En la amplia historia de la poesía hay nombres que destacan por sus ideas de renovación. Quizá podamos pensar que la búsqueda por lo nuevo es una constante en el arte, pero lo cierto es que la mayoría de los movimientos artísticos surgieron de las ideas particulares de sólo unos cuantos que sentaron las bases para aquellas revoluciones del pensamiento.
Un ejemplo claro de esto son las vanguardias. Basta recordar a Marinetti con el Futurismo, Tristan Tzara con el Dadaísmo o André Breton con el Surrealismo, quienes no sólo se ocuparon de promulgar una poética, sino que propusieron una manera de entender la vida y el arte a través de sus manifiestos.
Y es que, si lo reflexionamos, ¿no es la poesía la encargada de llevar al poeta a un fin último muy parecido al delirio? Un delirio que puede ir más allá de los textos y volverse, en poca o gran medida, una forma de vida comprometida con el arte. Pero este compromiso no siempre termina por formar personajes, mitos, modelos a seguir que representen monumentalmente un estilo poético, sino personajes que conforman toda una idea de cómo comportarse, hablar y rebelarse contra su tiempo.
Un grito de vanguardia
En el caso de México, el encargado de proclamarse “en nombre de la vanguardia actualista mexicana” fue Manuel Maples Arce (1900 – 1981), quien una mañana de diciembre de 1921 dio el banderazo de salida para una renovación de la poesía mexicana con su Actual No. 1 Hoja de Vanguardia Comprimido Estridentista. Con ella, la Ciudad de México amaneció con una declaración irónica y con el nacimiento de uno de los hijos incómodos de las letras mexicanas: el Estridentismo, movimiento artístico que, fiel a su nombre, se encargó de reformular las ideas del arte mexicano y de buscar un nuevo concepto de “arte popular y nacional” por medio de un repertorio de “ruidosas” obras y acciones.
La primera visión poética de Manuel Maples Arce proclamaba que “toda técnica de arte está destinada a llenar una función espiritual en un momento determinado”, por lo que la expresión última de las emociones humanas es “la elemental finalidad estética”. Para él, dicha técnica sólo podía encontrarse en el nuevo entorno, en la vorágine que comenzaba a formarse con la gran Ciudad de México y “la belleza actualista de las máquinas”.[1]
Para el poeta mexicano la idea de estética iba relacionada con la idea de “progreso” y velocidad, por ello, a partir de su “apasionamiento por la literatura de los avisos económicos” se rebeló contra la poesía moderna mexicana acusándola de “organillerismos seudo-líricos y bombones melódicos, para recitarles de changarro gratis a las señoritas”. Así, Manuel Maples Arce pasa de la contemplación estética a la conformación de los temas e imágenes poéticas de sus textos:
“IV. Es necesario exaltar en todos los tonos estridentes de nuestro Diapasón propagandista, la belleza actualista de las máquinas, de los puentes gímnicos reciamente extendidos sobre las vertientes por músculos de acero, el humo de las fábricas, las emociones cubistas de los grandes trasatlánticos con humeantes chimeneas de rojo y negro, anclados horoscópicamente – Ruiz Hidobro – junto a los muelles efervescentes y congestionados, el régimen industrialista de las grandes ciudades palpitantes, las blusas [sic] azules de los obreros explosivos en esta hora emocionante y conmovida; toda esta belleza del siglo, tan fuertemente intuida por Emilio Verhaeren, tan sinceramente amada por Nicolás Beauduin, y tan ampliamente dignificada y comprometida por todos los artistas de vanguardia. Al fin, los tranvías, han sido redimidos del dicterio de prosaicos, en que prestigiosamente los había valorizado la burguesía con hijas casaderas por tantos años de retardarismo sucesivo e intransigencia melancólica, de archivos cronológicos”.[2]
Para el poeta, “el hombre no es un mecanismo de relojería nivelado y sistemático”, pero los espacios que comienzan a envolverlo sí; es así como sus primeros textos presentan el redescubrimiento del hombre y sus sentimientos frente a la nueva realidad mecanicista, una realidad nueva que, poco a poco, resignifica el modo de experimentar y sobrellevar conceptos como el amor o la soledad. Esto, podemos verlo en varios momentos de su poema “Prisma” publicado originalmente en Andamios Interiores (1922):
Yo soy un punto muerto en medio de la hora,
equidistante al grito náufrago de una estrella.
