El arte que satisface la necesidad más imperiosa será siempre el más honrado.
Charles Baudelaire
Dedicarse a la literatura de manera profesional puede parecer el principal objetivo de cualquier persona que se aventura en el entramado mundo de las letras. Si bien es cierto que muchos escritores y escritoras comienzan su labor sin considerar la remuneración o las grandes ventas de sus obras, también es cierto que, tarde o temprano, las obligaciones sociales los conducen a valerse por sí mismos con oficios que pueden estar relacionados con la escritura o totalmente alejados de ella.
Muchas de esas historias pasan a la posteridad como ejemplo de que el quehacer literario es inquebrantable si se tiene el talento, pero sobre todo, la voluntad de escribir. Aunque pudiera parecer una idea romántica, la realidad es que gran parte de la literatura moderna viene acompañada de un trasfondo de rechazos editoriales, escritura a altas horas de la noche y un puñado de trabajos difíciles de creer.
Con apenas 25 años, Charles Baudelaire, uno de los poetas más influyentes de la literatura universal, publicó una serie de breves sugerencias para jóvenes que quisieran dedicarse a las letras bajo el título Consejos a jóvenes literatos (1846), el cualfue publicado once años antes de su obra más importante, el poemario Las flores del mal (1857) que le valió la censura de la época, pero el reconocimiento como un autor imprescindible para la posteridad.
Con sus consejos Baudelaire ofrece una visión objetiva sobre el oficio de escritor y su relación con el mundo editorial para apuntar algunos de los aspectos que tanto escritoras como escritores deberían considerar en su trabajo. A pesar de ser una obra del siglo XIX, la visión e ideas de Baudelaire se mantienen vigentes, incluso al reflexionar sobre la industria editorial actual y la producción de aquellos libros cuya principal función es el éxito comercial. Es en este punto donde la voz del poeta francés nos sirve para cuestionar el papel de la literatura en la modernidad.
A continuación, te compartimos algunos de los consejos que componen este breve, pero poderoso libro:
II. De los salarios
Por bella que sea una casa, es sobre todo —antes de que su belleza sea demostrada—, tantos metros de alta por tantos de larga. Así la literatura, que es la materia más inapreciable, es ante todo un relleno de columnas que el arquitecto literario, cuyo solo nombre no tiene posibilidad de proporcionar beneficio alguno, debe vender a cualquier precio.
Hay gente joven que dice: puesto que esto no vale casi nada, ¿para qué esforzarse tanto? Podrían ofrecer una obra mucho mejor; y en tal caso, no les escamotearían más que por la necesidad actual, por la ley de la naturaleza; pero se desvalijan ellos mismos: aún mal pagados, habrían encontrado algo de honor, pero mal pagados, se sienten deshonrados.
Resumo todo lo que podría escribir sobre esta materia, en esta máxima suprema que dejo a la meditación de todos los filósofos, de todos los historiadores y de todos los hombres de negocios: ¡Sólo por los buenos sentimientos se alcanza la fortuna!
Aquellos que dicen: para qué romperse la cabeza por tan poco, son los que más tarde, una vez alcanzado al éxito, quieren vender sus libros por doscientos francos el folletín y que rechazados, vuelven al día siguiente a ofrecerlos a la mitad.
El hombre razonable es el que opina: «Creo que esto vale tanto, porque tengo talento: pero si es necesario hacer concesiones, las haré, para tener el honor de estar entre los vuestros».
v. De los métodos de composición
Hoy en día es forzoso producir mucho; es fundamental ir rápido; es preciso pues acelerar el paso lentamente; es imprescindible que todos los golpes acierten y que ninguna acometida sea inútil.
Para escribir rápido es necesario haber reflexionado mucho, acarrear con un tema en el paseo, en el baño, en el restaurante, incluso en casa de la querida.
Delacroix me dijo un día: «El arte es algo tan ideal y fugitivo, que las herramientas nunca son las apropiadas, ni los medios lo bastante expeditivos». Como en la literatura, no soy partidario de la tachadura: emborrona el espejo del pensamiento.
Algunos, y de los más distinguidos y conscientes —Édouard Ourliac, por ejemplo— comienzan cargando mucho el papel, lo llaman cubrir el lienzo. Tras esta operación confusa que pretende no deshacerse de nada, cada vez que reescriben, amplían y desbrozan. El resultado puede ser excelente, aunque abuse del tiempo y del talento. Cubrir el lienzo no es llenarlo de colores, es bosquejar en frottis, es disponer unas masas en tonos ligeros y transparentes. El lienzo debe estar cubierto, en espíritu, en el momento en que el escritor toma la pluma para escribir el título.
Se dice que Balzac recarga sus originales y pruebas de manera fantástica y desordenada. Una novela pasa desde entonces por una serie de génesis, donde se dispersa no solamente la unidad de las frases, sino también de la obra. Es sin duda este mal método el que da a menudo al estilo no sé qué de difuso, de atropellado, de borrador, el único defecto de este gran historiador.
VI. Del trabajo diario y la inspiración
La orgía no es la hermana de la inspiración: hemos roto este parentesco adúltero. El súbito nerviosismo y debilidad de algunas jóvenes promesas son suficiente testimonio contra este odioso prejuicio.
Una alimentación sustancial, pero regular, es la única cosa necesaria para escritores fecundos. La inspiración es decididamente la hermana del trabajo diario. Estos dos contrarios no se excluyen más que todos los contrarios que constituyen la naturaleza. La inspiración sucede, como el hambre, como la digestión, como el sueño. Hay sin duda en el espíritu una especie de mecánica celeste, de la que no hay que avergonzarse, hay que sacarle el partido más glorioso, como hacen los médicos con la mecánica del cuerpo. Si se quiere vivir en una contemplación obstinada de las obras futuras, el trabajo diario estará al servicio de la inspiración —así como una escritura legible sirve para aclarar el pensamiento, el pensamiento calmado y potente sirve para escribir de manera legible, porque el tiempo de las malas escrituras ha pasado.
VII. De la poesía
En cuanto a aquellos que se entregan o se han entregado con éxito a la poesía, les recomiendo que no la abandonen nunca. La poesía es una de las artes que más rinden, aunque sea una especie de inversión donde se alcanzan tarde los intereses que, en cambio, son enormes.
Desafío a los envidiosos a que me citen buenos versos que hayan arruinado a un editor. Desde el punto de vista moral, la poesía establece unos límites entre los espíritus de primer orden y los de segundo, de tal manera, que el público más burgués no puede escapar a esta influencia despótica. Conozco a gente que leen los folletines —a menudo mediocres— de Theóphile Gautier sólo porque ha escrito La Comédie de la Mort; sin duda no aprecian todos los encantos de esta obra, pero saben que es poeta.
Lo cual asombra por otra parte, pues todo hombre hecho y derecho puede estar sin comer dos días, pero ¿sin poesía? El arte que satisface la necesidad más imperiosa será siempre el más honrado.