Al hablar de José Guadalupe Posada (1852-1913) casi de inmediato nos vienen a la mente sus grabados. Es la forma más sencilla que tenemos de asociarlo pues se convirtió en un referente del arte popular mexicano. Así como pensamos en sus impresiones, podríamos pensar en el sentido que tuvieron, quizá, sin advertirlo mucho o probablemente sin quererlo.
La mayoría de los artistas mexicanos consagrados entre el siglo XIX y XX se caracterizaron también por ser agentes que hicieron énfasis en la crítica del gobierno en curso. Posada fue uno de estos participantes, él usó sus grabados para ilustrar y acompañar demandas y críticas. En este sentido, es válido pensar en su trabajo dentro del giro periodístico como ilustrador.
En una población donde la mayoría era un sector que no sabía leer ni escribir, sus litografías fueron un punto de encuentro entre la situación del país, la crítica al derroche y las malas gestiones con la comunidad. Incluso, un diálogo que se manifestó en su trabajo fue la sátira, la cual se convirtió en lo más particular de sus grabados.
Si bien se conoce en buena medida el trabajo de José Guadalupe Posada, algo que no se consideró fue la conexión entre su arte y el periodismo. El arte funciona como un medio para la comunicación, como un transmisor de ideas y eso es un aspecto que en la actualidad nos puede quedar muy claro o nos es más familiar.
Sin embargo, para la época de Posada fue revolucionario usar sus ilustraciones como una forma artística de hablar con el pueblo. Una manera de transmitir lo que sucedía, lo que era verdaderamente preocupante a través de sus litografías, fue la forma de exponer sus ideales a la par de tener y pertenecer a un espacio en donde crear.
Los personajes principales fueron las calaveras como una extensión de la muerte. Se volvió una forma más vivaz de hablar con la población. Sus calaveras bailaban, cantaban, iban a fiestas de galas, bebían, andaban en bici, eran la representación de la cultura mexicana en ese momento. Fueron una extensión de lo cotidiano y, como tal, se convirtieron en un medio para hacer frente a la aristocracia del momento, a la injusticia. ¿De qué otra manera se podía hablar de esto con determinada población? Sólo a través de las imágenes.
El acercamiento que tuvo José Guadalupe Posada con los talleres fue muy temprano: “Entró como aprendiz en el taller de Trinidad Pedroza, desde el cual se editaba el periódico “El Jicote” en el que Posada prontamente comenzó a colaborar, y ésta es su primera intervención política como ilustrador”.[1]
De Aguascalientes tuvo que mudarse a Guanajuato para volver a su estado natal y posteriormente radicaría en la ciudad de México, donde crearía la mayor parte de su trabajo con un estilo particular que se llegó a definir como “puramente mexicano” y le concedió destacarse como un artista inigualable.
Su obra llegó a tener mucha circulación entre el pueblo, fue bastante conocida por muchos de sus contemporáneos e incluso entre algunos sectores de las clases dominantes. Es por eso que se volvió necesario una forma de plasmar lo anterior, pues se conoce que las clases favorecidas estaban encima de las que no lo eran tanto.
En buena medida, es el caso de que las figuras de Posada siempre hayan hecho alusión a las manifestaciones populares, a esos otros de los que nadie hablaba pero a los que el artista buscó acercarse por medio de las ilustraciones.
En la capital tuvo el periodo más fructífero de su carrera, ya que realizó numerosas imágenes para los periódicos La Patria Ilustrada, Revista de México, El Ahuizote, Nuevo Siglo, Gil Blas y El hijo del Ahuizote; así como en revistas de gran circulación como El padre Cobos o Los calendarios de doña Caralampia Mondongo, que pertenecían a Irineo Paz (abuelo de Octavio Paz). Dichas publicaciones llegaban a gente de toda clase social, con lo que empezó a ganar prestigio como artista. Esto le permitió abrir un par de talleres más y experimentar con nuevas técnicas, como el grabado en zinc y en plomo.[2]
En esa época, José Guadalupe Posada volvió a las ilustraciones políticas en la popular Gaceta Callejera y en hojas sueltas, donde retrataba la situación del México de esos días, cuando las revueltas sociales y los escándalos políticos estaban a la orden del día por el estallido de la Revolución Mexicana. ¿De qué otra forma se podía procurar a las poblaciones menos favorecidas sino a través de los alcances de sus ilustraciones, de sus escenas, de sus cuidados?
En este sentido, desde una mirada actual, lo anterior se volvió una forma de utilizar el recurso artístico como un medio de comunicación. Es cierto que a Posada no se le consideró un artista como tal hasta después de su muerte, pero podemos tener en cuenta que quienes designaban ese tipo de títulos no necesariamente eran personas que estaban de acuerdo con sus ilustraciones, más bien lo contrario. La ironía de todo esto recae en el reconocimiento que el trabajo de José Guadalupe Posada tuvo a partir de “La Catrina”, su trabajo más popular y el último en conocerse.
Está ilustración que se resignificó como parte de una tradición mexicana fue también sucesora de una serie de impresiones dedicadas a ilustrar las notas periodísticas de la época, a acompañar esas notas en un sentido de burla respecto a la situación política, a las figuras de la aristocracia, pero también a hacer más vital lo cotidiano de los personajes populares. Las actividades populares de una población fueron el eje para las calaveras de José Guadalupe Posada y su fiesta de las calaveras.
[1] Mariano Gallego, José Guadalupe Posada; La muerte y la cultura popular mexicana, p. 5
Historiadora melancólica, caminante loca. Me gusta hablar de gente muerta con gente viva. Junté fragmentos de otras historias y no hay presagios como dice San Gustavo Cerati.
Sin café y cerveza, Ariadna pierde la cabeza.