Confabulario de Juan José Arreola: la palabra que deambula sin reposo
La fascinación que podemos llegar a sentir por obras inclasificables muchas veces va más allá de la historia, el tema o, incluso, las dificultades por las que tuvo que pasar un autor para poder ver alguna de ellas terminadas. Su misticismo, por llamarlo de alguna manera, radica también en su papel para hacernos dudar, aunque sea sólo por breves lapsos, sobre qué es exactamente lo que estamos leyendo, ¿cómo podríamos clasificarlo? Y, tal vez más enigmático aún, ¿cuál debería ser su lugar en nuestros libreros?
Por los anaqueles de la literatura mexicana transitan obras de difícil clasificación. Algunas más disformes que otras, pero su naturaleza cambiante es precisamente lo que nos atrae y conmina a ser sus lectores devotos. Estas obras deben parte de su fama a sus méritos estético-literarios, sus temáticas que salen de los cánones establecidos de una época y, junto con esto último, porque revelan una marca de tiempo dentro de la vasta enciclopedia de las letras mexicanas. Pienso, por ejemplo, en el barroco Palinuro de México de Fernando del Paso o el intrigante Farabeuf de Salvador Elizondo. Sin embargo, sería injusto hablar de obras enigmáticas e inclasificables sin mencionar Confabulario de Juan José Arreola, ya que en la literatura mexicana probablemente no exista otro título medular para describir la narrativa breve, la imaginativa prosa o los sutiles desengaños de la realidad como este conjunto de cuentos.
Para comenzar a describir su Confabulario es indispensable considerar a Juan José Arreola en todas sus vertientes: el escritor, el juglar, el personaje de las mil máscaras, el presentador de televisión, el amigo entrañable de grandes plumas nacionales, el escritor autodidacta que se hizo a sí mismo a base del ferviente amor que sentía por los libros y la literatura. Cuenta Antonio Alatorre que lo que más le atraía de Arreola era su amor por las palabras, por la felicidad que le provocaba pronunciarlas y flotar en la conversación impulsada por una densa nube de ideas. No por nada al inicio de su colección de cuentos el jalisciense nos advierte:
“No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka”.
Una sentencia clara para aguardar la sorpresa provocada por la vorágine lingüística que se avecina a lo largo de las poco más de 160 páginas que conforman Confabulario. Más allá del despliegue imaginativo de Juan José Arreola, lo que puede resaltar de inmediato para el lector es su prosa, las palabras que utiliza para narrar y dar forma a sus tramas y personajes. Al leer Confabulario nos encontraremos frente a un despliegue libre y hasta salvaje de dichos populares, creencias religiosas, mitos e ideas que cuestionan los límites de lo que podemos considerar literatura. Por ejemplo, en el cuento “Anuncio” el autor emplea el discurso publicitario para redactar un absurdo pero hipnotizante spot publicitario para promocionar “unas criaturas” que satisfacen las necesidades de compañía de los hombres. Un caso similar es el del relato “Sinesio de Rodas”, el cual comienza como una disertación teológica sobre el olvido de este estudioso de los ángeles a una estructurada explicación de su jerarquía celestial. En ambos casos, el uso de un discurso distinto expone los textos a la duda sobre las características de la narración y lo literario.
Por otro lado, podemos encontrar relatos cuyo desarrollo se presta a lecturas como alegorías sociales o de la vida misma, como son los casos de “El prodigioso miligramo” y “El guardagujas”. En el primero conocemos la historia de una diminuta hormiga, la cual un día como cualquier otro encuentra un prodigioso miligramo. Ante la sorpresa y extrañeza del objeto, toda la comunidad de insectos vuelca su atención hacía el miligramo, lo que desestabiliza el orden del hormiguero y desemboca en una anécdota anárquica, algo que recuerda la endeble estabilidad social de nuestros días. Por su parte, “El guardagujas” es un frenético pero esclarecedor diálogo entre el guardagujas de una estación de ferrocarril y un forastero que desesperadamente busca llegar a un lugar llamado T. Ante la urgencia del viajero, el guardagujas le explica que es imposible marcar los caminos de los trenes y que tendrá suerte si puede subirse a uno hacia cualquier destino. El enigma con el que el viejo guardagujas describe la salvaje naturaleza de los viajes recuerda a la vida misma, pues no importa la rigurosidad de nuestros planes, siempre estamos en peligro de tomar el tren equivocado; aunque, ¿realmente existe algún camino equivocado al vagar por la incertidumbre?
Hablar del Confabulario de Juan José Arreola es también mencionar lo fantástico. Aunque cada uno de los cuentos que componen el libro cuenta con algún elemento que podría ser considerado fantástico, “La migala” y “Un pacto con el diablo” son quizá los relatos que mejor ejemplifican la maestría narrativa que el autor tenía sobre este género. “La migala” relata el horror y fascinación que el protagonista siente por un espécimen de araña que termina comprando. Aunque breve, el cuento construye el terror a partir de las dudas que nos genera como lectores: ¿quién es realmente este personaje? ¿Por qué su fascinación por un ser tan grotesco? ¿Cuáles son sus intenciones reales? Estos datos ausentes son una clara intención de no dejar grandes certidumbres por donde pueda escapar la duda, algo fundamental para construir lo fantástico. Por su parte, “Un pacto con el diablo” nos cuenta la historia de un hombre que llega tarde a una función de cine, por ello debe pedir a un desconocido que le explique de qué va la película. En un entrecruce de la historia y lo que sucede en la película, el personaje se da cuenta que está tratando con el diablo, quien le ofrece un trato de riqueza a cambio de su alma. La perplejidad de quien trastoca la delgada franja de la realidad se aprecia en la reacción del protagonista, cuyo desenlace abre las puertas a las interpretaciones, a los vacíos que los lectores disfrutamos llenar y que remata uno de los más intrigantes cuentos de Confabulario.
Con este breve esbozo del libro podemos preguntarnos: ¿qué papel tiene hoy Confabulario en la literatura mexicana? Por supuesto que no podemos dudar de su valor en la historia de las letras mexicanas o de sus características estéticas y narrativas. No obstante, podemos también considerar al Confabulario de Juan José Arreola como una de las obras que han acompañado a las generaciones de escritoras y escritores que le sucedieron. No por nada esta idea es la que cierra su tan citado prólogo:
“Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente”.
Podríamos considerar al Confabulario como una obra imprescindible para todas aquellas personas que se interesan por la escritura y, ¿por qué no pensarlo? Para todas aquellas jóvenes mentes que están por descubrir el valor de la lectura. Si hay una obra que pudiéramos llamar “iniciática” en la literatura mexicana (con todo lo que esto conlleva), sin duda, mi apuesta sería por Arreola y sus ideas sin fin.
Referencia
Arreola, Juan José. Confabulario, Joaquín Mortiz, México, vigésima primera edición, 1993, 163 pp.
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.