La muerte apasionada: una revisión en torno al suicidio

El suicidio es un tema del que sólo los psicólogos se atreven a hablar, pues pareciera que si no se nombra, no ocurre, como muchos de los tabúes. Son estas personas a quienes se les permite opinar, ya que se consideran expertos en la materia porque, quizá, para nuestro tiempo ellos tienen el discurso más aceptable.

Si bien es cierto que es un tema polémico, no se puede dar por hecho que en la antigüedad ocurría de la misma forma o causaba los mismos efectos que ahora, pues hubo épocas en que la palabra no existía como tal, por lo tanto el significado no tenía las mismas connotaciones ni la misma carga semántica.

Como se ha dicho, el término suicidio es relativamente nuevo para la historia de la humanidad, pues, según Pierre Morón[1], data del año 1737, pero los primeros estudios sobre el fenómeno se dan en el siglo XIX. Además, dicho autor hace una breve historiografía del suicidio donde podemos rescatar visiones de mundo distintas y que un mismo motivo como la religión puede legitimar o castigar el mismo hecho.

En algunas culturas orientales, por cuestión de creencias, el suicidio era una especie de catarsis , pues mediante éste  en rituales o en un ámbito más social se daba una liberación; el suicidio era una cuestión de honor como el harakiri en Japón.

En Grecia se castigaba de una manera severa al suicida ya que no se le permitía un acto fúnebre digno. Posteriormente, con el cristianismo se censura el matar a alguien o a sí mismo e incluso la idea del suicidio era motivada por el demonio, por lo que asociaban a los melancólicos con la locura y los suicidas.

Es hasta el siglo XIX donde ya comienzan los estudios de comportamiento con tintes psicológicos. Sin embargo, un parteaguas en la visión literaria del suicidio y del suicida es la obra de Goethe Las desventuras del joven Werther[2] pues aquí se cambia el motivo por el que se comete suicidio, es decir, no se le atribuye al loco sino a la pasión que, como otra forma de melancolía, se presenta como una enfermedad del espíritu.

En dicha novela epistolar tenemos a dos hombres, Alberto que es el “juicioso” y Werther, el apasionado, quienes en una conversación debaten acerca del asunto a la luz de la razón y de la pasión. Para Alberto el suicidio implica ser cobarde y no afrontar la vida difícil: “sólo debe mirarse como una debilidad humana; porque con toda certeza es más fácil morir que soportar sin descanso una vida llena de amargura”. Werther, al escuchar tales vulgaridades como dice, responde esto:

Veamos si podemos representar de otra forma lo que debe sentir el hombre que se decide a deshacerse del peso, tan ligero para otros, de la vida. Pues sólo esmerándome por sentir lo que él siente podremos hablar del tema con honestidad. La naturaleza del hombre – continué-, tiene sus límites; puede tolerar hasta cierto grado la alegría, la pena, el dolor; si sigue más allá, sucumbe. No se trata entonces de saber si un hombre es débil o fuerte, sino de si puede soportar la extensión de su desgracia, sea moral o física; y me parece tan ridículo decir que un hombre que se suicida es cobarde, como absurdo sería dar el mismo nombre al que muere de una fiebre.

Ante tales argumentos, la razón, personificada por Alberto, se ve envuelta en una paradoja, por lo que Werther continuó con más argumentos, donde se le atribuye a la enfermedad del espíritu:

Acordarás en que llamamos enfermedad mortal a la que ataca a la naturaleza de tal modo que su fuerza, mermada en forma parcial, paralizada, se incapacita para reponerse y restaurar por una revolución favorable el curso normal de la vida. Pues bien, amigo mío, apliquemos esto al espíritu. Mira al hombre en su limitada esfera y verás cómo le aturden ciertas impresiones, cómo le esclavizan ciertas ideas, hasta que al arrebatarle una pasión todo su juicio y toda su fuerza de voluntad, le arrastra a su perdición. En vano un hombre razonable y de sangre fría verá clara la situación del desdichado; en vano la exhortará: es semejante al hombre sano que está junto a lecho de un enfermo, sin poder darle la más pequeña parte de sus fuerzas.

Como se puede apreciar en la cita, el espíritu enferma cuando se le arrebata la pasión y para Werther la pasión es algo que el hombre “razonable” no conoce, pues está inmerso dentro de una cotidianidad de la cual sólo se escapa por medio del arte o el amor. Esta confrontación del tabú resulta interesante para el lector y tiene una especie de legitimación del suicidio sostenida con el final de la novela.

Posterior a la publicación de esta novela, muchos jóvenes comenzaron a suicidarse y para 1775 fue prohibida en Leipzig; este fenómeno fue llamado por los psicólogos “Efecto Werther” donde la realidad copia a la ficción. Sin embargo, más allá de una visión psicológica y de los motivos por los cuales alguien comete este acto, se debe considerar como un motivo estético, pues no sólo en Werther alguien se quita la vida, sino la misma tragedia, como género, tiene como final, en muchas de las ocasiones, el suicidio, por ejemplo en Otelo o Romeo y Julieta.

No hay que perder de vista que cada género tiene sus lineamientos, pero el suicidio como motivo de una estética no se debe tergiversar por el hecho de ser un tabú, pues en ocasiones las muertes resultan realmente bellas por el tratamiento que se les da como el retratado por Robert Wiles, después de que Evelyn McHale se arrojara de un edificio.

[1] Pierre Morón, El suicidio, Presses Universitaries ,Francia 1987, (edición en español, Publicación Cruz, México 1992)

[2] Johann Wolfgang von Goethe, Las desventuras del joven Werther, Bruguera, 1974.

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