Pareciera no haber palabras fáciles para hablar sobre Gonzalo Rojas. En una entrevista en su natal Chile, él mismo habló sobre su capacidad para “silabear” la vida. Talento que le valió los más importantes premios a la literatura en español: el Cervantes y el Reina Sofía. Pero recordarlo por los nombres de sus premios faltaría al respeto a la gran talla de poeta que fue Gonzalo Rojas.
Como también dijo en una ocasión, ya casi no soportaba que la gente se le acercara para hablar de Pablo Neruda. Pero no porque la obra de su compatriota no fuera de su agrado, sino porque tanto Neruda le quitaba su lugar a Vicente Huidobro. Sí, Gonzalo Rojas conocía y reconocía el gran legado que tenía a cuestas. Poeta y chileno, los dos adjetivos que lo arrastraron, casi como un estigma, a las cumbres de la poesía que revoluciona y revitaliza.
Pareciera casi una sentencia poética, que los autores chilenos deben tener en sus venas (y en sus voces) la mágica capacidad silábica. Neruda, Huidobro, Nicanor Parra, por mencionar los menos, son los claros ejemplos de esto. Su poesía comparte la particularidad de revitalizar las letras hispanoamericanas.
En su momento ocurrió con Residencia en la tierra, años más tarde con Poemas y antipoemas de Nicanor Parra, sin mencionar la eterna caída a la que nos arrastró Huidobro con Altazor. En el caso de Rojas, se podría decir que La miseria del hombre es el libro que lo posiciona en este cuadro de honor o, al menos, el que le brindó la luz de los reflectores.
Descubrir la poesía de Gonzalo Rojas puede hacernos ver lo complejo de lo ordinario y entre eso, ver asomarse a la escritura. Pienso, por ejemplo, en los primeros versos de “Adiós al verano” (que, curiosamente, fue uno de los últimos poemas que escribió):
Difícil escribir a cualquier hora, yo escribo
[a cualquier hora,
quién fuera perro
y ladrara a cualquier pájaro porque sí,
porque ya no hay enigma, el amor
no es ningún enigma.
Por ello, acercarnos a su poesía sin saber qué esperar puede provocarnos grandes quemaduras, como en alguna ocasión Roberto Bolaño (otro peso pesado de la literatura chilena) dijo sobre “la verdadera poesía”. Pero, ¿cómo identificar esa poesía que calcina? Pues para Gonzalo Rojas no es difícil, como versa en “Mi lengua es la poesía”:
Ya sé que el sol de la muerte me está haciendo girar en un eterno proceso de rotación y traslación llamado falsamente Poesía.
A veces, como hoy, esta aparente confusión me hace reír a carcajadas. Este torbellino de palabras volcánicas como una erupción,
que son una amenaza para los sacerdotes del soneto y el número.
Pero es un sol innumerable lo que me sale por la boca,
como un vómito de encendido carbón que me abrasara las ideas y las vísceras.
Si Gonzalo Rojas asemeja el acto poético con un sol, es por su cualidad creadora. Pero también en su poesía encontramos ese ciclo interminable de creación-destrucción. Esta transición, también de nacimiento y muerte, es precisamente la que abre su primer poemario con “El sol y la muerte”:
Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.
¿De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano?
¿De qué el fuego, si he perdido mis ojos?
¿De qué me sirve el mundo?
¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,
y a dormir, y a gozar, si todo se reduce
a palpar los placeres en la sombra,
a morder en los pechos y en los labios
las formas de la muerte?
Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado
al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,
y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto
de aquel monstruoso parto.
Hay dos lenguas adentro de mi boca,
hay dos cabezas dentro de mi cráneo:
dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,
dos esqueletos luchan por ser una columna.
No tengo otra palabra que mi boca
para hablar de mí mismo,
mi lengua tartamuda
que nombra la mitad de mis visiones
bajo la lucidez
de mi propia tortura, como el ciego que llora
contra un sol implacable.
Hay un principio creador en todo acto poético. Lo que nombra la lengua y transforma, pertenece al mundo de lo absoluto. Lo eterno, lo fugaz y lo uno es el terreno al que nos arrastra el cántico de Gonzalo Rojas. Si aún no hemos oído cantar la vida, este es el inicio.
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.