¿Para qué escribir novelas? Una reflexión de Italo Calvino
Desde su constitución con el Quijote de Cervantes, la novela ha pasado por grandes voces que han hecho de ella un ventanal de emociones, sentimientos y pensamientos que componen el amplio espectro conocido como condición humana. Mary Shelley, Bram Stoker, Oscar Wilde, William Faulkner, Fiódor Dostoievski, Virginia Woolf, James Joyce, Jane Austen, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo son algunos de los nombres que han constituido historias que marcaron una época y revolucionaron la narrativa para llevar las capacidades del lenguaje hacia otras fronteras.
Pero, a todo esto vale la pena preguntarnos: ¿cuál es la verdadera función de la novela? ¿Realmente es necesario escribir una para dejar un testigo del paso de nuestro tiempo? ¿Hay una razón en específico para que se siga escribiendo? Ante estas dudas, Italo Calvino, uno de los grandes narradores del siglo XX, aprovechó para reflexionar sobre el futuro de la novela universal. En su texto “Diálogo de dos escritores en crisis” de 1961, el escritor italiano nos regala la que probablemente es una de las mejores disecciones sobre el panorama de la novela contemporánea.
“Quizá nunca hasta ahora se le había ofrecido una situación más idónea para la síntesis a un novelista que quisiera representar en toda su complejidad el trasiego de nuestro siglo. Y, sin embargo, precisamente ahora, precisamente aquí, la pregunta que nos hacemos es ésta: ¿existe todavía la necesidad de escribir novelas?
Para cubrir la necesidad de contar historias que muestren los casos de nuestra sociedad, que marquen los cambios de las costumbres y expongan en esquema los problemas sociales se bastan y se sobran el cine, el periodismo y el ensayo sociológico. El cine ya sabe relatar bien, sabe captar bien lo esencial en las relaciones sociales, describir los ambientes; plantea y resuelve problemas de comportamiento práctico, de sentimientos y de moral. Naturalmente tenemos que reconocer que la evidencia de verdad que el cine proyecta tan fácilmente sobre rostros y ambientes es ilusoria, y que bajo esos proyectores del cine todas las verdades se transforman muy pronto en maneras, en retórica y en engaños. Si el cine limita mucho el campo de la novela no es porque de alguna forma la sustituya, sino porque por donde pasa el cine ya no puede crecer ni una brizna de hierba. Sin embargo, muchos escritores persisten en escribir novelas compitiendo con el cine, no consiguiendo más que resultados poéticos ínfimos. Los ambientes, los personajes y las situaciones que el cine ha hecho suyos ya no pueden ser asimilados por la literatura: en cuanto se les acerca la mano no queda de ellos más que polvo como si hubieran sido roídos por las termitas.
La prensa diaria y semanal persigue y registra día tras día los fenómenos de costumbres, liberando a la literatura de esa tarea de representación minuciosa del tiempo en que se vive, que fue el honor y la gloria del siglo XIX. Pero ¿a dónde nos lleva nuestro continuo y nervioso hojear de periódicos con la tinta aún fresca? Sólo estar informados de todo aquello que no cuenta. Hay muchos novelistas, sin embargo, que se han puesto a competir con esta interpretación de la actualidad esperando conseguir algo profundo, tratando de testimoniar en sus novelas los cambios de costumbres, las modas y las conversaciones, la vida de las clases elevadas, pero comprobamos que no consiguen ir más allá de la crónica periodística de una época, de la reproducción casi magnetofónica de las formas de hablar; no van más allá de un moralismo ambiguo, demasiado cómplice del mismo mundo que pretenden fustigar. No faltan ilustres ejemplos de novela mundana y chismosa en la literatura internacional que se han convertido en alta poesía en nuestro siglo; pero ahora tampoco en este terreno parece posible que vuelva a crecer hierba fresca.
También la “novela de denuncia” sobre problemas sociales tiene sus días contados. La política y la economía necesitan ahora de encuestas documentadas, de análisis basados en datos y cifras, y no de reacciones sentimentales y emotivas. Cada vez resulta más presuntuosamente fatua la actitud del escritor que pretende afrontar con sus aproximaciones literarias problemas que exigen urgentemente otro tipo de conocimiento y de estudio. Aunque también tenemos que decir que estas vías de conocimiento científico de la realidad social resultan, aisladas de todo lo demás, muy limitadas y decepcionantes. La sociología o se limita a acumular montañas de datos que no pueden sumarse, reproduciendo sobre el papel el magma humano que trata en vano de descifrar o propone definiciones sintéticas ejerciendo sobre la realidad una presión no menos arbitraria de la que puede dar la literatura, es decir, una exclusión de todo aquello que nos sirva para convalidar la propia teoría. Pero la urgencia de los problemas sociales del mundo sigue exigiendo la intervención y la guía de la cultura, y escribiendo un ensayo, una encuesta o un panfleto sobre un problema social se siente uno inclinado a dar a las propias páginas un sello de sentido práctico, de inmediatez de intervención, mientras que la construcción de una novela aparece como una tarea anacrónica que no tiene en cuenta la urgencia de las labores históricas y la economía de las propias energías. Allí donde la acción es posible, una verdadera pasión social se manifiesta en la misma acción o en la elaboración de escritos y estudios vinculados directamente con la acción, con la práctica. ¿Por qué, pues, emplear nuestro tiempo en escribir una novela?
En fin, si gran parte de los temas que parecían característicos de la novela se han convertido ahora en instrumentos propios de otros medios de conocimiento, ninguno de esos medios podrá dar lo que daba la literatura; y la novela, por su parte, es una planta que no puede crecer en un terreno trillado; tiene que encontrar una tierra virgen para plantar sus raíces. La novela ya no puede pretender informarnos sobre cómo está hecho el mundo; pero puede y debe descubrir la forma, las mil, las cien mil formas en las que se configura nuestra injerencia en el mundo, testimoniando, a medida que se van produciendo, las nuevas situaciones existenciales.
Quizás sólo así podamos aceptar que la poesía no tendrá nunca fin, lo mismo que esa especial forma de poesía que llamamos novela: la poesía entendida como primer acto natural de quien toma conciencia de sí mismo, de quien mira a su alrededor con el estupor de estar en el mundo.”
Como bien apunta Italo Calvino en su texto, es cierto que otros medios han sido más prácticos al momento de comunicar o visibilizar historias, sin embargo, la literatura, y más específicamente la novela, posee esa cualidad de reinventarse y ver con otros ojos la realidad que impera. Tal vez el papel de los futuros narradores será encontrar esas mil formas distintas de reinventar la narrativa y las historias, que convenientemente sería una nueva manera de leer el mundo y narrarlo.
Referencia
Calvino, Italo. “Diálogo de dos escritores en crisis”. Punto y aparte. Ensayos sobre literatura y sociedad. Siruela. Madrid. 2013. pp 83 – 86.
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.