Al escribir el título de esta nota, espero que el lector se encuentre ante una pregunta que lo desbalance como me ocurrió a mí. A bote pronto, la pregunta pareciera una perorata, algo que no vale la pena contestar, porque en sí, ¿qué más podría darnos el arte que la belleza del mundo que a veces se nos escapa?
Admito que esta segunda pregunta fue más que un argumento al momento de asistir a un museo, al cine, una presentación de un libro, algún coloquio o, incluso, aquellos bares donde aún se declama poesía. Efectivamente, yo asistía a estos lugares con la esperanza de encontrar algo, ¿pero qué era ese algo?
¿Belleza? Por supuesto, ya que consideraba que en sí el arte sólo podía ser considerado como tal si era bello, pero ¿quién dictamina realmente cuando algo es bello o vale la pena ser visto, oído, percibido como tal? ¿Es la obra la que se descubre ante nosotros como una ventana del mundo al que conocemos y sólo necesitamos de una manifestación para darnos cuenta que efectivamente así es la vida?
Por supuesto, “la belleza está en los ojos del que la mira” y hoy en día pareciera un valor a la par de la bondad y la justicia pero, ¿es realmente lo único que podemos encontrar en las obras?
Aquí es donde llegan a mi memoria las enseñanzas de Avelina Lésper, una de las críticas de arte más conocidas en nuestros días, quien a la hora de calificar el arte contemporáneo es incisiva, contundente e incluso cruel al descalificar de falso al mundo del arte actual. Si bien, no creo que todos los argumentos de Lésper estén fuera de lugar, me parece algo incongruente denostar todo el arte moderno sólo por las impresiones de unas cuantas obras, cuando realmente pueden existir obras actuales que valen ser apreciadas; sin embargo, otra pregunta de este aparentemente interminable hilo es: ¿realmente una crítica como Lésper busca únicamente la belleza en su material de estudio?
Si bien, la belleza y la calidad técnica de las obras fue durante mucho tiempo el estatuto imprescindible para ser consideradas arte, pareciera que en nuestros días esta condición fue dejada a un lado y pareciera que no fue un abandono como tal, sino una conciencia de abuso.
El abuso de la belleza, una de las últimas obras del crítico y filósofo del arte Arthur C. Danto, nos encara ante esta serie de preguntas y abre un panorama amplio sobre cómo pudo cambiar tanto el arte de un siglo a otro. Como espectador de los movimientos vanguardistas, Danto tuvo la oportunidad de vivir el momento en el que la belleza parecía “desaparecer” de todas las manifestaciones artísticas, esto debido a que los artistas estaban influenciados por los estragos de la Gran Guerra, lo cual indudablemente tuvo su repercusión en la manera de pensar de la sociedad.
Danto nos invita a pensar en los dadaístas y su sueño de asesinar la belleza comandados por el manifiesto de Tristan Tzara, donde apunta y acusa al mundo moderno de olvidarse de la belleza y lo humano. Porque, ¿qué artista quisiera crear obras que apunten a la belleza y a la perfección técnica cuando el mundo es un ejemplo de violencia y locura?
Pensemos, por ejemplo, en la obra de Otto Dix, el pintor alemán que fue tachado de “degenerado” por el régimen nazi. Algunos de sus grabados más famosos ilustran escenas de guerra donde la violencia, el mutilamiento y la podredumbre son llevados a sus últimas consecuencias. Podríamos no considerar la obra de Dix como bella (habrá quien sí lo haga, dependiendo de sus gustos y estómago fuerte), no obstante, la obra de Dix no tiene como objetivo el ser bella.
Seguramente, la intención del artista alemán era causar repulsión con su obra al exponer los horrores de la guerra y recordar lo que finalmente hicieron los involucrados. Es esta cualidad, aunada con el recurso formal de sus obras, lo que hizo de la obra de Dix un referente del arte del siglo XX. La obra tiene la intención de mostrar imágenes violentas a partir de un discurso violento, por lo que la belleza no parece una condición estética para lograrlo.
Quiero ahora rescatar un ejemplo que da Danto en su libro: Untitled (perfect lovers) de Felix Gonzales-Torres. Este readymade está compuesto por dos relojes de manecillas que se mueven al mismo tiempo. A primera vista la obra no parece enmarcar algo más que dos relojes modernos sincronizados, no obstante, la intención de Gonzales-Torres es representar el amor y el matrimonio. Uno de los relojes dejará de funcionar antes que el otro, por lo que la frase “hasta que la muerte los separe” se vuelve parte del significado de la obra que nos invita a reflexionar sobre este tema y a darnos cuenta de nuestra propia condición como persona y amante.
¿Dónde está la belleza en esta obra? Seguramente en su significado, ya que la forma en que se constituye no podría ser considerada bella. Lo conmovedor del significado viene con la lectura completa del readymade.
Entonces, ¿qué esperamos hoy en día del arte? Probablemente sentirnos transformados con una serie de mensajes que nos ayudarán a comprender mejor los contextos de diferentes culturas, su manera de ver la vida, su sentir filosófico, la evolución de su pensamiento y cómo perciben su propio tiempo (¿valdrá la pena utilizar la belleza para crear obras que reflejen el nuestro?).
Finalmente, como espectadores deberíamos optar por una perspectiva más abierta ante las obras de arte, sean de la época que sean, a partir de una simple pregunta: ¿realmente esta obra me está transformando?
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.