“Leer o no leer”: la divertida reflexión de Virginia Woolf sobre la lectura

A lo largo de la historia, la lectura ha disfrutado de una venerable fama: como origen y registro del conocimiento y como actividad que eleva el espíritu y la condición humana por medio de la literatura. Por supuesto que esta reflexión no podía pasar desapercibida por una gran autora como Virginia Woolf, quien además de ser una de las escritoras más influyentes y vanguardistas del siglo XX es, aún hoy en día, una pensadora cuya obra se mantiene vigente para cientos de nuevos lectores y lectoras.

En este espacio ya hemos aprovechado para hablar de sus ensayos literarios en los cuales presenta sus ideas con soltura sobre las ciudades inglesas, fenómenos naturales, atardeceres y, por supuesto, literatura, entre otros grandes temas cotidianos. “Leer o no leer” es un texto que, con un divertido sarcasmo por parte de la autora, se presenta como una apología hacia la lectura frente aquellas personas que la denostan por ser una actividad individualista, aristocrática y que “en gran medida es escrita por personas irracionales y que tienden a la locura”, según las palabras de Lord Harberton. A continuación, te compartimos este satírico ensayo de Virginia Woolf:

Hubo una vez un señor mayor que era capaz, si se le daba tiempo, de examinar todos los males de la vida pública y privada —ambas en muy mal estado según su opinión— hasta llegar a su causa única y común: la preponderancia de las ratas. Desgraciadamente murió de la  mordedura de un ejemplar de la especie negra o noruega antes de poder reunir sus argumentos en un libro, así que los principios de su afirmación se perdieron para siempre. Por tanto, saquémosle partido al Vizconde Harberton mientras está entre nosotros. No es que haya descubierto la teoría perdida de las ratas, ¡ay!, sino que ha inventado una que servirá casi igual de bien. En los casos en que nuestro viejo amigo sacudiría la cabeza, adoptaría una pose solemne y exclamaría «¡Ratas!» Lord Harberton hace lo mismo y grita «¡Libros!». ¿Qué pecado es el que más aborrecen? ¿La bebida o la mentira, la crueldad o la superstición? Bien , todos provienen de la lectura de libros. ¿Qué virtudes son las que más admiran? Recójanlas a puñados donde quieran que la respuesta es la misma: son el resultado de no leer libros. El problema estriba en que de una forma u otra la raza maligna de los lectores se ha apoderado de la raza virtuosa de los no lectores. Dondequiera que uno mira, encuentra a los lectores al mando. «Todos los puestos administrativos de todo el Imperio están limitados cada vez más a mentes que demuestran unas facultades distorsionadas para leer y recordar lo que se les dice, en lugar de juzgar por sí mismos lo que quieren leer y recordar». Peor aún, «nuestros académicos» han «conseguido adueñarse por completo del control de la formación de las mentes de las próximas generaciones». El vicio se extiende día a día y las cosas han llegado a tal extremo que si no tenemos cuidado la aristocracia habrá malogrado su virtud de «despreciar el estudio y estar más interesada en sus propias opiniones que en las de su autor».

Pero en este punto el mensaje del profeta parece admitir dos interpretaciones, cada una de ellas susceptible de fundar una secta distinta. Se nos dice con gran énfasis que todo el poder está en manos de los lectores pero en otra página se nos advierte —a la aristocracia acomodada, esto es— que debido a nuestro depravado hábito de leer hemos quedado a merced de los líderes laboristas. Que socialistas y sindicalistas aprovechen todas las oportunidades de leer, aconseja Lord Harberton, pero nosotros dejemos de hacerlo de inmediato pues sólo así recuperaremos el ascendiente perdido. Es verdaderamente difícil saber qué hacer y además existe otra fuente de confusión. En la página 55 se afirma que el don de la escritura no procura «mayor garantía de sentido de lo que lo tiene el don del canto o tener mucha labia». Hemos de recordar que «pocos hombres de letras están cuerdos del todo, y que su factor principal de popularidad se encuentra en su lado irracional». Tan pronto como captamos este principio y hacemos burla donde antes rendíamos honores se nos presenta una lista de personas sin formación ni cultura y se nos plantea que admitamos de inmediato que «en la verdadera escritura, en el teatro, la poesía y la narrativa» , es decir, en el arte que no requiere dotes y cuyos mejores exponentes son los perturbados, « ellos pueden competir más que bien».

