De unos años para acá, la agenda política y la opinión pública han comenzado por fin a interceder por aquellas voces femeninas víctimas de abusos y maltratos. De gran ayuda han sido las redes sociales para visibilizar los terribles crímenes cometidos por los hombres hacia las mujeres. En un país injusto y machista, los medios de comunicación son la herramienta más útil para denunciar cualquier abuso. La democratización de los medios y el feminismo son asuntos públicos de primer orden, o deberían de serlo.
En este contexto, parece lejana la más reciente novela de Enrique Serna, El vendedor de silencio. Ambientada a mediados del siglo pasado, narra la vida de Carlos Denegri, quien en palabras de Julio Scherer fue “el mejor y el más vil de los reporteros”. Aquella época dorada de la dictadura perfecta, sin embargo, fragua la descomposición de un tejido social que perdura hasta nuestros días. Enrique Serna desmenuza dicho tejido, adentrándose en el abismo de un personaje de por sí sombrío.
Es la década de los sesenta, nos acercamos a un año clave en la historia de nuestro país: 1968. Denegri es un cincuentón en plena decadencia. Su última esperanza de lograr paz y armonía en su vida está depositada en la conquista de Natalia Urrutia, una atractiva mujer mucho más joven que él. A pesar de estar divorciada y con dos hijos, un estigma para la época, Denegri se afana por conseguirla utilizando todos los medios posibles. En otras palabras, la acosa hasta la ignominia.
Una vez formalizada la relación, Natalia sufrirá los terribles atropellos de un misógino narcisista inmune a la justicia. La relación tormentosa y delirante que devendrá en tragedia nos acercará a un hombre que representa los valores de la sociedad a la que pertenece.
Si bien el hilo conductor de la historia es llevado por las acciones atroces que emprende Denegri en su última relación afectiva, el autor se vale de varios flashbacks para revivir las etapas previas a su ocaso. Ya sea por las relecturas de las memorias que escribe, o por las extensas confesiones para expiar sus culpas, o por una larga conversación con su némesis, Jorge Piñó Sandoval, el protagonista nos muestra las etapas más oscuras de su vida, desde su traumática infancia hasta sus caligulescos excesos de la adultez.
Dos vertientes rigen la vida de Denegri: su oficio periodístico como vocero extraoficial del poder y su misoginia. Lo público y lo privado se entretejen y se confunden a lo largo de los tres capítulos en los que se divide la novela. Ambos aspectos, cortados por la misma tijera, socavan la debilidad de su carácter. Destaca sobre todo el machismo de Denegri. Su alcoholismo crónico lo lleva a cometer terribles vejaciones.
En el libro, abundan truculentas historias de sus tropelías machistas. Por poner un ejemplo, cuando se entera de que su sirvienta engaña a su esposo con el cartero, decide, con ayuda de sus lacayos, atarla al caballo y arrastrarla por las calles de la ciudad, exhibiéndola y humillándola, a la usanza de los espectáculos punitivos de la Edad Media. Los terribles atropellos de Denegri pueden ser resueltos en un abrir y cerrar de ojos por su abogado y compadre, Bernabé Jurado, el mismo que sacó a Burroughs de la cárcel al inculpar a la pistola de asesinar a Joan. La inmunidad ante las leyes da rienda suelta a todo tipo de perversiones.
No quedan exentos del machismo los demás personajes poderosos que protege Denegri con su silencio. El acoso por parte de gobernantes como Miguel Alemán, de empresarios como Jorge Pasquel o de secretarios de Estado como el terrible Maximino Ávila Camacho, exhiben con descaro la vulnerabilidad del sistema judicial al servicio de los bajos instintos de unos cuantos. Las principales víctimas son las mujeres, quienes incapaces de oponerse a los designios de sus amos, acatan con resignación las ofensas y humillaciones. Sólo les queda restregarles en la cara y a perpetuidad su condición de bárbaros, así como exhibir sus gustos afeminados a su inherente machismo.
