La prostitución como castigo social en la novela Blanca Sol


La vida está repleta de contradicciones, de diferencias, de dicotomías y la literatura tiene una de estas oposiciones en torno a la figura femenina. En las corrientes literarias como el realismo y el naturalismo, la figura de la mujer suele tener sólo dos posibilidades: el ángel del hogar y la mujer caída en desgracia. Esa división entre la buena y la mala mujer ha estado presente desde los temas religiosos con la desobediente Lilith, quien no quiso estar por debajo de Adán y prefirió huir del paraíso antes de dejarse sobajar, y su contraposición, la dócil y obediente Eva; asimismo, tenemos a la madre amorosa y la malvada madrastra en los cuentos infantiles.

Al hablar de “el ángel del hogar” nos referimos a la mujer ideal del siglo XIX y del realismo literario, cuya figura debía ser obediente, decente, ingenua, sumisa, inocente y virginal. Su nombre mismo evoca a los deberes que debe cumplir: esposa, madre y sirvienta, la representación de lo que implicaba ser mujer. Esta imagen pasó a ser una figura fundamental del género debido a la visión del sistema de organización social burgués cuyas bases se encuentran en la familia y en la figura femenina sacrificada de la madre devota como el cimiento perfecto de la unión en el hogar. Una buena mujer es también aquella carente de deseos sexuales, es, hasta cierto punto, celestial e idealizada,

“una especie de ángel descendiente del cielo, carente de deseo físico” (Sabater, 1842: 115).

Por otra parte, la mujer caída es todo lo que no encaja dentro de los parámetros de lo correcto, lo moral y lo apropiado para la sociedad del siglo. Lilith no hizo nada malo, simplemente se cuestionó las normas ya establecidas:

“Desde el punto de vista femenino, ese hogar representado por el ángel del mismo, puede interpretarse como una prisión” (Naupert,2001, p.189).

Las mujeres caídas son las que no obedecen, las que responden, las que alzan la voz y no agachan la cabeza. Son aquellas que van contra a moral y que pueden llamar a otras a seguirla hacia la inmoralidad, las que no aceptan la imposición social de matrimonio o maternidad, las que no acatan la monogamia, ni la total entrega de su ser a un hombre.

En psicología existe el complejo de la madonna y la puta en el que Sigmund Freud señala que los hombres sólo pueden concebir a las mujeres de dos maneras: por un lado está la madonna, imagen en la que entran sus madres y a las que no pueden ver de forma sexual (o no en su totalidad), las ven como posibles esposas, por lo que son ellas quienes tienen su respeto y cariño; por otra parte está la puta, imagen destinada al resto de las mujeres, a todas aquellas que no cumplen con sus complicados requisitos de perfección femenina por parte de la visión masculina. La existencia de las mujeres está limitada a esa idea maniqueista del bien y el mal, mientras ellos son seres complejos que pueden serlo todo sin caer en ideas totalitarias.

Las mujeres malas no han sido bien recibidas en una sociedad misógina que busca controlarlas a toda costa, por ello cuando una cuestiona, se niega a servir, se opone a ser la subordinada de un él o reniega de sus “obligaciones”, se le aísla, es castigada por la sociedad con destierros (como el caso de Lilith) hasta persecuciones con antorchas como a todas las tachadas de brujas sólo por saber más de la cuenta. Las que se salen de las normas sociales deben atenerse a las consecuencias y muchas veces esos castigos tienen que ver con la degradación de su reputación, con la violación simbólica y literal del primer y más importante territorio de las personas: su cuerpo.

En la novela Blanca Sol de la escritora limeña Mercedes Cabello de Carbonera, la protagonista es una mujer hermosa pero frívola, tan ambiciosa que lleva a su esposo Serafín Rubio a la quiebra. Es una mala madre en una época en la que las mujeres eran criadas para maternar, una esposa ausente cuando lo que se esperaba era su servilismo, una persona adúltera en una realidad monógama en la que el matrimonio es sagrado, una mujer sin sentimientos más que por ella misma y el dinero en un siglo tan conservador para las mujeres cuyo sistema obliga a amar a todos menos a sí mismas. En este sentido, Blanca Sol deja de lado sus responsabilidades que la sociedad le impone por haber nacido mujer y va en busca de lo que quiere: seguir aumentando su riqueza, sus lujos y su puesto en la sociedad burguesa.

