Fue en 1949 cuando el autor británico, George Orwell, sentenció:
La Guerra es Paz
La Esclavitud es Libertad
La Ignorancia es Felicidad
A través de su obra 1984 y la voz de su “Gran Hermano”, Orwell expuso un punto interesante: la manera de desarrollar una sociedad moderna y perfectamente mecanizada.
Los pensamientos, los deseos y las actividades son ordenadas y programadas por un sistema invisible que coloca al mismo individuo en una postura inconsciente de sí mismo. El triunfo de la ignorancia como ausencia de pensamiento.
La realidad orwelliana se presenta al lector como una ventana distópica, una realidad que supera cualquier pensamiento de progreso que nos hayamos planteado y lo tergiversa hasta sus últimas consecuencias.
Sin embargo, el control del «Gran Hermano» ya no (a)parece tan distinto en nuestros días. La tecnología, el Big Data, la hiperconectividad y la inmediatez han minado nuestra vida privada convirtiéndonos en grandes modelos estadísticos.
No debe resultarnos extraño que cada vez sean más frecuentes las opciones de entretenimiento o consumo que encontramos en nuestra pantalla electrónica, y que parecen hechas a la medida de nuestras «necesidades». Y no, el azar cabe en todos lados, menos en la era tecnológica donde los algoritmos saben más lo que deseamos que nosotros mismos.
Entonces, una serie de preguntas contemporáneas aparecen para adoptar la distopía orwelliana: ¿realmente estamos decidiendo por nosotros mismos?, es decir, ¿hasta qué punto sabemos que nuestro deseo es propio y no influenciado por otros? ¿Quiénes otros? Quizá quienes se protegen tras un cristal negro que no refleja mas que al consumidor en su ejercicio de Narciso hiperconectado.
Al encaminar nuestros deseos, sólo un amplio y finito número de opciones se descubren ante nosotros, opciones previamente investigadas que dependen del nivel económico, social y cultural (sí, la cultura tampoco se salva) para sabernos aptos para tal producto y ser un engrane productivo y sobrecargado de imágenes comerciales.
Probablemente lo hemos permitido. Hemos permitido la manipulación de nuestro propio consumo y el modelamiento de nuestros gustos. No obstante, el texto de Orwell es un grito para hacernos conscientes de esa sombra que clama por nuestro control y pensar. Entonces, ¿cómo salvaguardar una identidad propia? ¿Cómo construir una idea independiente de lo que el contexto ahora ha plagado de necesidades sin fundamento?
No se trata de ser «único y diferente», sino de, como apunta E.E. Cummings en una carta al editor de la revista High School Spectator, ser lo suficientemente valiente para pensar por uno mismo, librar la batalla y revelarse ante una sociedad que se esfuerza por hacernos a todos iguales.
Un poeta es alguien que siente y que expresa sus sentimientos a través de la palabra.
Esto puede sonar sencillo. No lo es.
Mucha gente piensa o cree o sabe lo que siente —pero eso es pensar, creer o saber, no sentir. Y la poesía tiene que ver con sentir, no con saber, creer o pensar.
Casi todos pueden aprender a pensar o creer o saber, pero a ningún ser humano se le puede enseñar a sentir ¿Por qué? Porque cada vez que piensas o crees o sabes, estás siendo como mucha gente pero en el momento en que sientes no puedes ser alguien más que tú mismo.
Para ser nadie-más-que-tú-mismo en un mundo que se esfuerza cada día y cada noche porque seas igual que todo el mundo hay que pelear la batalla más dura que cualquier humano puede pelear y no dejar de hacerlo nunca.
Y expresar ese nadie-más-que-tú-mismo en palabras significa trabajar un poco más duro de lo que alguien que no es poeta no puede imaginar ¿Por qué? Porque nada es más sencillo que usar las palabras como lo hace alguien más. Todos lo hacemos casi todo el tiempo y cada vez que lo hacemos no estamos siendo poetas.
Si al final de tus primeros 10 o 15 años de pelear y trabajar duro y sentir te das cuenta que has escrito una línea de un poema, serás muy afortunado.
Así que mi consejo para todos los jóvenes que quieren ser poetas es: Haz algo sencillo, como aprender a hacer estallar el mundo, a menos de que no estés dispuesto ni orgulloso de sentir y trabajar y luchar hasta que mueras.
¿Suena esto depresivo? No lo es.
Es la vida más hermosa que puede haber sobre la tierra.
O así lo siento.
[Puedes consultar el texto original aquí. Traducción tomada de pijamasurf.com]
En su carta, la figura del poeta es aquella capaz de entregarse a su propio interior y, a partir de ello, construir su realidad y cuestionarla. El sentimiento parece ser el único elemento diferenciador en nosotros, tanto así que también es la semilla creadora de pensamientos e ideas.
¿Por qué utilizar la poesía (o la literatura y el arte en general) sería la herramienta ideal para tal empresa? Quizá porque, como apunta Gonzalo Rojas, la poesía convierte al individuo en un ser entregado al ser, en alguien que descubre y se arroja a la misma existencia sin la certeza de salir victorioso.
Los verdaderos poetas son de repente:
nacen y desnacen, dicen
misterio y son misterio, son niños
en crecimiento tenaz, entran
y salen intactos del abismo, ríen
con el descaro de los 15, saltan
desde el tablón del aire al roquerío
aciago del océano sin
miedo al miedo, los hechiza
el peligro.
Aman y fosforecen, apuestan
a ser, únicamente a ser, tienen mil ojos
y otras mil orejas, pero
las guardan en el cráneo musical, olfatean
lo invisible más allá del número, el
vaticinio va con ellos, son
lozanía y arden lozanía.Al éxtasis
prefieren el sacrificio, dan sus vidas
por otras vidas, van al frente
cantando, a cada uno
de los frentes, al abismo
por ejemplo, al de la intemperie anarca,
al martirio incluso, a las tormentas
del amor, Rimbaud
los enciende:
«Elle est retrouvée
Quoi? L´Eternité »Pero la Eternidad es esto mismo.
«Los verdaderos poetas son de repente» – Gonzalo Rojas
Tal vez la única alternativa que tenemos es ponernos en guardia, resistir los embates de la realidad y alimentar nuestro sentir e imaginación de la mejor manera que hemos tenido: un refugio posiblemente poético y creador. O al menos, eso esperamos.
Lector y peatón. «Yo soy aquel». Dicen que soy el chico al que los golondrinos le laceran las axilas.
A veces escribo sobre lo que me gusta, otras entreno Pokémon.