Actualmente la industria cinematográfica del país se centra en unos cuantos géneros que han probado ser rentables, las cintas se basan en una estructura e historia sencillas y en el mínimo esfuerzo técnico. Pero esta situación no siempre fue así, en años pasados el cine mexicano demostró tener la capacidad de producir trabajos reconocidos internacionalmente. Se le ofrecía al público obras de calidad y éste respondía con una alta demanda de consumo. Entonces, ¿por qué no retomar esas estrategias para devolverle su esplendor?
Visto así, el problema parece fácil de resolver, sin embargo, se trata de un fenómeno más complejo que afecta no sólo a México, sino a cualquier país. El cine es arte, pero también es un producto de consumo y en su creación intervienen factores externos que influyen y modifican la obra. La valoración que cada participante tiene es distinta y define su manera de moverse en él.
Algunos directores han optado por cambiar el tipo de cintas que realizan. Un ejemplo es el del director y guionista estadounidense Paul Schrader (Taxi driver, Aflicción) que, en entrevista para guión news, sostuvo que el problema del cine mundial es el público y que un cambio en la cinematografía sería impensable si no se cambia primero la forma de entenderlo, afirma que “cuando el público vuelva a recurrir a las películas como guía espiritual, entonces el gran arte reaparecerá”.
No obstante, es imposible modificar la concepción de cine como mero entretenimiento si no se le ofrece al espectador la oportunidad de ver algo distinto. Tampoco se trata de forzar, el público necesita aprender a ver cine y para eso se requiere paciencia. Se necesita devolverle su cualidad de arte, sin dejar de lado su función como espectáculo, tratar de difuminar las fronteras que separan al público e impiden su crecimiento y quitarse los prejuicios.
El arte debe ser accesible a toda la población, fijar sus bases tanto en el razonamiento como en la sensación. Creer que el espectador carece de capacidad crítica o apreciativa es un error que conduce a una espiral interminable en la que no se estimula su inteligencia porque se le niega la oportunidad y por tanto las producciones mantienen un bajo nivel.
Por otra parte, debemos considerar el importante papel que juegan los medios de comunicación en la recepción de cualquier manifestación artística o cultural. Si el crítico es un mediador entre obra y público, lo que decida comunicar se vuelve sumamente importante, pues elige sobre qué elementos poner la mirada, con qué palabras transmitirlo y con qué fin. El peligro de ver en él no sólo al informador y situarlo por encima del espectador es que se le da libertad de dirigir la aceptación o rechazo de determinada obra.
Aunque se pretenda la objetividad, lo cierto es que la crítica siempre se inclina por factores como el gusto, la ideología o, en el peor de los casos, la publicidad. Como bien expresa en su libro El cine y su crítica Mariano del Pozo: “La fuerza económica de la publicidad es el mayor enemigo de la crítica sincera de cine”. A veces los medios de comunicación deben atender a los intereses de distribuidores, productores y dueños de salas y eso daña irremediablemente la producción cinematográfica.
Para resolver un problema tan complicado hace falta replantear el papel de cada participante y abandonar de a poco los malos hábitos que nos hemos ido formando. Quizá Paul Schrader tiene razón al decir que el mayor conflicto recae en el público, quizá replantear nuestra forma de ver y leer cine sea el mejor camino para guiar la producción cinematográfica actual.
Referencias:
Mariano del Pozo, El cine y su crítica (España: Universidad de Navarra, 1979).
Soy mi propia cicatriz o mi rostro atrapado en las manos, por eso escribo siempre las mismas palabras. Llevo un diario de fuego y espuma, y cuando se acabe el mundo intentaré tocar los cables del cielo.