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,
y la luna sin cuerda
me oprime en las vidrieras.
Margaritas de oro
deshojadas al viento.
La ciudad insurrecta de anuncios luminosos
flota en los almanaques,
y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.
El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.
El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
¡Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!
Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
sus palabras mojadas se me echaron al cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómetros la arrancó de mis brazos.
Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca.
¡Y la locura de Edison a manos de lluvia!
El cielo es un obstáculo para el hotel inverso
refractado en las lunas sombrías de los espejos;
los violines se suben como la champaña,
y mientras las orejas sondean la madrugada,
el invierno huesoso tirita en los percheros.
Mis nervios se derraman.
La estrella del recuerdo
naufragaba en el agua
del silencio.
Tú y yo
coincidimos
en la noche terrible,
meditación temática
deshojada en jardines.
Locomotoras, gritos,
arsenales, telégrafos.
El amor y la vida
son hoy sindicalistas,
y todo se dilata en círculos concéntricos.
La voz poética comienza ubicándose en un espacio alejado al cual compara con una estrella “náufraga” en medio de la noche, símil que puede interpretarse como el inicio solitario de quien vive un alejamiento de la realidad: “Yo soy un punto muerto en medio de la hora, equidistante al grito náufrago de una estrella”. Es entonces cuando la misma voz del poema rápidamente se ubica en un primer espacio reconocido: “la ciudad insurrecta de anuncios luminosos”, a la cual llega gracias a esta luz que se intensifica con la noche (Margaritas de oro deshojadas al viento) y la “luna sin cuerda”, acto que presenta al lector la manera en que la pasividad del estilo de vida se ve violentada por la presencia, crecimiento y consolidación de las grandes urbes. Así, el poeta nos muestra cómo estos elementos comienzan a modificar la naturaleza de las personas y de la vida misma al comparar al insomnio con una enredadera que envuelve incluso a la misma noche haciéndola más estrecha.
Estas características continúan hasta que el poeta declara cómo él y su interlocutor están solos ante la rápida emergencia de la vida urbana y califica su relación como una coincidencia en una noche terrible. Hacia el final del poema, la voz muestra la importancia del ruido cuando resalta las figuras de la locomotora, los gritos, y los telégrafos para pasar a la sentencia final de “Prisma”: “El amor y la vida son hoy sindicalistas y todo se dilata en círculos concéntricos”, es decir, el poeta nos muestra cómo el progreso urbano ha delimitado y condicionado tópicos tan universales como el amor y que deben someterse a un punto en específico representado en el centro, el centro del mundo (las grandes ciudades) y de uno mismo.
La primera producción poética de Manuel Maples Arce es una experimentación marcada por la transformación obligada del México posrevolucionario, es decir, por la expansión de la capital del país y la necesidad de encontrar nuevos horizontes del lenguaje poético por medio de la suma de nuevas imágenes que lentamente fueron conformando el nuevo imaginario urbano de México.
A la cabeza de la primera ola estridentista
Pero como tal, el movimiento estridentista comenzó el 1 de enero de 1923 en Puebla con una frenética y burlona sentencia: ¡VIVA EL MOLE DE GUAJALOTE![3] Cuando el segundo manifiesto del grupo fue publicado, Manuel Maples Arce ya no era el único miembro, a su poética causa se habían unido algunos nombres que después serían referentes del movimiento como Germán List Arzubide, Arqueles Vela, Salvador Gallardo y, un poco más tarde, Leopoldo Méndez, quienes junto a doscientas firmas anónimas daban por avalado su afiliación vanguardista.
En aquel nuevo y definitivo manifiesto, los estridentistas buscaban reclutar a la “juventud intelectual del Estado de Puebla, a los no contaminados de reaccionarismo letárgico, a los no identificados con el sentir medio colectivo del público unisistematizal y antropomorfo” para promover “un arte juvenil, entusiasta y palpitante”, pero que se atendiera como una “recia inquietud espiritual”.
El Estridentismo de Manuel Maples Arce consiguió el impulso ideológico que necesitaba para llamar la atención de los críticos, escritores y artistas a partir de su declarada y ferviente postura de “La exaltación del tematismo sugerente de las máquinas, las explosiones obreriles que estrellan los espejos de los días subvertidos” para declararse (al menos en esta primera intención) en favor de la realidad obrera del país; hecho cuestionable por sus favores por parte de su amigo Heriberto Jara, gobernador de Veracruz de 1924 a 1928, que sirvieron como impulso para el financiamiento del grupo.
