Hace tiempo, una amiga se quedó clavada con Los detectives salvajes de Roberto Bolaño volviéndose una especie de gurú literario para ella. No la culpo. Acercarse a la literatura de Bolaño no es la clásica escena de lectura con café en una noche de lluvia, si no, más bien, es algo lumpen, algo más apegado a leer echados en el suelo de un cuarto universitario mientras acumulamos bachas de cigarros pasados o a una reunión con amigos que discuten “temas elevados” mientras abren cervezas con la boca.
Era la primera vez que mi amiga lo leía y a partir de ahí se dedicó a investigar todo lo que tuviera que ver con el chileno: otras obras, principales influencias, gustos, opiniones, entre una que otra curiosidad. Se volvió una detective salvaje en la búsqueda de ese “algo” que quería decir el autor.
Pero, ¿qué puede ser eso que Roberto Bolaño nos quiere decir cuando terminamos un libro como este? Muchas veces pasa que nuestra primera interpretación de las obras que nos marcan exige algo más, algo que aún no queda claro y emprendemos una tarea, digamos, más orgullosa. Este texto es un intento de esa lectura a manera de investigación bajo una lupa y códigos secretos. Alistaremos pistas que encontramos en algunas de las novelas y poemas del autor para indagar cuál pudiera ser uno de esos significados.
Para comenzar, debo decir que mi encuentro con las pistas no fue la mejor, ya que no llegué a su obra de manera ordenada. La primera vez que leí a Roberto Bolaño fue gracias a Rodrigo Fresán y su novela Mantra. La amistad entre estos escritores era tanta que los llevó a ser personajes literarios en sus realidades y ficciones. Sin comprenderlo muy bien, leí sus dos poemas publicados en la novela que, ¡oh, sorpresa!, estaba basada en la Ciudad de México, una ciudad de héroes enmascarados, anónimos.
Primera pista: la construcción del detective/poeta
Me di a la tarea de buscar más poemas e información de Roberto Bolaño, lo que fuera. Algo en sus letras me atrajo, como supongo le pasa a sus lectores más fervientes (sigo sin considerarme uno de ellos). Al poco tiempo de indagar, llegué (o él llegó a mí) al poema “Los perros románticos” en uno de esos grupos literarios que abundan en redes sociales. Los comentarios, más que elogiadores, reconocían a un rockstar literario que no había tenido la oportunidad de leer. ¿De qué me había perdido realmente?
LOS PERROS ROMÁNTICOS
En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.
El contexto juega el papel de dar una visión del mundo al autor y, a partir de ésta, escribir lo que conoce o reflexiona. En el caso de Bolaño, y de este poema en específico, resulta importante conocer su paso por dos movimientos revolucionarios a temprana edad: las protestas estudiantiles en 1968 en México y el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile en 1973.
Si bien el chileno no tuvo una participación en el movimiento de México, sí fue testigo de episodios como los del 2 de octubre en Tlatelolco o “el halconazo” en 1971. Bolaño ya había visto lo que era la violencia desmedida en esa época, por ello, no pudo hacer caso omiso a la historia que atravesaba su país natal.
En 1973, Roberto Bolaño regresa a Chile para apoyar al gobierno y los ideales de Salvador Allende, además de visitar a algunos familiares. Sin embargo, poco tiempo después del golpe de Augusto Pinochet, debe huir para salvarse. Es aquí donde el autor conoce lo que considera como maldad en sí, tema que será recurrente en sus cuentos.
El escritor regresó a México en 1974 en calidad de refugiado y con sólo 20 años de edad. Es aquí donde el poema adquiere más sentido a partir de una coordenada temporal (“En aquel tiempo yo tenía veinte años y estaba loco. Había perdido un país pero había ganado un sueño”). Fue un extranjero sin patria que encontró en México ese lugar ideal para “ganar su sueño”.