La charrería es practicada por esa caterva de élite. El macho gusta por exhibir su galantería con las delicadezas de un traje impecable colmado de adornos, digno de María Antonieta de Austria. El charro es vanidoso. Denegri no soporta escuchar, y menos de una mujer, recriminaciones que pongan en duda su hombría de terciopelo. La violencia física es el instinto de reacción de cualquier macho: “la abofeteó con el dorso de la mano derecha lo más fuerte que pudo”.
El monólogo interior y la voz narrativa nos acercan a la psicología, o más bien a la psicopatía, de Denegri. Picho, como le decían en su infancia, libra una batalla moral entre el bien y el mal. Cuando era joven creía en los ideales de justicia y equidad social, pero con el paso del tiempo, nos dice el propio personaje: “he batallado mucho para hacerme fama de cabrón” y “elegí el bando de los chingones para deslindarme de los jodidos”.
El principio rector de los cachorros de la Revolución es “el que pega primero pega dos veces”. Cómplice de un sistema podrido, Denegri acapara su mayor fortuna durante el alemanismo. Con un cinismo a prueba de fuego, recién terminado el periodo de Miguel Alemán, declara en su columna del Excélsior, la Miscelánea Dominical, “Todavía nos queda un recurso: enriquecernos lícitamente”.
En el ámbito público, su periodismo destaca por sus crónicas realizadas en el extranjero. Los reportajes de la Segunda Guerra le valieron la fama internacional. El director del Excelsior de ese entonces, Rodrigo de Llano, lo arropó y protegió durante más de dos décadas. Gracias a que su padre fue diplomático, Denegri dominaba con gran fluidez el inglés, el alemán y el francés. Sin embargo, sus méritos como periodista cosmopolita se vieron eclipsados por sus corruptelas, su ambición y su despotismo. Denegri es retratado por Enrique Serna como un reportero hampón, como el “servidor de sus propios verdugos”. Sus excesos lo terminaron catapultando al vacío. ¿Qué tanto habrá escrito en su famoso archivero donde guardaba los más oscuros secretos de políticos y empresarios para extorsionarlos con el silencio de su pluma? Nunca lo sabremos.
A pesar de la desfachatez con la que exhibe sus fechorías, la debilidad de carácter del personaje y su ferviente catolicismo le generan graves crudas morales, culpas que sólo es capaz de soportar donando dinero a la iglesia o confesándose. Enrique Serna se vale de un tono irónico que apela a la parodia o a la farsa para describirlo. Denegri es un personaje patético y melodramático que atenta contra su honor al primer sorbo de whisky. Si bien la novela nos cuenta sucesos terribles, las acciones por más grotescas que sean nos provocan risa. El ritmo es trepidante. Los puntos climáticos de la obra, aunados al morbo inherente que evoca el personaje, hacen que la novela se lea con fluidez.
Otro gran mérito es la ambientación de la época. Enrique Serna nos sitúa en los bares, restaurantes, casas y hoteles de mediados del siglo XX. Como un gran centro nocturno, la ciudad exhibe en su esplendor a actrices como Dolores del Río y María Félix, nos muestra a escritores como Salvador Novo y José Vasconcelos. Como en Fruta verde (2006), los boleros de Agustín Lara y Armando Manzanero resuenan en las páginas. La Ciudad de México de mediados de siglo es una fiesta nocturna en el burdel más elegante, donde conviven el líder sindical Fidel Velázquez y don Alfonso Reyes, “que tenía sentada en las piernas a una rubia en baby doll negro, a quien recitaba al oído la égloga tercera de Garcilaso”.
A lo largo de casi quinientas páginas, presenciamos la vileza de los gobernantes, voceros y burócratas del Milagro mexicano. Por fortuna, ninguno sobrevive, pero aún permanece la resaca de aquellos años. Enrique Serna pudo extraer la esencia de aquel despilfarro al erario en las parrandas atroces de un macho prepotente. Leer El vendedor de silencio es observar en tiempo pasado la vileza de nuestro presente.
- Enrique Serna, El vendedor de silencio, Alfaguara. México, 2020, 485 pp.
Autor: Missael Contreras