7 pinturas clave en la obra de René Magritte
Pensar en la obra de René Magritte (1898 – 1967) es cuestionarse o incomodarse con la realidad. Sus pinturas destacan por esa aura de sueño e imposibilidad que la corriente surrealista se encargó de popularizar; sin embargo, su obra se deslinda, quizá con creces, de esta primera lectura.
Hace unos años, el Centro Pompidou de París montó una de las muestras monográficas más interesantes del artista: “La Trahison des Images”. Didier Ottinger, comisario del Centro comentó entonces que “la muestra espera sacar a René Magritte del encierro surrealista donde todavía se encuentra en Francia”.
Que una exposición así en 2017 (50 años después de la muerte del pintor) buscará ampliar las perspectivas de interpretación de la obra de Magritte, responde a la pluralidad de lecturas que puede encontrarse en sus obras. Probablemente sea común escuchar diversas interpretaciones de la serie de Los amantes pues ¿quién no ha llegado a identificarse o sentirse intrigado por la negación de ver el beso común entre dos encapuchados?
A sus pinturas no le faltarán interpretaciones, eso es seguro. Pero la obra de René Magritte puede ir más allá del cuadro que intriga y nos recuerda a un rincón de nuestros sueños (o pesadillas).
El relato cotidiano
Para Robert Hughes, René Magritte es más un “narrador” que pintor. Comenta que sus cuadros, antes de ser vistos como pinturas formales, deben leerse como un relato, como un suceso que está ocurriendo y que sólo el espectador puede completar.
“Sus imágenes primero eran relatos, y después pinturas formales, pero los relatos no eran narrativas a la manera victoriana, instantes de la vida o reflejos de la historia. Eran instantáneas de lo imposible, ofrecidas de la forma más aburrida y literal posible, viñetas de lenguaje y realidad ligadas en una cancelación mutua.”[1]
Al encontrarnos frente a su obra, probablemente tengamos preguntas que en voz alta pueden sonar más que ridículas: ¿Qué hace una manzana frente a la cara de un sujeto?
O ¿Qué hacen muchos sujetos con traje flotando frente a una casa blanca?
Pero lo más probable es que Magritte buscara lo desconcertante a partir de la realidad y no de los sueños. Demasiado real para los surrealistas y demasiado extraño para los realistas. Magritte era un resignificador de lo cotidiano.
Los objetos y su significado
Una pintura como La Clarividencia (1936) puede resultarnos atractiva por la posibilidad que pone el artista ante nosotros. Su incitación a descifrar el cuadro o, simplemente a verlo, radica en la simpleza de los objetos representados: es un autorretrato de René Magritte en el que pinta un pájaro en su lienzo mientras observa un huevo. Si bien, las lecturas pueden apuntar sólo a un tema como la visión del futuro, lo interesante es cómo el artista ofrece una relectura de un simple huevo y le otorga un nuevo significado: algo que puede transformarse en otra cosa.
Pero es en Los valores personales (1951) donde encontramos una amplia posibilidad de este juego de resignificación de los objetos. Este bodegón surrealista en el interior de un cuarto busca una gama de significados tanto para los objetos cotidianos (un peine, una copa, un armario) como para el cuadro en sí. Desde su título, se nos advierte que no son simples objetos, sino que juegan un papel importante para el autor. El valor simbólico los convierte en signos, los cuales, a su vez, significan algo para Magritte y para el espectador. Un peine, objeto del día a día, puede ser trascendental si así lo deseamos.
Lo que estas pinturas plantean es un aviso para voltear a nuestro alrededor y pensar cómo estos objetos significan y construyen nuestra propia realidad.
Imagen y realidad
Su serie La condición humana (1933-1935) es un planteamiento a su concepción de las imágenes como un engaño. En éstas, René Magritte juega con los límites de la percepción y la realidad, además, deja en claro que las imágenes son el medio ideal para burlarse de lo que concebimos como real.
La serie de pinturas sigue una estrategia que a primera vista puede resultar simple: un caballete en un cuarto con un paisaje está colocado frente a una abertura (puerta o ventana) que da hacia el paisaje externo. Es entonces cuando los objetos colocados en diferentes planos en la pintura crean la ilusión de que el cuadro es el que complementa el paisaje “real”, lo que deja al espectador con la duda de qué es lo que crea a qué.
Su concepción de la imagen/representación llegó a un punto más reflexivo en pinturas como El telescopio (1963) y El amigo del orden (1964). En la primera, podemos ver una ventana entreabierta en la que se aprecia el cielo detrás de los cristales, pero en la pequeña abertura se ve un fondo negro. ¿Qué es entonces lo que está detrás de la ventana y qué es lo que se nos representa? Al estilo de la caverna de Platón ¿percibimos sólo una capa de la realidad, una ventana que apenas vislumbra la oscura verdad que hay detrás de la realidad?
Por su parte, podríamos encontrar más poética la segunda pintura en el sentido de presentar una metáfora. En ella vemos el contorno de un hombre con sombrero cuyo interior muestra un paisaje nocturno de un bosque coronado con un cuarto de luna posicionada justo al centro de donde debería estar la cabeza del hombre. ¿Esta pintura es acaso un intento por entender que el humano es la medida de todas las cosas o que, en su interior, el humano tiene el mundo y sus posibilidades?
El signo y sus engaños
Una de sus primeras series de pinturas es, quizá, la más recordada (y polémica) del artista. La traición de las imágenes (1928 – 1929) refleja más que sólo las posibilidades de las imágenes para engañarnos, también retrata el elemento fundamental para la semiótica y la lingüística: el signo y su función.
Fue en 1929 cuando René Magritte pintó su famoso Ceci n’est pas une pipe, un cuadro donde podemos ver una pipa con una fina y despreocupada advertencia: “ésta no es una pipa”. A Magritte no le faltó certeza, lo que el cuadro muestra es la representación de una pipa, no el objeto pipa en sí. Éste es un ejemplo simple de la relación significante (la palabra pipa o el dibujo de una pipa) y significado (el objeto que se nos presenta en la mente al escuchar pipa), los elementos que constituyen el signo.
Fue sólo un año después, cuando el artista pintó una serie de cuadros titulada Key to dreams (1930) en la que retoma la temática del signo y se burla de la misma polémica. Cada pintura de la serie muestra seis recuadros donde vemos un objeto común y la palabra de otro objeto arbitrario que no corresponde con lo que el espectador ve en el cuadro. Podríamos ver este acto, más que como una burla, como una reflexión de la concepción de la lengua y la fragilidad de la realidad que crea a partir de los signos que la constituyen.
La obra de René Magritte puede ser un chiste visual, así como un golpe sutil de filosofía. Su búsqueda no fue una lucha constante con su subconsciente, sino que era un entusiasta de crear magia con lo que tuviéramos a la mano. No debe parecernos extraño que la tarea que buscó con sus cuadros en el siglo XX siga vigente en varias corrientes del arte conceptual actual, esa necesidad por entender y (re)significar lo que nos rodea.
[1] Hughes, Robert, A toda crítica, Anagrama, España, 2002.
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.