Sueño, viaje, perros y más perros… Podemos ver la imagen de alguien que abandona todo porque le es arrebatado y encuentra un paraíso para compartir, porque ése era su paraíso: el sueño compartido con los perros románticos (otros soñadores como él). Así, el soñar se vuelve una promesa que se acerca, pero nunca llega y, sin embargo, se espera como un consuelo. Sus letras eran de alguien abatido por la melancolía y que encontraba en el acto poético ese premio de consolación, como, supongo, muchos hacemos al menos en una ocasión.
Ahora bien, esta figura de poeta/detective será fundamental en sus novelas. La pista de hielo es, por su forma, un primer esbozo de su obra medular. La historia relata los detalles de un asesinato y de cómo el testimonio de los sospechosos se conjunta para dar con el responsable. El uso de narradores en primera persona funciona para dar la sensación de interrogatorio, ya que se declara y se revela frente a un detective, o sea, nosotros, los lectores.
Dos de ellos, Gaspar Heredia (mexicano) y Remo Morán (chileno) son este primer prototipo de sus detectives, sin embargo, no tienen la misma complicidad que Belano y Lima, pero sí comparten la afición por la escritura y la lectura.
“Lo vi por primera vez en la calle Bucareli, en México, es decir en la adolescencia, en la zona borrosa y vacilante que pertenecía a los poetas de hierro […] Todos éramos adolescentes, adolescentes bragados, eso sí, y poetas, y nos reíamos. El desconocido se llamaba Gaspar Heredia, Gasparín para los amigos y enemigos gratuitos”.
Asimismo, desde estas primeras páginas podemos advertir el ímpetu del personaje mexicano, justo a la manera del buen amigo Papasquiaro, pues nos enteramos que este personaje viaja por España sin un rumbo fijo hasta que Remo Morán le ofrece un empleo temporal:
“La propuesta, además, me emocionó. Nada me ataba a Barcelona, […] sólo tenía que coger el tren de la costa y marcharme. Dicho y hecho: metí en la mochila los libros y la ropa y me largué con viento fresco. Todo lo que no cupo, lo regalé. Al dejar atrás la Estación de Francia pensé que nunca volvería a vivir en Barcelona. ¡Atrás y fuera de mí!”
En este personaje encontramos el mismo concepto de movimiento, de la búsqueda incesante, el exilio, lo que enmarca y advierte el epígrafe del libro y, probablemente, describe gran parte de la obra de Bolaño: “Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio”, versos parafraseados de Gilberto Owen, pero que Papasquiaro supo apropiarse con ese artículo delirante.
Segunda pista: tras la ruta de la poesía
Después de conocer su historia como exiliado y la configuración de su detective/poeta, la duda ahora es: ¿cuál era ese sueño para Bolaño? ¿Qué podría encontrar en México para seguir escribiendo?
En Los detectives salvajes conocí a los verdaderos perros salvajes, los detectives románticos: Arturo Belano (Roberto Bolaño) y Ulises Lima (Mario Santiago Papasquiaro), quienes son los protagonistas de la novela. En ella se narra la búsqueda de la enigmática poeta Cesárea Tinajero que se extiende durante años y a diferentes países. La aglomeración de narradores a partir de diarios, noticias, chismes y cartas hacen del libro un reto literario para seguirle la pista a los intensos detectives, con el uso de la misma fórmula del narrador en primera persona que testifica su versión de los hechos y lo poco o mucho que sabe.
Su misión era clara, encontrar a “la madre de la poesía mexicana”, principal inspiradora de su movimiento el “real viscerealismo”, homónimo de la primera postura literaria de Bolaño el “infrarrealismo” que inició junto a Mario Santiago. Para el escritor chileno, Papasquiaro era el verdadero poeta, el poeta adolescente, aquel “que arriesga lo poco que tiene por algo que no sabe bien qué es, y que generalmente pierde”.
