Los diarios ¿literatura o no?
Cuando una persona acostumbra redactar, día con día, lo que le acontece, detrás de un escritorio en medio de la penumbra, cual religioso rezando, entendemos que aquel ser, hombre o mujer, vierte su propio contenido en la privacidad de unas páginas. Su lector pareciera que es él mismo en una versión de alter ego cuando se escribe, pues pareciera una necesidad humana el sentirnos, de alguna forma, comprendidos o de desentrañar eso incomprensible.
Sin embargo, pocos de nosotros realmente estarían dispuestos a dejar que algún otro lector se entrometa en nuestros textos diarios, pues es permitirle entrar en la intimidad de pensamientos, personas y emociones. Pese a ello, tenemos grandes textos diarísticos que solemos leer, como los de Alejandra Pizarnik, Fiódor Dostoievski, entre otros.
La pregunta aquí sería ¿pueden los diarios ser considerados literatura? La respuesta a este cuestionamiento no es sencilla, puesto que tanto Hans Rudolf Picard (1981) como Álvaro Luque Amo (2016) han tratado de hacer crecer el incipiente diálogo para poder hablar de una poética del diario literario.
Picard y su perspectiva
Picard[1] menciona que hubo una época en el siglo XIX donde se solía redactar diarios, por ejemplo los de viajeros, sin embargo, estos no tenían la condición comunicativa de tener un “receptor”, es decir, de ser publicados, pues el diario es de carácter personal e íntimo.
Asimismo, Hans menciona que el diario no tiene una estructura definida, sino más bien aleatoria, pero esta característica también se convertiría en una cuestión retórica:
El presunto carácter aleatorio del apunte de diario se convierte ahora en una estratagema retórica. La aparente despreocupación por la futura presencia de un lector se convierte en un mimetismo de la inmediatez.
Finalmente, en cuanto a una tercera objeción estaba el hecho de la ficción, es decir, el diario no requería un pacto de verosimilitud, pues en apariencia no iba a ser leído por nadie. Sin embargo, los diarios que se publicaron como póstumos tuvieron gran auge entre los lectores, así que la ficción comenzó a permear entre los textos y, a su vez, convertirse en una forma literaria.
Álvaro y la alteridad
Por su parte, Álvaro Luque[2], entre muchos otros argumentos, apela a la otredad, es decir, ese otro que existe cuando se escribe una novela, una autobiografía o un diario, y que no es el mismo autor, sino el lector “ideal” a quien le estamos escribiendo. Esa característica la comparte antes de que el texto mismo se publique y por ello recurre a una cita de Andrés Trapiello que dice lo siguiente:
En principio lo hacemos para nosotros mismos, pero nadie que lleve un diario ha renunciado a que pueda ser leído alguna vez por otro. A veces alguien concreto de quien se habla en sus páginas, a veces alguien abstracto, suma de todos esos lectores, o mejor, suma de todos esos seres a quien se ama de modo secreto mientras se escribe. Si toda la literatura es una declaración de amor, los diarios son una desesperada declaración de amor.
Sin importar el carácter o no literario de estos textos, quien ha tenido la oportunidad de escribir un diario entenderá que detrás de esas páginas existe el otro, ese otro que se parece mucho a mí, pero no soy yo. Es tan conocido y al mismo tiempo tan lejano, pues existe cada día por las noches; a veces, por las tardes o en algún momento desesperado, donde la escritura se vuelve portadora de aquel sentimiento abrumador que nos lleva al frenesí del ritual diarístico.
[1] Picard, H. R. (1981). El diario como género entre lo íntimo y lo público. Tomado de: https://scholar.google.es/scholar?hl=es&as_sdt=0%2C5&q=EL+DIARIO+COMO+G%C3%89NERO+ENTRE+LO+INTIMO+Y+LO+P%C3%9ABLICO&btnG=
[2] Amo, Á. L. (2016). “El diario personal en la literatura: teoría del diario literario”. Castilla. Estudios de literatura, (7), 273-306.
Escribiente que preferiría no hacerlo, lectora de lo ajeno y fanática de Bolaño.