Gustavo Cerati y la experiencia musical: el recorrido de los discos inquietos
Yo hago música porque me divierto mucho. Es como una especie de gimnasia emocional, intelectual y me lleva a un lugar de entusiasmo y de locura que pocas cosas me producen.
Gustavo Cerati
La música es un acompañante de la vida de muchas personas, cargada de valor y sentido. La música, como muchos otros acompañantes, puede hacer más ligera la vida y los momentos que a veces nos desequilibran. Los músicos, sin querer, se vuelven compañeros de esas experiencias.
La historia del rock en Latinoamérica tiene a sus mayores exponentes en Argentina. La guerra de las Malvinas fue un impulso para la presencia de este género, pues hace 35 años, la dictadura militar que gobernaba el país inició una guerra contra el Reino Unido por la soberanía sobre las Islas Malvinas y, entre otras ridículas medidas, se prohibió la difusión de música cantada en inglés, lo que significó una inesperada oportunidad para el antes perseguido rock argentino.
En ese momento, las prohibiciones de años atrás se hicieron a un lado para dar paso a los exponentes de dicho género en el país. Volvieron nombres como el de “El Flaco” Spinetta, Mercedes Sosa, Charly García, quienes a su vez dieron oportunidad a la aparición de nuevas voces, del surgimiento de más artistas que estaban en medio del conflicto de las Malvinas pero que, también, fueron capaces de comunicar a través de su arte y expresar todas las emociones posibles.
Hay un artista que, a título personal, es uno de los grandes exponentes de la música de habla hispana por temas como composición, las letras y la sensibilidad de cada una de sus canciones. Hay un sinfín de propuestas y textos sobre las “lecciones” en las canciones de Gustavo Cerati. Sin embargo, creo que más que convertir esas letras en frases motivacionales, sus letras se volvieron representantes de los acontecimientos de un día a día. Sus melodías construyen la memoria de sus seguidores, de aquellos quienes gustan de su música y de la forma en que las vivencias terminaron por musicalizarse.
El hombre alado
Gustavo Cerati nació el 11 de agosto de 1949 en Barracas, un barrio de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Su gusto musical lo adquirió desde una edad temprana, cuando su padre, al regreso de sus viajes, le regalaba discos para que pudiera disfrutarlos. Si bien su gusto y educación musical no dependieron de una institución, poco a poco, comenzó a desarrollar esas habilidades hasta el punto que se volvieron un gusto adquirido cuando era un niño. Fue mientras estudiaba la carrera de Publicidad que decidió abandonarla para dedicarse a la música.
¿Por qué un recorrido a grandes pasos por sus discos? Parece que hacerlo por medio de sus canciones nos llevaría una vida (sin duda) y sus discos tienen esa propuesta en cada uno de ellos que nos muestran facetas del compositor. “No me quedo contento nada más con la experiencia, necesito escribir sobre ello”,[1] comentó Gustavo Cerati a su entrevistadora Maitena Aboitiz[2], donde deja claro, a través de esas líneas y ese libro, que muchas de sus canciones son parte de algunas vivencias expuestas de una forma auditiva, de tal calidad que se volvieron experiencias sensoriales. Es difícil plantear una idea de la exactitud de los hechos en sus canciones, pero es cierto que entre biógrafos y quienes estaban al pendiente de su vida podían dar cuenta de ello en sus letras: “muchas partes de su vida están a la vista, codificadas en sus composiciones”.
Sus discos como solista son también el reflejo de la vida de Cerati. Su primer álbum titulado Amor Amarillo (1993) es el comienzo de una vida que él anhelaba: la vida en familia. Fue un disco “controversial” hasta cierto punto ya que su creación o el origen del mismo fue durante un espacio con los demás integrantes de Soda Stereo; probablemente, por eso no pueda llamarse un disco en solitario, pero eso pasa a segundo plano cuando se entiende la composición del disco en un contexto distinto del habitual.
Gustavo compuso las canciones y letras de dicho álbum en una ciudad que no fue Buenos Aires, fue como una especie de exilio musical lejos de su país, pero donde encontró el refugio y la inspiración en un país como Chile al lado de su entonces esposa, Cecilia Amenábar, con quien compartió esta creación tanto musical como familiar, pues comenzaría una familia, un acto que Gustavo siempre tuvo muy presente como prioridad.
Entre algunas entrevistas, se dijo que el título de su primer disco se debía al color de unas piedras que Gustavo Cerati encontró en una playa de Venezuela al lado de Cecilia, quien daría cuenta de dicho testimonio. Lo anterior podría ser parte del tema que involucra la experiencia en todo momento de la vida de Cerati con lo que llevaría a nombrar o bautizar las cosas que le sucedían, para las que escribía, para lo que vivía.