La protagonista lo logra todo, pero como la literatura muchas veces se usa como medio moralizante, esta novela refleja el conservadurismo de la época al castigar a Blanca Sol. En su descenso por ser mala mujer y al dejar a su esposo en la quiebra, éste termina por desquiciarse abandonándola con sus seis hijos y sin dinero para mantenerlos. De esta manera, la protagonista, resentida con la sociedad peruana, termina prostituyéndose.

Kate Millett escribió en 1970 que la prostitución es:

«paradigmática de la base misma de la condición femenina» que reducía a la mujer a la «concha» (Millett, 1975: 56).

Cuando un hombre toca fondo económicamente o socialmente puede terminar perdido en la bebida o como un indigente, sin embargo, el destino de la mujer, el punto más bajo de su vida, su caída en picada se relaciona a la exposición y venta de su cuerpo, porque mientras ellos son lo que producen, las mujeres son su cuerpo, los servicios que puedan abastecer con él.

Para la escritora feminista Sheila Jeffreys en su libro La industria de la vagina la prostitución es “Una práctica cultural nociva” (Jeffreys, 2008), pues justifica la esclavitud física de las mujeres, normaliza la compra y venta de un ser humano. Para la sociedad del siglo XIX, dicha actividad era un buen precio a pagar por no haber sido una buena mujer. El despojo de algo tan propio como el placer ha sido una constante para ellas, quitarle su satisfacción y volverla en su contra por no ser el ángel del hogar es lo que debe sufrir Blanca Sol. En el realismo del siglo XIX se relaciona a la figura de la prostituta con la decadencia social.

La autora de la novela refleja los vicios y las pasiones admitidas y sancionadas de la sociedad peruana que vivió, la cual parece demostrar que una mujer no puede ser tan ambiciosa y conseguir lo que quiere sin pagar algo a cambio. El castigo más grande para la mujer decimonónica, que era criada para ser madre y esposa, recatada y elegante, con nulo deseo sexual, sería, entonces, vender su cuerpo. Blanca Sol sabe que su único destino de supervivencia es la prostitución, y más que tomarla como castigo, la protagonista lo hace como venganza:

“No, ella no había perdido el juicio: pero sí se preparaba para hacerle perder el juicio y la fortuna a muchos hombres”

Esa fue su venganza, pues sintió que fue presionada para ser buena mujer, cuando nunca quiso ni pudo serlo.

El cuerpo de las mujeres ha servido como territorio de conquista, moneda de cambio, servicio, objeto, mientras que el cuerpo de los hombres es un templo sagrado y de culto. El creer que las mujeres deben tener derecho a venderse es legitimar que alguien tiene derecho a comprarlas:

“Esta relación legitimada y establecida que se define por el derecho masculino a exigir acceso a las mujeres es la principal concepción del poder masculino en juego para el movimiento feminista que busca abolir la prostitución» (Jeffreys, 2008. p.39).

Que la consecuencia de las malas mujeres sea deshumanizarse y convertirse en objetos de placer es la mayor prueba de que la prostitución no es trabajo, es castigo.

 

Andrea Navarro Abitú
Egresada de la Licenciatura en letras, escritora de barrio, lesbiana y feminista.

 

Referencias

Cabello de Carbonera, Mercedes. Blanca sol, 1889, Lima.

Jeffreys Sheila. La industria de la Vagina, 2009, Buenos Aires, Paidós.

Federici, Silvia. “La politización de la sexualidad” en Calibán y la bruja, 2010, Madrid, Ed. Traficante de sueños.

Sabater, Pedro. “La mujer”, El Semanario Pintoresco Español, 2º ser. 4 1842, pp. 115-1116.

Naupert, C. La tematología comparatista entre teoría y practica. La novela de adulterio en la segunda mitad del siglo XIX, 2001, Madrid, Arco/Libros.

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