Uno de los lugares más transitados de la ciudad hoy en día es la plaza de la Ciudadela. Como una zona representativa de la colonia Cuauhtémoc, este lugar nos ha permitido entender a “La Ciudadela” como varias imágenes: un mercado de artesanías, una biblioteca y un parque alrededor de ella.
Todos estos lugares convergen en nuestras memorias y, a su vez, las compartimos con los demás. El parque de este lugar abraza celoso a su inmueble bibliotecario, vigila el estudio y los encuentros que en él se desarrollan. Claro, el parque puede presumir los miles y miles de visitantes y actores que están aquí día con día, he ahí el motivo del abrazo, porque reconoce en él su propio escenario cotidiano.
Todas las voces y caminatas que en este parque se han pronunciado no son más que la luminosidad de este sitio. No necesitamos detenernos a explicar que la simpatía de la plaza de la Ciudadela se refleja en sus personas, en sus voces, rostros, cantos y pasos de baile. No necesito explicar a detalle que la característica más preciada de este lugar son todas las personas que gustan de dotar a la plaza con sus presencias.
Lo curioso en todo caso es entender cómo es que en la actualidad tenemos este sitio para nosotros y es que pocas veces pensamos que las plazas significan más allá del espacio de descanso o de mero comercio. Son testigos de todos los acontecimientos que ocurren, de las presencias y ausencias.
Una herencia viva que hoy nos ofrece todo a manos llenas. Una herencia que ve en la Biblioteca México, el testigo del orden y control durante la Nueva España. La construcción de una fábrica de Tabaco nos sirvió de pretextos para encontrarnos todos los días en este espacio. Cuando la Nueva España quiso ser el reflejo del orden, entre todas las manifestaciones de lo anterior, el tabaco fue uno de los productos que más se consumieron durante la época, para ello se concretaron las ideas como la creación de una fábrica dedicada a su elaboración.
Durante el siglo XVIII, se generó la idea de esta construcción ubicada cerca del acueducto de Chapultepec. Lo que pareció entonces la mera construcción de un edificio con determinado fin, sirvió para propagar el crecimiento de esta ciudad y, con ello, la determinación de una identidad.
La fábrica de tabacos no logró permanecer a nuestros días pero terminó por convertirse en una cárcel-fortaleza a las expensas de la ciudad, como el palacio de Lecumberri. La plaza que entonces no lograba hacerse notar como el imponente edificio se fue formando poco a poco y no meramente en lo constructivo, sino en lo imaginario. ¿Importan las personas que atraviesan calles y plazas enteras? Es difícil imaginar los viejos andares a las afueras del metro Balderas.
Asimismo, la plaza de la Ciudadela fue el escenario principal de una trágica escena, la persecución de Madero después de una “traición” pintó de temor los corredores que hoy se iluminan con trinos de aves, una tarde de tranquilidad hoy en día no es más que una especie de escape de aquel recuerdo de 1913.
Los hechos cruciales para la historia también se manifestaron aquí, en un terreno común, a la expectativa del territorio de la plaza. Los testigos de este sitio son sus vendedores, sus transeúntes, sus trabajadores y hasta sus estudiantes. Es difícil clasificar la cantidad de personas que pasan por aquí y saber quiénes son, no tenemos nunca la certeza sobre las personas que llegan aquí, no tenemos nunca la idea de quien comparte la mesa con nosotros, sólo en algunas ocasiones sabemos eso, cuando intercambiamos palabras, cuando se comparte algo más que la mesa.
Antes de la pandemia e incluso en estos últimos meses (con la intención de querer volver a “la normalidad”), los fines de semana la plaza se vuelve un lugar donde el culto y la enseñanza comparten el espacio. El tiempo te ofrece un viaje y sin más, te encuentras rodeado de los juguetes de tu infancia, carros a escala, muñecas de moda, accesorios, todos se vuelven parte del mismo lugar. Aquí convergen los recuerdos de un pasado en común.
Alrededor, el escenario musical también está presente a través de su enseñanza. ¿Cuál es el ritmo que te gustaría aprender? Existen y convergen ahí los mejores profesores de baile, los bailarines por elección, los que han tomado al baile como su camino.
Los puntos de encuentro son un determinante de estos sitios. ¿Cuál es su relevancia? En las plazas se encuentran los mejores puntos para acordar con los demás, aglutinan los recuerdos y las memorias, los sentimientos y los aromas. Ahora, están aquí aglutinando a los bailarines de danzón y demás ritmos para bailar. Están aquí y han apropiado buena parte de la plaza, como si se tratase de una migración de fin de semana o como una visita dominical.
Aún con todas las transformaciones que este lugar ha tenido, no deja de conservar los sitios emblemáticos. La Biblioteca y los negocios que la rodean, aunque ahora se encuentran distribuidos de otra forma, no dejan de formar parte del paisaje. En el jardín vemos todavía a los bailarines de danzón que decidieron sumar a su vestimenta un cubrebocas o incluso una mascarilla, porque a casi dos años del inicio de la pandemia, han vuelto a ocupar ese espacio que les corresponde, que hicieron tan suyo a través de las clases de baile.
La Biblioteca continúa cerrada, sólo algunas medidas han permitido la apertura del inmueble pero pareciera que sigue a esperas de la eliminación completa del virus. Aún con todo eso, las reuniones no dejan de hacerse presentes, ni quienes pasan a un lado del edificio ni mucho menos quieren trabajan alrededor de ella.
Los días comenzaron a ser como antes, con algunas modificaciones pero siempre aferrándose a lo que alguna vez fue. Como en todo, son estos espacios los que se terminan por definir a partir de las acciones humanas. ¿Qué sería de una plaza como La Ciudadela sin los habitantes que la complementan?
Historiadora melancólica, caminante loca. Me gusta hablar de gente muerta con gente viva. Junté fragmentos de otras historias y no hay presagios como dice San Gustavo Cerati.
Sin café y cerveza, Ariadna pierde la cabeza.