerarios de esos viajes además de todo son muestras de las expresiones o intereses que se percibían de ciertos lugares. ¿Qué se pueden rescatar de los diarios? Los intereses de los tiempos y distancias de los trayectos, el urbanismo, el comercio, las huellas de civilizaciones antiguas, la historia y las travesías. Todo lo anterior bajo un registro que no necesariamente es riguroso pero sí necesario dentro de la catarsis escrita.
Por supuesto, otro testimonio que brindan estos diarios es el de las posibilidades o perfiles de los autores. Es posible distinguir estos perfiles a partir de los sitios en donde se hospedaron, si es que fue el caso, ya que además no siempre es algo que se exponga en los diarios puesto que es información que no necesariamente se vuelve relevante en un viaje si el protagonismo radica en las experiencias de los lugares o paisajes.
Los diarios muestran esa necesidad además de buscar la comprensión de la alteridad, de aquello que se conoce en los viajes, como una necesidad por abarcar espacios desconocidos. Además, la intimidad que un viaje así ofrece es también la privacidad de un texto. Los diarios muestran un desahogo de aquello que se cree privado, sin la idea de que se vuelva un texto colectivo. ¿En quién se pensó al momento de escribir un diario de viaje? Una especie de monólogo que se transformó en una lectura colectiva, la misma a la cual se dota las perspectivas que se deseen según sea el lector.
Las intenciones parecen ser variadas, una oportunidad de conocer nuevos espacios a través de los ojos y escritos de alguien más o una posibilidad de detectar los alcances que estos textos tuvieron. Buenas o malas, las cosas que resultan de estas lecturas pueden ser interpretadas como mejor nos parezcan. Estamos frente al texto de un viajero que decidió dejar como testimonio parte de sus recorridos, de sus encuentros y descubrimientos pero también, una inquietud para ver aquello que sus ojos describieron desde sus posibilidades.
[1] Hojas de un diario de viaje, Concepción, Literatura de viajes como fuente histórica para el México decimonónico, 1908, p.47
[2] Ibíd., p. 6
Historiadora melancólica, caminante loca. Me gusta hablar de gente muerta con gente viva. Junté fragmentos de otras historias y no hay presagios como dice San Gustavo Cerati.
Sin café y cerveza, Ariadna pierde la cabeza.