Pocas personas comparten lo que piensan, basta con echarle una ojeada a los comentarios de cualquier imagen o video (si son controversiales, mejor) para conocer la razón. Pero, ¿qué necesidad (diría el buen JuanGa) hay de ofender a alguien que no comparte tu opinión?
¿Cuál es la trascendencia de discutir con un desconocido para que piense como tú o que te dé la razón? Si eres fan de hacer esto, amigo, estás en serios problemas. Primero, porque estás anulando la individualidad y libertad de otro; segundo, pero no menos importante, porque “ganar” una discusión (y más si es virtual) es inútil. En este tiempo de “originalidad” pareciera aún más ofensivo pensar igual que otros, o sea que de todas formas sales perdiendo y no cambiarás al mundo publicando tu opinión, porque el contenido del medio no está destinado a trascender. Lo que hoy es sensación, mañana dejará de serlo.
(Aunque he de admitir que leer esas discusiones es hasta cierto punto divertido. He sabido de mucha gente que, como yo, dominada por el morbo, se ha sentado a leerlas socarronamente).
¿Qué nos ocasiona tanta aversión a los otros en las redes sociales? ¿Por qué ese afán de jugar a ser dioses que lo saben todo para agraviar a otros? Si lo analizamos, en nada nos afecta leer al amigo que siempre publica frases de Paulo Coelho, las fotos de perritos, las cosas de política y noticias, los memes cagados, ¿por qué atacarlos? Tienes tres opciones: ser tolerante, aprender a usar Facebook y escoger lo que quieres ver en tu sección de noticias (sí, se puede hacer eso), o ya de plano, eliminar gente (por muy bien que te caigan pese a sus publicaciones, pero no lo harás porque te encanta hacer corajes).
¿Dónde queda entonces la tan aclamada libertad de expresión? En teoría, (muy en teoría) somos dueños de nuestros perfiles, por tanto, podemos publicar lo que queramos, cuando queramos. ¿Y a quién beneficiamos al publicar maravillas? ¿A los otros? No. Lo hacemos por autosatisfacción, como una especie de masturbación emocional. Estamos condicionados (cual perritos de Pavlov) a recibir la recompensa del “me gusta” o «favorito»: una aprobación, pa’ pronto.
Publicamos porque buscamos reconocimiento o para manifestar nuestra existencia. Por eso la necesidad de ser atendido aunque sea en las redes. Aunque en algunos casos esta necesidad es excesiva. Dicen que la cantidad de publicaciones que hacemos es proporcional a la atención que necesitamos. ¿Será cierto? Probablemente. Claro que no se puede generalizar, cada quien le da el uso y la interpretación que quiere: para unos quizá sea sólo un medio de comunicación y difusión.
¿Y sí existe una comunicación? ¿Cuántos malos entendidos no ha habido sólo porque uno leyó “cortante” al otro? No hay códigos claros: para mí una cara feliz puede ser sólo eso, pero para otros puede significar una mentada de madre. Depende mucho del contexto, claro, pero serios problemas de comunicación surgen por esto, o por el famoso “visto”.
¿Por qué hay tanta gente que le aterra? ¿Por la necesidad de ser escuchado? Debemos entender algo: a veces la gente no quiere o no puede responder inmediatamente los mensajes, y está en su derecho. Lamentablemente, ya no hay cabida para ignorar y ser ignorado en paz; he sabido de gente que se vuela la cabeza por esto o porque no les responden rápido. Pero es parte de la cultura en la que vivimos y alimentamos. La era de la comunicación instantánea. Comunicar todo con todos: ¿En qué estás pensando? Cuéntales a tus amigos cómo te sientes… (¡Pero a nadie le importa lo que desayunaste hoy, o a dónde vas y con quién!)
¿En qué momento se volvieron las redes una necesidad? Resulta ya prácticamente imposible prescindir de ellas porque han llegado para quedarse un largo tiempo (si es que antes no hay una revolución de máquinas); y por mucho que lo queramos evitar, somos seres sociales (ni el más ermitaño puede escapar): necesitamos interacción humana. Y aunque ésta sólo se haya trasladado al ciberespacio, ha conseguido alejarnos abismalmente.
¿En qué consiste entonces lo «social”? ¿Tener millones de amigos o seguidores? Eso no quiere decir que los tengas en la vida real. Si tuvieras un problema, ¿con cuántos de ellos contarías? ¿Con cuántos hablas? ¿Sabes lo que pasa en sus vidas o en su mente fuera de Facebook? ¿Los felicitas en sus cumpleaños más allá de un “HBD” y sin que Face te lo recuerde?
Los números de amigos son una vanidad. ¿Por qué se ha vuelto un deber el aceptar al amigo que apenas hemos visto una vez, sólo porque tenemos 25 amigos en común? ¿Qué clase de “diplomacia” extraña es esta? Es parte del culto al narcisismo en el que estamos inmersos (no por nada somos la generación que creó la selfie (tan triste)).
Pero no todo es negro, las redes tienen su lado amable: nos enteramos mucho más rápido de lo que pasa en el mundo, están los memes y videos divertidos y… ¿eso es todo? Tal vez sí. El sentido primigenio para el que fueron creadas, ponernos en contacto con antiguas amistades, ha pasado a quinto plano, así como la interacción: nos tratamos a través de frías pantallas táctiles, textos, emoticones e imágenes.
¿Qué podemos hacer? La vida sin redes sociales es posible. Podríamos vivir más en la realidad y menos para otros en lo virtual. Desacelerar. En cuanto a los comentarios haters… hay que ser más tolerantes, respetuosos, y dejar de intoxicarnos por lo que vemos, leer e informarnos de fuentes confiables. La violencia no es culpa de las redes. El respeto, la tolerancia y la empatía son valores que deberían estar presentes desde antes de las redes sociales ¿Quieres continuar así? Tú eliges en qué mundo quieres vivir. Actúa, no sólo lo compartas.
Texto por Bárbara Daniela