Guy de Maupassant, otro moderno Prometeo
Hay en el mundo tanto que desconocemos, tantos misterios de los que ni siquiera somos conscientes; enigmas que al pasar como fantasmas por nuestra mente nos causan un pavor insospechado, que releva la fragilidad de esas columnas sobre las cuales creímos haber asentado firmemente toda nuestra realidad. Guy de Maupassant es uno de los personajes que con mayor pasión se ha aventurado a tratar descifrar lo desconocido.
El Horla es un claro ejemplo de ese afán por explicar situaciones capaces de trocar la realidad en una verdadera pesadilla nacida de la incertidumbre. Eso es justamente a lo que se enfrenta el protagonista de este cuento, quien parece estar en equilibrio perfecto con lo que le rodea y lo que siente, hasta que una presencia invisible se manifiesta en su espacio y en su cuerpo con una abrasadora angustia dueña de todo.
¿Qué es El Horla? ¿Es una ilusión? ¿Es el testimonio de la locura? ¿O de otra realidad ignorada? El Horla es lo que aún no se nombra, pero que existe tal vez antes de la palabra. Se le ha calificado como una “metáfora de la angustia”, aunque también podría verse como el rastro del espectro o incluso como el diálogo con la otredad. Pero esta entidad es ante todo revelación.
Guy de Maupassant y la condena del conocimiento
Cual si de otro moderno Prometeo se tratara, El Horla parece ser el castigo impuesto al hombre por el conocimiento recibido, esa ave de rapiña que se abalanza sobre nosotros cada noche y de la que no podemos escapar sin importar a dónde vayamos. El paralelismo entre el doctor Frankenstein y este narrador que vierte sus sufrimientos en un diario es curioso, pues mientras que el primero busca por todos los medios acceder a una ciencia capaz de recrear la vida, hecho por el cual es castigado, al segundo esta condena le llega, en apariencia, por casualidad.
No obstante, poco a poco va descubriendo el porqué de su malestar, aunque a la par sospecha de la imposibilidad de sustraerse a ese destino o siquiera de comprenderlo, de ahí la angustia. Poco a poco y sin remedio El Horla se va apoderando del narrador hasta que éste ya no posee voluntad y está condenado a repetir las acciones que él dicte como en una eterna paradoja. Bien podríamos extrapolar esta angustia al contexto sociocultural de Guy de Maupassant y justificarlo en su interés por los temas sociales.
Probablemente se preguntaba qué pasaría con el desarrollo de la ciencia que rápidamente iba descubriendo una forma inédita de ver el mundo, e iba haciendo evidente lo que ni en los más locos sueños se imaginaba el hombre del siglo XIX. Y tal vez lo que hoy nos parece tan cotidiano, como habitar en un mundo digital, tenga algo de ese ser invisible cuyo propósito es sentarse sobre nuestro pecho, robar nuestro aliento y provocarnos una angustia que nos lleve a olvidarnos hasta de nosotros mismos, aunque eso implique quemar todo lo que poseemos.
Soy mi propia cicatriz o mi rostro atrapado en las manos, por eso escribo siempre las mismas palabras. Llevo un diario de fuego y espuma, y cuando se acabe el mundo intentaré tocar los cables del cielo.