Los títulos del porvenir

Entre los pasatiempos que practican las universidades, el más popular es la invención de nuevos nombres para las carreras. Ya desde la década de los sesenta, Ibargüengoitia nos advertía de ciertos renombramientos y “apéndices en forma de maestrías, doctorados, etcétera.”

En aras de la especialización que arrastra a la ciencia y a los científicos o quizás debido a la exigencia capitalista de producir ad infinitum, cada alma mater descifra los nuevos nombres que habrán de etiquetarse en los títulos del porvenir. Las empresas académicas descubrieron, de acuerdo con Ibargüengoitia, que “todo se puede enseñar y que todo se puede aprender”, basta con inventarse un buen nombre para persuadir a los futuros profesionistas.

La tarea de renombrar es más sencilla que la de nombrar, solo hay que sustituir algunas palabras por otras. No es extraño que en la nomenclatura académica hallemos sustantivos pasados de moda, ya sea por su hermetismo o por su enredada pronunciación.

Cuando esto ocurre, las escuelas lustran las palabras valiéndose de ciertos recursos lingüísticos para promocionar un servicio de calidad y de vanguardia. Como si acataran el eslogan de la Real Academia Española o de cualquier otro producto higiénico, las universidades limpian, fijan y dan esplendor.

El problema con el nombre a veces se halla en el nivel fónico de la lengua. Por ejemplo, en la actualidad de poco vale decir que fulanito de tal es un gran pedagogo, no porque ya no se requiera de la enseñanza o porque el contenido del plan de estudios esté caduco, sino por la desafortunada combinación oclusiva de la palabra.

Al pronunciarla, antes de que pensemos en el educador, en la epistemología o en las teorías constructivistas de Vygotski, es inevitable que escuchemos con desagrado la resonancia nasal propia de un gangoso. Este fenómeno fonológico impide que un oficio tan digno sea reconocido ante los ojos de nuestra época. Si las universidades no están a la moda con el lenguaje, las carreras corren el riesgo de extinguirse como ha ocurrido con tantas palabras y oficios antes indispensables.

Por tal razón, las escuelas prefieren nombres más comunes, acordes a las necesidades estéticas del cliente contemporáneo. No es lo mismo estudiar Pedagogía que Innovación Educativa, así como no es lo mismo ser un gran pedagogo que un gran innovador. El nuevo nombre se actualiza todo el tiempo y además se relaciona con las herramientas digitales en el ámbito de la educación.

Pero no todos los nombres corren la misma fortuna. Las instituciones también caen en crisis y en su desesperación bautizan carreras como Ciencia y Tecnología del Surf, Estudios sobre David Beckham o Ciencias de los Céspedes. En otras ocasiones, les dan prioridad a los placeres hedonistas de los usuarios y nos presentan la taquillera licenciatura en Cultivo de Cannabis.

Además, nuestra época exige cosméticos verbales cada vez más genéricos que eliminan cualquier rastro de originalidad. Así como hay términos en desuso también existen términos populares. Es el caso de los negocios.

Debido a que muchas carreras son cuentas de inversión que a la larga llenarán los bolsillos de sus estudiantes o al menos eso promueven, la educación superior ha agotado todas las combinaciones posibles: Licenciatura en Negocios Energéticos Sustentables, Licenciatura en Negocios Digitales, Licenciatura en Innovación de Negocios, Licenciatura en Dirección de Negocios, Licenciatura en Negocios Internacionales. Y si por alguna razón la palabra no aparece en el título, ésta se incluye en el plan de estudios como asignatura o por lo menos se menciona en la descripción de la carrera: “con énfasis en negocios”.

¿Pero qué podemos decir de las carreras que no escatiman en palabras ni ocupan peldaño alguno en el ranking de popularidad? ¿Qué pasará con Administración de Archivos y Gestión Documental, Planificación para el Desarrollo Agropecuario, Desarrollo Comunitario para el Envejecimiento y, por supuesto, todas las carreras de humanidades?

Tal vez ya sea el momento de licenciarnos en Negocios y Literatura, Innovación Literaria o incluso Negocios de la Innovación Literaria. No estamos lejos de confundirnos entre tantos nombres, de bautizar nuestras propias carreras, de vivir en hacinamiento profesional.

Autor: Missael Contreras

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