A pesar de estos oscuros fragmentos, sería mera afectación pretender que existe la menor duda acerca de lo que Lord Harberton quiere decir. El hombre inculto es una especie de genio natural que va abriéndose paso con cuidado p o r el mundo con un sentido instintivo para detectar lo bueno y lo acertado del todo fuera del alcance del pensamiento, y que únicamente puede compararse con el toque de muñeca de un campeón de tenis. Aunque estos seres fueron una vez muy comunes, debido a la difusión de los libros se han vuelto tan escasos que con el tiempo será necesario que en cada casa se emplee a un o para mantener el contacto con la realidad; el mismísimo Lord Harberton ya tiene a uno. Por otra parte, el hombre leído es el «fanático de primera», el espíritu del mal entre nosotros que ha dotado a todas las profesiones con las largas orejas de su absurda pedantería. Miren (simplemente mirar es suficiente) a Darwin; miren a Lord Lister; miren a Huxley, «ese viejo trapero»; miren en las ilustraciones del frontispicio a las caras de Swinburne, Goldsmith, Wordsworth y Gibbon, y compárenlos con la cara de William Whiteley, el proveedor universal. Verán que él parece «más alerta, igual de inteligente y con el doble de vitalidad y carácter».

Pero aunque hemos tratado de mostrar con estas citas que Lord Harb erton cumple él mismo su teoría —«educación resistida, fe escasa; títulos ninguno» —, hay una gran parte de este libro que podría haber sido escrita por cualquiera. Tómese lo siguiente, por ejemplo: «Existe gran cantidad de mentes que podrían leer a todos los mejores autores cuando les fuera posible y que sin embargo ello nunca les provocara pensamiento alguno; pero cuando están haciendo algo práctico la mente está viva y alerta y después piensan sobre ello y cómo hacerlo mejor y descubren pequeñas mejoras e inventos». Esto es casi la observación de un catedrático. Y decir que los exámenes han sido un fracaso y que las iniciales que siguen al nombre de uno no son prueba de las ideas que tiene en la cabeza —eso ya lo vienen diciendo los maestros hace tiempo—. Sin embargo, tal es la agitación y energía de la mente de Lord Harberton, tal la audacia con la que salta de la reforma tarifaria a la inoculación, del gobierno de partidos a la autonomía de Irlanda, para centrarse finalmente en los flancos del lector incorregible, que estábamos a punto de prenderle fuego a nuestra biblioteca con la esperanza de adoptar su estilo cuando tropezamos con Schopenhauer y Herbert Spencer. Ningún elogio es demasiado para ellos; en sus libros, se nos dice, encontraremos el secreto del universo. Así que después de todo Lord Harberton es simplemente una de esas personas cultivadas que se hacen los ingenuos para divertirse. No obstante, esta lectora le dará el beneficio de la duda y seguirá su consejo hasta el punto de abstenerse para siempre de las páginas de Schopenhauer.

Por supuesto que ahora agradecemos que Virginia Woolf no haya seguido los consejos de Lord Harberton, pues hubiera sido una gran tragedia no contar con valiosos escrito como éste, el cual, a pesar de su brevedad, es un grato ejemplo de la sabiduría humorística de la autora. Tal vez después de leer este ensayo podamos retomar con mayor entusiasmo nuestras lecturas, aún con los amenazadores peligros que éstas conllevan. 

 

Referencia
Woolf, Virginia. «¿Leer o no leer?» en Leer o no leer y otros escritos. Abada Editores. España. 2013.

Déjanos tu comentario
Tags:

Tal vez pueda interesarte...