Algo que también queda claro es el optimismo por incluir o entender los símbolos en sus canciones. Probablemente, esto se concibe mejor en su último álbum pero el incluir una versión de Bajan de Spinetta en Amor Amarillo fue a partir de una ‘corazonada’: “la incluí además por su relación temática, hay como una recurrencia, una economía de palabras en el disco también, me parece. Y justo en Bajan se dan como una serie de cosas: Sol, Luna y todo el tiempo se repiten íconos que están en otras canciones también”.[3]
Una de las canciones que componen este disco es Lisa que si bien es el nombre de su hija menor, en su momento no fue escrita para nadie en especial sino que se seguía en esta línea del mar, muy apegado a la idea de donde surgió el nombre del disco. “[…]Amor Amarillo tiene más que ver con el mar. Yo disfruto muchísimo de ese misterio, de ese lugar al que uno no pertenece”.[4] Sin querer, terminó escribiendo una canción que después se relacionaría enteramente con su hija menor. Este disco podría considerarse entonces como ese álbum de lo familiar, del escape, de la introspección en medio de una separación musical pero también sería el parteaguas de una serie de producciones que nos dejarían a más de uno de sus seguidores con canciones compañeras.
Su segundo disco, que brincó del amarillo al azul, es uno donde los agradecimientos incluyeron a algunos escritores. Unos más evidentes que otros en las letras, pero presentes en ellas. El disco Bocanada (1999) tuvo la particularidad de rodearse de fantasía, “producto de la mentira, la imaginación, la fábula y a veces de las cosas reales. La honestidad para mí está relacionada con hacer un proceso sin ponerle tapas en el medio y largar lo que uno siente”.[5] De alguna forma, los títulos de las canciones dan cuenta de lo anterior, por ejemplo, Engaña es mi canción favorita y me da la razón. Los acordes, la historia, la melodía dan la sensación de que nada es como parece.
Desde la portada del disco, se da la sensación de un viaje nocturno, húmedo, natural. De la mano de lo anterior, vienen varios de los títulos de las canciones, como «Raíz», «Bocanada», «Verbo Carne»… todas, desde la perspectiva de Gustavo, como canciones tenían un título, pero no una letra sino hasta después. Una de esas melodías que quizá cobró mayor sentido una vez que fue compuesta es la de Puente, que en realidad podría tener tantos significados como quisiéramos ya que los puentes que podemos crear son indefinidos. “Por un lado uno podría hablar de una relación romántica, de una esperanza de llegada y el puente que se genera entre dos personas, y por otro lado es un puente con la gente también y, bueno, a partir de la palabra ‘puente’ empieza a ser un puente cualquier cosa…”[6] No hay mayor descripción más que entender la creación de Bocanada como algo sutil para dar paso a algo más potente como Siempre es Hoy.
En palabras del ex vocalista de Soda Stereo, Siempre es Hoy (2002) es un disco que celebra la vida. Hay amor, desamor, enojo, dulzura… pero sobre todo es una celebración del presente en todos sus matices, a través de un paquete de 17 canciones. Muy íntimo, pero a la vez extrovertido. Directo y claro, sin demasiadas sutilezas, rescata lo más simple.[7] Probablemente como debería ser la vida: directa y clara. No me parece un desacierto pensar que la combinación de estas canciones fue el resultado de las expectativas en un disco, del gusto y el interés por mostrarlo todo.
Las canciones que componen Siempre es Hoy son un relámpago de vigorosidad, casi anunciando el disco que le sucedería, pero al menos en esos inicios del 2000 podíamos entender a un Gustavo Cerati que era consciente de que nunca debe renegarse del pasado, pues es parte de nosotros y en el caso de este disco, el cual era tan nuevo y a la vez tan familiar, él lo definía como una “mezcolanza de diferentes momentos que son cuestiones personales, que ni siquiera tienen demasiado sentido para el oyente. Hay quienes hacen una lectura simplificadora o muy nimia a querer leer en las canciones mis relaciones personales como parte fundamental del disco, y la verdad es que las canciones son espacios imaginarios”.[8]
Respecto a lo anterior, creo que es justo el encuentro entre la música y los oyentes, pues las canciones no pertenecen a una sola persona, sino que, como bien lo dejó ver Gustavo Cerati, es un acto de compartir las experiencias entre el cantautor y los escuchas. Este aro de fantasía rodeó sus canciones y le permitió no creer en cosas ocultas, pero si dejar conectarnos mejor con esas letras. Este disco fue el momento de la separación con Cecilia Amenábar, un disco de ruptura en el que fue difícil atender ese tipo de situación mientras existía una nueva pareja y un nuevo estilo de vida con su familia, quizá por eso la imaginación siempre fue un constante para Cerati, su ideal no era plantear un hecho definido en sus canciones, sino que cada quien pudiera agregar algo personal a lo que escuchaba, generar esa imagen a partir de las vivencias personales.
Un acto imaginativo para la música, por eso probablemente, Ahí Vamos (2006) se volvió un disco aventurado, lleno de expectativa y un retorno al rock del que partió Gustavo Cerati. “Son muchos los miedos a los que uno se enfrenta antes de empezar algo”[9], fue un paso lógico, que partió de su disco anterior. Una especie de reencuentro con quien fue y lo que siempre lo definió, “una verdadera necesidad”.