Es aquí cuando la consigna “crecer hubiera sido un crimen” del poema inicial cobra más sentido. Para él, el detective/poeta sólo puede ser un adolescente, aquel que con cada derrota está más cerca de su meta, de un anhelado encuentro con la verdad, esa es la poesía. La historia cierra con una pregunta que sólo es el inicio de más cuestionamientos sobre el paradero de lo poético: ¿qué hay detrás de esa ventana? Probablemente, la búsqueda y huida necesarias para formar la ruta de la poesía.
Tercera pista: una estrella distante
Cuando la figura del detective/poeta y su ruta quedaron claras, podemos pasar a aquello que se busca, y es Estrella distante (para muchos su mejor novela) donde podemos encontrar un ejemplo de ello. Esta es otra historia con temática policíaca donde el mismo Arturo Belano ayuda al detective Abel Romero a dar con el paradero de Carlos Weider, un piloto de la Fuerza Áerea de Chile a quien Belano conoció con el nombre de Carlos Ruiz-Tagle, un poeta experimental que se dedicaba a crear poemas en el cielo. A partir de una serie de asesinatos cometidos por éste, el protagonista y el detective comienzan a trazar una posible ruta de su paradero, al que se aúnan unas cuantas colaboraciones literarias.
Si bien Bolaño declaró que su obra “es una aproximación, muy modesta, al mal absoluto”, también podemos encontrar en la figura del poeta asesino un ansia de renovación literaria. Este acto se presenta cuando el narrador cuenta cómo Wieder escribe en el cielo a bordo de su avioneta. Entonces, el título puede cobrar un nuevo significado: la estrella distante encarnada en el fugitivo, pero también en el acto artístico y poético de inventar nuevos caminos.
Es esa estrella la que se busca y observa, incluso cuando lleva millones de años muerta o espera ser descubierta. El poeta va a ser, dentro de esta suerte, un astrónomo que busca y clasifica, pero nunca alcanza en su solitario camino.
Ésta es una idea que presenta Roberto Bolaño y se refuerza al momento de recordar su última ventana poética, aquella última pista que consiguieron los detectives salvajes: La poesía, como una estrella distante, está al alcance de aquellos que se atrevan a ser detectives sobre un camino incierto. No se conoce lo que se persigue, pero el detective/poeta estará ahí para recorrer el camino de dudas y llegar (o quizá no) a un fin que le sirva de consuelo.
Acercarse a la literatura de Roberto Bolaño puede ser una salvaje coincidencia, pero pronto se convierte en (una promesa de) consuelo entre imágenes como el exilio, la búsqueda, el sueño, la melancolía y el mal, ésa única constante que nos trastorna y nos vuelve a poner los pies en la tierra.
Es curioso cómo las investigaciones siempre regresan al inicio, y en mi caso, fue al primer poema que leí de Bolaño:
GODZILLA EN MÉXICO
Atiende esto, hijo mío: las bombas caían
sobre la Ciudad de México
pero nadie se daba cuenta.
El aire llevó el veneno a través
de las calles y las ventanas abiertas.
Tú acababas de comer y veías en la tele
los dibujos animados.
Yo leía en la habitación de al lado
cuando supe que íbamos a morir.
Pese al mareo y las náuseas me arrastré
hasta el comedor y te encontré en el suelo.
Nos abrazamos. Me preguntaste qué pasaba
y yo no dije que estábamos en el programa de la muerte
sino que íbamos a iniciar un viaje,
uno más, juntos, y que no tuvieras miedo.
Al marcharse, la muerte ni siquiera
nos cerró los ojos.
¿Qué somos?, me preguntaste una semana o un año después,
¿hormigas, abejas, cifras equivocadas
en la gran sopa podrida del azar?
Somos seres humanos, hijo mío, casi pájaros,
héroes públicos y secretos.
Al final entendí que ese viaje al que puede aventarnos la poesía es aquel en el que se renuncia a todo para ser un héroe anónimo guiado por su estrella. ¿Nos atreveremos a tanto?
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.