Con sus credenciales de líder estridentista, Maples Arce escribió su obra cumbre: Urbe (Super-poema bolchevique en 5 cantos), la cual estaba dedicada a los obreros de México:
I
A los obreros de México.
He aquí mi poema
brutal
y multánime
a la nueva ciudad.
Oh ciudad toda tensa
de cables y de esfuerzos,
sonora toda
de motores y de alas.
Explosión simultánea
de las nuevas teorías
un poco más allá
en el plano espacial
de Whitman y de Turner
y un poco más acá
de Maples Arce.
Los pulmones de Rusia
soplan hacia nosotros
el viento de la revolución social.
Los asalta-braguetas literarios
nada comprenderán
de esta nueva belleza
sudorosa del siglo,
y las lunas
maduras
que cayeron,
son esta podredumbre
que nos llega
de las atarjeas intelectuales.
He aquí mi poema:
¡Oh ciudad fuerte
y múltiple,
hecha toda de hierro y de acero!
Los muelles. Las dársenas.
Las grúas.
Y la fiebre sexual
de las fábricas.
Urbe:
Escoltas de tranvías
que recorren las calles subversistas.
Los escaparates asaltan las aceras,
y el sol saquea las avenidas.
Al margen de los días
tarifados de postes telefónicos
desfilan paisajes momentáneos
por sistemas de tubos ascensores.
Súbitamente,
¡oh el fogonazo
verde de sus ojos!
Bajo las persianas ingenuas de la hora
pasan los batallones rojos.
El romanticismo caníbal de la música yankee
ha ido haciendo sus nidos en los mástiles.
¡Oh ciudad internacional!
¿Hacia qué remoto meridiano
cortó aquel trasatlántico?
Yo siento que se aleja todo.
Los crepúsculos ajados
flotan entre la mampostería del panorama.
Trenes espectrales que van
hacia allá
lejos, jadeantes de civilizaciones.
La multitud desencajada
chapotea musicalmente en las calles.
Y ahora, los burgueses ladrones, se echarán a temblar
por los caudales
que robaron al pueblo,
pero alguien ocultó bajo sus sueños
el pentagrama espiritual del explosivo.
He aquí mi poema:
Gallardetes de hurras al viento,
cabelleras incendiadas
y mañanas cautivas en los ojos.
¡Oh ciudad
musical
hecha toda de ritmos mecánicos!
Mañana, quizás,
sólo la lumbre viva de mis versos
alumbrará los horizontes humillados.
Desde su primer canto, Manuel Maples Arce compara su experiencia estética con la de Walt Whitman en “Canto a mí mismo”, tanto en estructura (porque ambos son poemas de largo aliento y divididos en cantos) como en el paralelismo de las descripciones del espacio: en el texto de Whitman, el poeta canta a la naturaleza y al universo que puede ver y se compara con ellos mientras expone las similitudes que estos espacios comparten con su cuerpo; en el caso de Maples Arce, a partir de un vocativo declara todo lo que ve, siente y compone su nuevo espacio natural: la gran urbe. Pero el poeta hace más clara dicha referencia al citar a Whitman y a William Turner, lo que también invitar al lector a evocar las imágenes impresionistas e industriales del pintor inglés.
De esta manera, Manuel Maples Arce ofrece al lector la visión de su universo, el nuevo universo industrial que compete a la humanidad del nuevo siglo, y de su belleza, aquella que se encuentra en las máquinas, la velocidad, el movimiento y, sobre todo, en los estridentes espacios del nuevo hombre común: fábricas, estaciones de tranvías y aceras.
Sin duda, dentro de las letras mexicanas hay nombres que merecen ser grabados en oro. Pero el nombre de Manuel Maples Arce merece letras de color neón colgadas en lo alto de un edificio; el tamaño del espectacular depende, como siempre, del lector.
[1] Tomado del primer manifiesto de Manuel Maples Arce: Actual No. 1 Hoja de Vanguardia Comprimido Estridentista, 1921. Consultado en: http://artespoeticas.librodenotas.com/artes/1571/manifiesto-estridentista-1921
[2] Punto cuatro del mismo primer manifiesto.
[3] Tomado del segundo manifiesto estridentista, 1923. Consultado en: http://www.mexicanisimo.com.mx/manifiesto-estridentista/
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.