El máximo de ese disco son las guitarras y entre tantas canciones explosivas y apresuradas como La excepción o Caravana de Miradas, muy acorde con el título del material, “la perla del disco” como lo llamó Gustavo fue precisamente Lago en el cielo. Se volvió la canción de amor del disco, aun cuando se convirtió en el antónimo: “…a veces uno siente que ante una relación uno le pone mucho gas, la empuja mucho, quiere que sea de determinada manera […] yo sé que todo esto está increíble, que vamos para el mismo imaginario, que vamos para el mismo lugar, pero vamos despacio”.[10]
Como lo anterior, podríamos ver esa capacidad de siempre guardar algo quieto entre lo turbulento o rápido que puede ir nuestro día a día, en esa necesidad de escapar y tener un lugar en donde bajar un poco esas armas y respirar. Lago en el cielo parece ese escape del disco, uno necesario, pero también equilibrado con lo demás. Sucede algo entonces como lo que nombró Heidegger respecto a la creación de las obras de arte, “debemos ponernos de acuerdo en que, para tocar el origen de la obra de arte, hay que entrar en la actividad del artista”.[11] No hay manera de entender a las canciones lejos del artista, del creador pues dependen enteramente de él, son experiencias vertidas que sólo atendiéndolas de esa forma es posible acercarnos a esas letras y contemplarlas como él siempre lo propuso o al menos así lo sostuvo.
Quizá sería Fuerza Natural (2009) lo que terminaría por mostrarnos frente al artista, en ese sentido de misticismo que las últimas canciones del disco apuntaron. “Quería hacer un álbum que fuese un encadenamiento temático (…) quería más apuntar a una cuestión de obra que a una cuestión de canciones que, de por sí, funcionan”.[12] Muy de la mano, es parte de lo que sostuvo Heidegger al pensar en la creación como una producción porque en ese aspecto, en el hecho de apelar a la creación como un acto manual podríamos entender incluso los rituales de Gustavo Cerati, como escribir pequeñas letras en trozos de papel de donde estuviera para poder darles un orden posteriormente.
Este último disco, que se volvió tan encadenado se mostró nuevamente como un espacio familiar, como un lugar al cual volver en cada una de las canciones que se reflejaban en las otras del álbum. “Ser obra significa establecer un mundo”,[13] y el mundo no se refiere a aquello que podemos ver o tocar sino más bien a todo aquello que escapa de lo aprehensible, es, más bien, en aquello que creemos o donde caen las decisiones de nuestra historia, según Heidegger. No podemos ver a Gustavo como un heideggeriano más pero, sin duda, esta última producción podría ser la muestra de esa apuesta por algo más místico, más natural y más espiritual.
Las últimas canciones que Gustavo Cerati nos dejó se convirtieron en una madurez familiar, por decirlo de algún modo, pues sus hijos estuvieron acompañándolo en la creación de este disco. A la par de él, con los conocimientos adquiridos a lo largo de sus vidas y por el hecho de acompañar. “Esto es lo que viene. Esto es lo que me representa ahora. Esto es lo que me va a llevar por el mundo a tocar. Y esto es lo que me hace sentir orgulloso. Estoy disfrutando el recorrido, ¿no? Y es un poco la sensación: disfrutar en el trayecto”.[14] Esas palabras, que al leerlas o transcribirlas suenan tan sensatas y puras, podrían parecer un anuncio del triste fin de Gustavo, de ese accidente que lo dejaría en coma durante 4 años y nos privó de oírlo cantar a partir de ese momento. Sin embargo, como cualquier otro presagio, su voz se quedaría aquí con nosotros, al par de sus acordes y composiciones.
Quizá por eso es que Numeral se volvieron las últimas palabras musicales de Cerati. Sin querer enumeró una serie de palabras que probablemente digan más, si nosotros completamos esa fantasía con nuestra imaginación, como a él le gustaba. Sin duda, su trabajo como hombre alado se cumplió al venir a dejar una serie de palabras reconfortantes para esos momentos difíciles o también, las palabras correctas para expresar más de un sentimiento.
“Once, cumpleaños”
[1] Maitena Aboitiz, Cerati en primera persona. La palabra de Gustavo en un relato único, Argentina, Ediciones B Argentina, 2013, p. 72
[2] La escritora Maitena Aboitiz le haría una serie de entrevistas a Gustavo Cerati desde 2006 para realizar el libro Cerati en primera persona, texto que sirvió de referencia para el presente texto.
[3] Aboitiz, Ibíd., p. 78
[4] Ibíd., p. 81
[5] Ibíd., p. 165
[6] Ibíd., p. 193
[7] Ibíd., p. 234
[8] Ibíd., 243
[9] Ibíd., p. 300
[10] Ibíd., p. 313
[11] Martin Heidegger, Arte y poesía, México, Fondo de Cultura Económica, 1973, p. 80
[12] Aboitiz, Op. cit., p. 358
[13] Heidegger, Op. cit., p. 65
[14] Aboitiz, Op. cit., p. 374
Historiadora melancólica, caminante loca. Me gusta hablar de gente muerta con gente viva. Junté fragmentos de otras historias y no hay presagios como dice San Gustavo Cerati.
Sin café y cerveza, Ariadna pierde la cabeza.