La identidad ibseniana
Henrik Ibsen es uno de los autores más importantes para la dramaturgia nórdica, no sólo por su contribución a la cultura de teatro en su país, sino también por la función que desempeñó en la consolidación de la lengua noruega dentro de la identidad nacional. Estudiosos de la literatura suelen clasificar la producción dramática de Ibsen según diversas corrientes artísticas como el romanticismo, el realismo o el simbolismo, lo cual puede ayudar en gran medida a su comprensión, pero también pueden decirnos mucho de la identidad ibseniana.
Es evidente que el interés de Henrik Ibsen residía en la construcción de una identidad, tanto nacional como humana, lo cual se empata muy bien con las propuestas de la Modernidad que busca comprender al hombre a partir de un proceso rígido y ordenado que arroje resultados verídicos; es decir, se busca conocer al hombre mediante su estudio y observación desde una perspectiva científica.
Por lo anterior, se puede deducir que la importancia de la obra de Ibsen en la conformación de la identidad nacional noruega fue tal porque recogió las características propias de un pueblo y las dotó de un soporte que se ajustó a los requerimientos de una nueva sociedad moderna. Pero el valor del análisis realizado por Henrik Ibsen no se limita al hombre noruego, sino que se acerca al hombre como ser que comparte con otros las mismas dudas, limitaciones, conflictos y emociones.
Ibsen propone vivir según un ideal, buscando la Verdad, y con un énfasis en los personajes como representación del ‘yo’. Una propuesta de análisis y de lectura para la obra ibseniana es la que divide los temas centrales en dualidades y paradojas, mediante las cuales el autor construye a profundidad el carácter de sus personajes, su historia, sus acciones y su psicología.
Como ejemplo, se puede nombrar la dicotomía entre voluntad y posibilidad, dentro de la cual se enmarca una ruptura de ciertos límites humanos hacia la consecución de un ideal, que muchas veces culmina con la inmolación del protagonista. Como vemos, el ideal representa aquí lo absoluto, el cual sólo se alcanza con el sacrificio de una voluntad en conflicto.
Del punto anterior se desprende el enfrentamiento entre la idea y la realidad, donde el choque resulta en un conflicto entre el querer, el deber y el poder ser. Muchos de los personajes de los dramas de Henrik Ibsen se encuentran con dilemas que cuestionan su existencia y marcan una división entre un pasado nacido de la necesidad o de lo posible en la realidad, y de la posibilidad de ser ideal.
El final es quizá la tragedia, pues vivir siguiendo un ideal, en busca del absoluto y de la Verdad, implica llegar hasta el fin de la misma manera, por eso los finales ibsenianos suelen ser poco gratos, pero consideremos que la búsqueda de la razón de ser y de un nombre culmina solamente cuando hemos nombrado todo lo que puede ser nombrado en nosotros, y esa búsqueda ciega nunca es infructuosa.
Soy mi propia cicatriz o mi rostro atrapado en las manos, por eso escribo siempre las mismas palabras. Llevo un diario de fuego y espuma, y cuando se acabe el mundo intentaré tocar los cables del cielo.